Desde la casa roja

Lecciones aprendidas

¿Será que sí? ¿Será que veremos una escuela pública con recursos, un día de la Memoria Histórica y del Exilio, medidas feministas, reformas laborales y fiscales, la reforma de las pensiones o la regulación del alquiler? ¿Será que hablarán de frente con Catalunya? Comienza la decimocuarta legislatura de la democracia española. Pedro Sánchez ya es presidente en coalición con Unidas Podemos, 52 diputados de extrema derecha después. Lo subrayo. Sí. Se invistió con una diferencia de dos votos más a favor que en contra. Un arranque de alto voltaje y con una oposición que ya tiene la mano en el cinto, pero un arranque al fin y al cabo.

Hablar para unos hooligansHablar para unos hooligans

A veces, el graderío escalonado del Congreso recuerda a ciertos anfiteatros. En estos días, ha faltado que algunos hicieran la ola o tiraran objetos. Fondo norte, fondo sur. Se han escuchado insultos, amenazas, descalificaciones personales y gritos de “fuera, fuera”. Incitar a los tuyos al aplauso o al abucheo de un compañero político nada tiene que ver con ser representante de unos ciudadanos ni con el respeto y el crecimiento que se espera del diálogo parlamentario.

Ahí hubo bajura.

Imágenes impensables en una sesión de investidura. No olvidaremos el bochorno: Inés Arrimadas con una carátula impresa de un falso CV de Adriana Lastra señalándola a ella, señalando el papel después. O Suárez Illana de infantiles brazos cruzados de espaldas a la tribuna de oradores mientras habla la portavoz de Bildu, Mertxe Aizpurúa.

Los sillones vacíos. El ruido. Las muecas. La prepotencia.

La gran altivez.

Como si existiera lo que sucede allí y lo que sucede afuera. Los discursos dirigidos, incluido el del presidente del Gobierno, a una y otra bancada y a nadie más. Pablo Iglesias sí recordó en varios mensajes que más allá de las paredes de ese hemiciclo, alguien más escuchaba.

Todos los ¡vivas! y todo el ruido de la España rota

No sé lo que se siente cuando uno se arranca y dispara el “Viva España”. Aún menos el “Viva el Rey”. ¿Agranda el pecho? ¿Reconforta? ¿Fortalece el país? ¿Justifica la monarquía? La derecha española se alza desde hace tiempo ilegítimamente como única garante de la unidad de España y tiñe su discurso irresponsablemente de golpismos y fracturas. ¿Son más españoles Casado, Abascal o Álvarez de Toledo por dar cuatro gritos donde no deben darse? En esa apropiación indebida han incluido esta vez a la monarquía como escudo y fórmula para todo aquello que no sea pensar con uniformidad en lo que ellos entienden o quieren hacer ver que entienden por patriotismo. “Han hecho un flaco favor al Rey y a su neutralidad institucional”, decía Aitor Esteban, portavoz del PNV en el Congreso. El país, de momento, sigue de una sola pieza, pero el Congreso ha mostrado más de una y de dos realidades.

Los 52 diputados de ultraderecha

La legislatura que empieza tendrá, por segunda vez, una representación de Vox. Santiago Abascal no tardó ni dos minutos de discurso en mostrar su racismo al unir violencia sexual e inmigración mediante datos falsos señalando a los extranjeros como principales imputados de este tipo de crimen contra las mujeres españolas. Así como tampoco se demoró en mencionar a “los niños y las niñas que han muerto a manos de sus madres en este mes de diciembre”. Disparen sin apuntar que no pasa nada. ¿Hay que reírse o sonreírse? En ningún caso. Vox es ese partido que abandona sus escaños porque entiende que la memoria de las víctimas del terrorismo se pueda sentir herida cuando habla Bildu en la tribuna, pero que jamás reconocerá la memoria de los cientos de miles de víctimas de la represión franquista.

“Tono” y “firmeza”

Pase lo que pase, si lo que estos días hemos visto en el Congreso se extiende a los largo de los cuatro años, tantas hipérboles y amenazas, la emoción en lugar de la razón, debemos prepararnos para la gran bronca política. Para la bestialidad dialéctica. Para escuchar barbaridades. Y para esa vergüenza ajena que parece inherente a ser espectador del oficio de representarnos. Y no es que vengamos precisamente desentrenados. De las risas complacientes bajos los aplausos, yo no he entendido ninguna. De las lágrimas, puedo comprenderlas todas.

“Tono” y “firmeza” le ha pedido Pablo Iglesias a Pedro Sánchez para contrarrestar a los intolerantes y provocadores.

No sé qué cosas habrán cambiado desde julio hasta el día de ayer.

O desde hace cuatro años hasta ayer.

Tampoco sé si es verdad que nunca es tarde, pero sí que, si se quiere, a veces, se puede.

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