Nacido en los 50

Aquellos maravillosos años

El Gran Wyoming

Qué poco queda de aquello que parecía que había.

Movidos por un deseo de esperanza, millones de españoles sobrevivieron a aquel clima de terror que supuso la Transición mirando hacia delante, a pesar de que lo que tenían detrás, aquello de lo que venían, se les puso enfrente.

Había que hacer de tripas corazón, no perder la fe. Se tomaron las calles, se tomaron los bares, se tomaron las plazas, se tomaron las copas. La libertad estaba a la vuelta de la esquina. Se quemaron los burkas, se afeitaron los bigotitos, la industria de la gomina cayó en picado, las calles se llenaron de chupas de cuero, de pelos de colores, de medias rotas, de botas, de minifaldas. La Movida ayudó a transformar el ecosistema, cambió el decorado. Una erupción de vida colapsó las ciudades. Los jóvenes que habían estado castigados en sus casas por orden gubernativa salieron a la calle en tromba. Venía la riada, pero no se cumplió la profecía de Bob Dylan según la cual “admitid que las aguas están creciendo y que pronto estaréis calados hasta los huesos, y si creéis que vuestro tiempo es algo que merece la pena conservar más vale que aprendáis a nadar o os hundiréis como las piedras porque los tiempos están cambiando”. No se hundieron. Se tomó todo, de todo, menos el poder.

Desde la atalaya, los amos contemplaban vigilantes aquella feria esperando pacientes a que bajaran las aguas. En la puerta de la finca seguía colocado el cartel: “Cuidado con el perro”. Con la paranoia siempre presente, se vivieron unas vacaciones a modo. Los chavales de la pana hicieron bien su trabajo bajo el lema: “Nosotros o la bota militar”. La doctrina del shock no fue un descubrimiento de Naomi Klein, ya se había aplicado en España en los años setenta cuando ante la amenaza de transformar la península en un nuevo campo de concentración, los socialistas se postularon como única alternativa de consenso internacional. Previamente jubilaron en Suresnes a los viejos compañeros, y con ellos sus utópicas propuestas transformadoras. Irrumpieron en los medios de comunicación con la mochila llena de propuestas atenuantes y con instrucciones precisas de Willy Brandt, el líder alemán que ponía la pasta.

Así fuimos tirando. Recientemente he visto un vídeo de Felipe González pidiendo el voto para la permanencia en la OTAN y se dirigía a sus "amigos que estaban por el no” diciendo: “Con vuestro voto vais a interrumpir el proyecto político que estamos llevando a cabo”.

Comulgamos con piedras de molino hasta que tuvimos el estómago lleno, y como el lobo en el cuento de las cabritillas caímos al estanque del neoliberalismo en el que nos seguimos hundiendo porque no tiene fondo, su voracidad es infinita.

Los alegres chicos de la pana hicieron bien su trabajo y dejaron colocado el decorado de la función. A ese paisaje lo llamaron “modernización”. El juego consiste en respetar la convención de  no cruzar los paneles porque entonces descubres que no estás en Pekín sino en Torrelodones. “Ya somos europeos”.

Ahora parece que el bipartidismo ha desaparecido y se habla del espíritu de consenso del 78. ¡No, aquello no! En ese afán tan nuestro de reescribir la historia contándola al revés, los medios de comunicación, con una reiteración apabullante, han conseguido que aquella década del terror sea recordada como un ejemplo de actitud democrática y tolerante, como un camino a seguir ahora, en aras de una mejor gobernanza y de la reconciliación de posturas enfrentadas para que los procesos de transformación llamados “reformas estructurales profundas”, que nos han traído la ruina, el desempleo y la corrupción sistémica, se queden para siempre entre nosotros, se acepten como la base del nuevo sistema.

Tienen como referencia aquel periodo político y hablan de un supuesto consenso en el que dejaron fuera al ciudadano, para que entre todos los constitucionalistas, por acción, adhesión o abstención, se asiente esta situación insostenible tanto en lo político, como en lo judicial, lo económico y social. Quieren blindar esta fábrica de pobreza y corrupción.

El Aeropuerto de Madrid-Barajas, como saben, se ha bautizado como Adolfo Suárez en recuerdo de aquellos tiempos gloriosos en los que dicho presidente, que da nombre al aeródromo, fue forzado a dimitir, según relata Pilar Urbano en su libro La gran desmemoria, después de que el general Merry Gordon le enseñara una pistola en la Zarzuela en presencia del mismísimo rey. ¡Toma consenso!

Entre el 75 y 1983, ese período dorado de nuestra política, hubo varios intentos de acabar con la democracia por parte del ejército, y la friolera de 591 muertes por violencia política incluidos 344 de ETA y 51 del Grapo. 188 fueron cometidos por personas relacionadas de una u otra manera con las instituciones o con personas próximas a ellas, y se encuadraron dentro del epígrafe de “incontrolados”.

En la calle reinaba el pánico. En las manifestaciones que siguieron a la muerte del dictador eran varios los frentes desde los que se atacaba a los ciudadanos que pedían libertad. Por un lado estaban los policías y, por otro, personal de paisano que incluía miembros de las llamadas fuerzas del orden, así como una caterva de fascistas importados de Italia y Argentina que actuaban con impunidad y protegidos por dichas fuerzas. En muchas acciones actuaban juntos.

