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Ganó la banca

No habrá Gobierno progresista de coalición y volveremos a ser convocados a las urnas, tal y como deseaban los grandes banqueros y empresarios. Llegar a este punto ha costado cinco agónicos meses de paripés, postureos, simulacros y construcción de relatos con los que intentar justificarse.

Los movimientos del lunes y el martes de esta semana han anticipado por dónde irán las cosas después de la nueva cita con las urnas del 10 de noviembre. En otra de sus contorsiones, Rivera ha ofrecido a Sánchez su abstención a cambio de tres o cuatro cosas. Puede volver a hacerlo (e incluso aceptar un matrimonio gubernamental de conveniencia) en el último tramo del otoño. Es lo que le piden el Ibex 35, articulistas de El País y sus correligionarios menos excitados.

Aún más significativo ha resultado que Sánchez, que se había negado en redondo a celebrar un encuentro con Pablo Iglesias para intentar alcanzar un acuerdo de última hora, no le haya hecho ascos a la oferta de Rivera. Su respuesta no ha sido rechazarla, sino decir que ya la está aplicando. Todo un guiño amoroso.

Benjamín Prado escribió este lunes aquí mismo: “El PSOE mira más que nunca a una derecha que también lo es más que nunca”. De hecho, hay muchos que se malician que, en la misma noche del 28 de abril, cuando los militantes del PSOE gritaban en Ferraz ¡Con Rivera no!, Sánchez y sus gurús ya maquinaban cómo repetir la escena del sofá con Rivera ensayada en 2016. Es verosímil.

Consumatum est. Se ha cumplido el guion. Los platos rotos los vamos a pagar la mayoría de esos 12 millones de votantes que el 28 de abril acudimos a las urnas para frenar al Trifachito y expresar nuestro deseo de un Gobierno progresista que aliviara un poco nuestras penalidades. Nos han vuelto a estafar.

En vísperas del 28 de abril, publiqué un artículo llamado Votaré. Anunciaba mi intención de acudir a las urnas e invitaba a hacerlo a mis familiares, amigos y lectores. No escribiré un artículo semejante de cara al 10 de noviembre, a no ser que se produzcan hechos excepcionales. Comprendo a aquellos familiares y amigos que me anuncian que se abstendrán en otoño. Yo mismo estoy tentado de hacerlo.

Ignacio Sánchez-Cuenca terminaba así una reflexión sobre el desencuentro entre el PSOE y Unidas Podemos de los últimos cinco meses: “Espero que seamos muchos los votantes progresistas que castiguemos en las urnas a Sánchez e Iglesias si finalmente fracasan y no hay gobierno. Los errores que están cometiendo son imperdonables.” Coincido en las dos ideas: tales errores son imperdonables y merecen ser castigados. La abstención, el cambio de voto o el apoyo a otras fuerzas son alternativas posibles y justificadas.

En cuanto a mí, si acudo a las urnas en noviembre, será sin el menor entusiasmo y con la nariz tapada. Y básicamente porque hay unos más culpables que otros. No se puede castigar por igual el engaño que la torpeza, la traición que la cabezonería, el deseo de dar marcha atrás que el de avanzar.

Que cada palo aguante su vela. El PSOE de Sánchez fue el partido más votado el 28 de abril, Sánchez recibió de Felipe VI el encargo de formar Gobierno y Sánchez ha tenido cinco meses para hacerlo. Así que el principal responsable de que se repitan las elecciones se llama Pedro Sánchez. Las cuentas salían: tenía una mayoría posible si se entendía con Unidas Podemos, lo que hubiera conllevado otros apoyos o abstenciones. Y el programa gubernamental estaba claro: subir los salarios, revalorizar las pensiones con el IPC, moderar los precios del alquiler y la electricidad, derogar la ley mordaza, enfrentarse a la emergencia climática, apaciguar la situación catalana a través el diálogo y la negociación…

Pero a Sánchez pronto se le notó la desgana con la que afrontaba la posibilidad de convivir con Unidas Podemos y también se le notó la tentación de repetir elecciones. Jamás ocultó su preferencia por seguir en La Moncloa más con el voto o la abstención de PP y Ciudadanos que con el apoyo de Unidas Podemos, a no ser que ese apoyo le saliera gratis. Sus gurús le decían que, en unas elecciones otoñales, el PSOE subiría y Unidas Podemos bajaría, y que en ese escenario él podría volver a insistir en sus cantos de sirena a la derecha. Se pasó todo el verano acariciando ese cuento de la lechera.

Pablo Iglesias, por su parte, ha evidenciado una penosa falta de astucia y flexibilidad tácticas. Propuso la muy legítima idea de Gobierno de coalición, pero parecía que su principal argumento para justificarlo era aquello de que Sánchez no es de fiar. Siendo esto cierto, no es inteligente soltárselo en público a quien pretendes que sea tu pareja. Sin embargo, estuvo a punto de conseguirlo a finales de julio, cuando, descolocado por la renuncia de Iglesias a entrar personalmente en el Gobierno, Sánchez tuvo que aceptar la posibilidad de la coalición.

Iglesias volvió a la carga en agosto, pero ya Sánchez le había cerrado de nuevo la puerta. Con desprecio y ese argumento de que lo que era posible en julio, la coalición, ya no lo era días después. Un editorial de CTXT del 14 de septiembre titulado Sánchez elige la derecha ha calificado ese argumento de “insulto la inteligencia”. Y con razón. Semejante sandez solo se explica desde el alivio al ver que no había salido lo que en realidad nunca se había deseado que saliera.

¿Qué hubiera hecho yo de estar en el lugar de Iglesias? En julio hubiera aceptado en el último minuto la raquítica oferta de coalición de Sánchez. La correlación de fuerzas (que no es solo, ni mucho menos, el número de diputados en el Congreso) es la que es, muy desfavorable para lo que queda del 15M. Iglesias no lo hizo, pero tuvo una segunda oportunidad para fastidiarle a Sánchez su cuento de la lechera. De estar en su lugar, yo hubiera convocado el pasado fin de semana un referéndum de los inscritos de Podemos para ver si aceptaban darle un sí gratuito a Sánchez y pasar de inmediato a convertirse en la oposición de izquierdas a su Gobierno. Pero no soy Iglesias. Ni tan siquiera militante de Unidas Podemos.

Ante las encuestas que dicen que, en el mejor de los casos para la izquierda, volverán a repetirse en noviembre los resultados de abril, diputado arriba, diputado abajo, el citado editorial de CTXT decía: “¿Qué sentido tiene entonces prolongar la inestabilidad política más tiempo, si al final el PSOE tendrá que volver a negociar con Unidas Podemos, incluso si este sale debilitado de este proceso? La única respuesta a esta pregunta es que, en realidad, lo que el PSOE ha decidido es pactar con Ciudadanos. O con el PP. O, ¡mejor todavía!, con los dos a la vez”.

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