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Qué ven mis ojos

Tambores de guerra

“Quien más chilla es siempre quien menos merece ser oído”

Algo tendrán el agua cuando la bendicen y el poder cuando tanta gente da cualquier cosa por alcanzarlo, incluidos su honestidad, su decencia y sus principios. Al poder no se asciende, se repta y en zigzag, porque es un mundo vertical como el de los rascacielos, y cuanto más se sube en sus ascensores o por sus escaleras, más remoto se hace lo que va quedando en los pisos de abajo, que al llegar a las últimas plantas ya se ven insignificantes. A lo mejor es estar tan altos, al nivel de los helicópteros y las nubes, lo que hace que los políticos se endiosen y olviden cómo es la realidad a ras de suelo.

Lo que la ciudadanía de cualquier signo espera de los cargos públicos que elige en las urnas es justo lo contrario: que entiendan sus problemas y en la medida de lo posible los atenúen o los resuelvan, y aunque haya gente cuya militancia lo explica todo, que va a votar a los que considera los suyos hagan lo que hagan, la simple alternancia en el Gobierno ya explica por sí sola que muchas personas cambian de papeleta cuando se ponen otra vez las urnas. Lo que ocurre es que en España hay quienes consideran que la Moncloa es suya y les gustaría privatizarla, como a la Sanidad o la Educación. Son los que nunca aceptan otro resultado que su triunfo y cuando no cae de su lado, inician una cacería. Nosotros o el escándalo.

El trío de Colón ha tocado zafarrancho, viene con el cuchillo entre los dientes y se deja caer sobre el Congreso en paracaídas, la retaguardia y las espaldas cubiertas por gran parte de los medios de comunicación, donde queda claro que la palabra invertir es la versión abreviada del verbo intervenir, porque la mano que da y la que atrapa son la misma. El toque de corneta llama a las calles y las barricadas y la nueva oposición tiene los jardines de sus chalés patas arriba, de tanto desenterrar hachas de guerra. “Vamos a hacer que este Gobierno dure lo menos posible”, claman en plan juro/que/nunca/más/volveré/a/pasar/hambre, aunque sin apretar el puño, que eso no lo harían ni para interpretar a la Scarlett O´Hara de Lo que el viento se llevó, mientras lanzan toda clase de descalificaciones, algunas tan oscuras que habrá quien piense que después de darle aire al independentismo ahora quieren agitar la sábana del fantasma del terrorismo, a ver si prendiéndole fuego a la casa los que están dentro les piden que vayan a rescatarlos. Esperemos que este segundo empeño les salga peor que el primero, donde lo bordaron, porque cuando el PP subió al poder el apoyo al independentismo en Cataluña no llegaba al treinta por ciento y había subido a un cuarenta y cuatro cuando Mariano Rajoy fue desalojado de la presidencia con una moción de censura provocada por las sentencias judiciales que señalaban la corrupción del partido que dirigía.

Atrás habían quedado los tiempos del Pacto del Majestic, la época en que su predecesor, José María Aznar, afirmaba “hablar catalán en la intimidad” y alcanzaba la mayoría del Congreso al reunir los apoyos de CDC, PNV y Coalición Canaria. O la época en que la formación de la calle Génova pactaba con el hoy estigmatizado Artur Mas y su número uno allí, Alicia Sánchez Camacho, celebraba haber llegado con él a “un compromiso político de presente y de futuro.”

Las hostilidades han empezado, el combate es a cuatro años, pero podría interrumpirlo un KO. Y las consecuencias se empiezan a notar. Un día, la asociación Hogar Social, que se considera neonazi y que se manifestó en la plaza de Colón al ritmo de PP, Cs y Vox, asalta la sede del PSOE en la calle de Ferraz. Al siguiente, sale de su retiro Mayor Oreja para exigir que se refunde el PP y lo que salga del horno sirva “para plantar cara al Frente Popular, presidido por la maldad”. Y de postre, salen obispos de aquí y allá pidiéndole a la virgen que “nos salve y salve a España” o proponiendo un curso prematrimonial de dos años “para prevenir el pansexualismo y la masturbación”. Para prevenir los abusos y la pederastia en el seno de la Iglesia, no han propuesto nada.

El último asalto ha empezado con el nombramiento de la ex ministra Dolores Delgado como Fiscal General, un puesto que no creo que ahora hayan descubierto que, según el artículo 124 de la Constitución española, “tiene como misión promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley, de oficio o a petición de los interesados, así como velar por la independencia de los tribunales y procurar ante éstos la satisfacción del interés social”, y que será ocupado por una persona “nombrada por el rey, a propuesta del Gobierno, oído el Consejo General del Poder Judicial”. Los que pusieron ellos, ¿de dónde salieron, de unas oposiciones? Uno entiende perfectamente, ahora y antes, que se mantenga que esa figura es parte del Gabinete y que eso haga sospechar de la parcialidad que pueda tener en determinadas actuaciones, pero de ahí a los insultos machistas y groseros que le dedicó este lunes a la interesada algún columnista desaforado, hay un abismo, el que separa el respeto de la bestialidad. Los que llaman a los componentes del nuevo Ejecutivo “golpistas”, sin duda habrán celebrado la salva de improperios. Si ese es el nivel, hay que subirlo. Lo que pasa es que igual ni quieren ni saben.

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