Desde la casa roja

Autopsia en directo

El morbo es un interés malsano. También es atracción hacia acontecimientos desagradables. Busco su definición en estos últimos días cuando la delgada línea que, en ocasiones, discurre entre la información y el espectáculo ha vuelto a tensarse, esta vez en torno a la muerte de la esquiadora Blanca Fernández Ochoa: “Aquí, la autopsia en directo”, leo en las redes sociales de algunos medios de comunicación.

La autopsia en directo, lo escriben y lo publican. No suena ninguna alarma.

Apenas unos minutos después de que la policía solicitara la colaboración ciudadana para la búsqueda, una supuesta amiga íntima de la deportista ya tenía un espacio vía telefónica en prime time aludiendo a problemas que, en caso de ser ciertos, pertenecen a una intimidad que debería permanecer blindada. Quién quiere enemigos. Así comenzó a girar la rueda de lo escabroso. La falta de rigor desde varias aristas. Luego llegan inevitablemente los artículos que señalan a los emisores, como si las televisiones y los diarios disparasen informaciones que nadie se sienta a mirar. Los padres de Gabriel, el niño de Almería, pidieron el lunes, desde la grieta oscura de su desesperación, que los medios de comunicación sean responsables con el seguimiento del juicio que acaba de iniciarse. Seamos responsables también como espectadores, es más, como ciudadanos. No alimentemos a la bestia ni una sola vez.

Aquí va la gran obviedad: el morbo vende.

Y esta es la pregunta: ¿por qué estamos comprándolo?

Es un bucle que se repite con ciertos sucesos y volvemos a ponerlo negro sobre blanco. ¿Quienes opinamos acerca de esto estamos libres de aprovecharnos también del filón que ofrece lo escabroso? Y, sobre todo, ¿no volvemos a abrir una herida que no es nuestra? El morbo da audiencia. La audiencia da dinero. El cash de la tragedia. Por qué decidimos quedarnos en el hueso, en la sangre, en la búsqueda día tras día de los cuerpos bajo el agua, la final inhumación y el relato que arrojan los cadáveres. Señalar es sencillo. Pero, ¿y nosotros? ¿Qué nos atrae de todo eso? Me doy una respuesta casi única: miramos para convencernos de que todo ese dolor que nos ponen delante no es el nuestro. Ese muerto no es mío. Si encuentran lo que buscan no me dolerá tan adentro como a ellos.

Nosotros no somos esa madre.

En Laetïtia o el fin de los hombres, una novela que puede ser brillante y, a la vez, estar basada en el rapto, violación y descuartizamiento de Laetïtia Perrais, una joven francesa que ocupó a los medios durante semanas, Ivan Jablonka reflexiona: “la fuerza de las tragedias verdaderas las coloca peligrosamente del lado de la literatura, la ficción, el entretenimiento”.

¿Se podrá distinguir el verdadero periodismo, campo del saber y la interpretación crítica, del periodismo malo, del espectáculo, lo fácil, las columnas, sucesos y otros mercadeos de la emoción? ¿Por qué un suceso ocupa tanto espacio en la conciencia pública y otros pasan completamente desapercibidos? Jablonka responde explicando que hay casos que se encuentran en la intersección entre una historia, un terreno mediático, una sensibilidad y un contexto político. Todos estos sucesos que ocupan durante semanas diarios y televisiones no alimentan tanto el morbo como purgan la perversidad del lector, a modo de catarsis, ayudándolo a superar los traumas de su época y a mirar, por un segundo, a los ojos de la muerte.

Sucesos, ficciones, reportajes, información, espectáculo, carroña. Un complejo caldo de cultivo que encuentra donde recalar en el interés humano y deshumanizado: queremos saber qué es lo que pasa cuando la vida se parte en dos. Queremos mirar a los rostros de los que ya lo han perdido todo. En cómo se trata esa información, en la empatía que prodigamos hacia los que sufren y la ética, por encima de los intereses económicos, está la clave para no tener que avergonzarnos de haber contado según qué cosas. Si consigues ponerte en el lugar del que grita, del que pierde y, sobre todo, de aquel que ya no puede narrar su propia historia, sabrás qué se puede contar y qué no. Formar parte activa del relato del suceso puede acabar convirtiéndose en otra forma de violencia.

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