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El tesoro verde del Mediterráneo: la posidonia

Ya no queda nada para pisar por fin arena y sentir en la piel el salitre del mar. Llega el verano, llegan las vacaciones, llega el momento de disfrutar del mar, de las playas, de no salir del agua, de saltar olas, de ver atardeceres con el bañador todavía mojado. Sí, muchos elegiremos nuestras playas para descansar y desconectar de un curso largo. Pero hagámoslo con cabeza, señores, con cabeza.

Hace unos días, un yate de lujo arrancó una gran cantidad de posidonia en Portocolom, en Mallorca. El ancla arrastra esta planta protegida. Desgraciadamente no será el único este verano. Hoteleros, pescadores, instituciones y empresarios baleares piden ayuda. Llevan años luchando por proteger su mayor tesoro, lo que les hace únicos y su razón de ser: la posidonia.

Saben que su mejor reclamo, sus aguas cristalinas, son un imán para miles de turistas que llegan a las calas en barco o en yates. Turismo que es bienvenido pero al que piden un poquito de sentido común. Las Islas Baleares tienen calas increíbles, en las que nadar horas y horas viendo el fondo, entre peces o medusas (según las corrientes). Aguas cristalinas de color turquesa que suponen el mejor reclamo turístico y que, sin la posidonia, no existirían.

Para quien no lo sepa, la posidonia es el ser vivo más antiguo del planeta, una planta milenaria que vive en el Mediterráneo y que, como somos así, nos la estamos cargando. Durante estas semanas cientos de barcos, yates, embarcaciones grandes y pequeñas fondearán en las costas de Ibiza, Mallorca, Formentera y Menorca. La mayoría sabe de sobra que no puede echar el ancla sobre ese bosque verde, pero a otros muchos ni les importa ni se molestan en comprobar si el ancla se ha enganchado en la arena o en esas plantas verdes que salen del fondo del mar.

Les da igual. Se sacarán miles de fotos posando con esas aguas transparentes de fondo sin ser conscientes de que su ancla y su barco se está cargando el pulmón del Mediterráneo. La posidonia es indispensable no sólo para el hábitat de las islas, también para el nuestro: libera gran cantidad de oxígeno a la atmósfera y mitiga el cambio climático. Incluso ha sido declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO.

Así que estos meses nos piden a todos, los que vayan a ir y los que no, que nos convirtamos en sus embajadores. Que la protejamos y que contemos a quienes no lo sepan que sin ella, quizás, el verano que viene no será posible ir a esa cala. Que les ayudemos a proteger un mar que es un regalo. Y esto no sólo incumbe a quienes pasarán buena parte de su verano navegando en un yate. También es responsabilidad de quienes nos quedamos en la orilla.

Acostumbrémonos a llevarnos de la playa lo mismo que trajimos. A recoger la bolsa de las patatas fritas que nos tomamos de aperitivo, a llevarnos nuestra basura y por favor, a no usar la arena como un enorme cenicero. ¿Tanto cuesta llevarse las colillas? Si aprendemos a respetar el entorno quizás logremos que esto mejore. Es un pequeño gesto, sí, pero es una muestra de madurez cívica. Ser ecologistas no es una opción. Es la única salida que tenemos para lograr que esto funcione y que nuestro planeta siga siendo así durante mucho tiempo.

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