Los muertos se sucedían. Arturo Ruiz, de 19 años, fue asesinado en una manifestación por un “incontrolado” que huyó de España y nunca más se supo de él. El compañero que le dio la pistola en el lugar de los hechos, Jorge Cesarsky, fue detenido y liberado dos años más tarde con motivo de la amnistía del 77. Ambos se refugiaron en las dependencias policiales de la calle Rey Francisco el día de los hechos. Eran “incontrolados”.

En la manifestación convocada al día siguiente para protestar por el crimen, el gobernador civil Juan José Rosón mandó cargar con contundencia. Un policía cuya identidad nunca se desveló mató a Mari Luz Nájera Fernández. Otros quedaron heridos de gravedad. Rosón ascendió a Ministro de Interior con UCD entre los años 1980 y 1982, en vista de sus buenos resultados, se supone.

En el caso de los abogados de Atocha, uno de los que cometieron los asesinatos llamado Fernando Lerdo Tejada se libró del juicio porque el juez encargado del caso tuvo a bien darle un permiso de fin de semana justo unos días antes de que comenzara la vista. Era sobrino de la secretaria de Blas Piñar, el líder de Fuerza Nueva.

Un caso que fue especialmente relevante por su ejecución y crueldad fue el secuestro y posterior asesinato de Yolanda González, de 19 años. Recibió un tiro en la sien y fue abandonada en una cuneta maniatada. La acción fue llevada a cabo por un grupo de cinco militantes de Fuerza Nueva a cuya cabeza se encontraba Emilio Hellín Moro, autor material del disparo. El asesinato fue organizado por el jefe de seguridad de ese partido legal, un guardia civil en excedencia. Aprovechando un permiso a los siete años de encierro, Hellín se fugó a Paraguay, donde colaboró como asesor de las fuerzas de seguridad. Años más tarde fue devuelto a la justicia española. Tras pasar otros seis años en la cárcel fue liberado y contratado con un nombre falso como colaborador de las fuerzas de seguridad del Estado hasta el año 2011, cuando unos periodistas le descubrieron.

Un caso sorprendente fue el de Rodolfo Almirón Sena, que vino importado de la mano de López Rega, ministro de Isabelita Perón, huyendo de la justicia argentina, y al que se le hacía responsable de 1.500 asesinatos como uno de los jefes de la triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Este señor, una vez en España prosiguió con sus crímenes y fue uno de los responsables de los asesinatos de Montejurra. Se da la curiosa circunstancia de que a semejante sujeto lo contrató como guardaespaldas y cubrió bajo su manto protector don Manuel Fraga Iribarne, “padre de la Constitución” y hombre de ¡consenso! El mismo Fraga demócrata, fundador de AP y presidente de honor del PP hasta su muerte. Denunciado su caso, en 1983 pasó a vivir en la sombra. Tuvo una existencia discreta hasta que fue detenido en Torrent, Valencia, en 2003 y extraditado a Argentina. Dado su delicado estado de salud, fue puesto en libertad y murió e 2011.

Con esto quiero recordar que aquel periodo fue de una inestabilidad total y que los ciudadanos que fueron víctimas de la represión franquista tuvieron que ver como en plena democracia, incluso con el PSOE en el poder, los responsables de aquellos crímenes campaban por sus respetos. Artífice principal de aquella impunidad, y siempre interesado en tergiversar la verdad sobre los crímenes de Vitoria, Pamplona y Montejurra fue Martín Villa, que más tarde llegó a ser presidente de Endesa, y de Sogecable. Como ministro de Gobernación condecoró al célebre inspector Conesa, cuyo primer éxito fue la detención de “Las Trece Rosas”, que fueron fusiladas. El inspector colaboró con la Gestapo y se hacía temer por sus métodos de tortura durante la dictadura de Franco, en la que tuvo más tarde como mano derecha a Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño, famoso por su chulería y sadismo. Pues eso, ambos fueron condecorados en 1977 siendo ministro de Gobernación Martín Villa, que se muestra siempre muy ofendido cuando le comentan estas cosas y entiende que hay que hablar de reconciliación. Desde luego, no puede haber mayor reconciliación en democracia que condecorar a torturadores y asesinos fascistas y encubrirlos o emplearlos al servicio de las instituciones.

Durante la Transición se desmontaron todos los focos de resistencia, se deshicieron las asociaciones vecinales, desaparecieron todos los partidos de izquierdas menos el PCE. La vanguardia política se integró mayoritariamente en el partido con posibilidades de gobierno: el PSOE. Triunfó el pragmatismo.

Los españoles leíamos con fervor El País. Ese diario no se sujetaba, éramos nosotros los que nos agarrábamos a él como si estuviéramos colgando de un precipicio. Al frente de aquel periódico, que era el único que contaba algo de lo que pasaba y que todos los estudiantes llevaban debajo del brazo, estaba Juan Luis Cebrián. La otra cara visible de aquella transición fue Felipe González, que, como aquel joven periodista, se ha convertido en su máscara de Halloween mostrando su tenebrosa realidad que explica cómo hemos llegado hasta aquí, quiénes fueron los lazarillos bajo las órdenes de eso que llaman el Imperio que, por cierto, nunca duerme, siempre contraataca.

No apelemos al espíritu del 78. Nos metieron en el redil a fuerza de tiros, de bombas. Se impuso el terror.

No deben seguir vendiendo aquella mentira.

Me hago viejo, sé todos los cuentos.

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