Verso Libre

Tan pobre y mísero estaba

Luis García Montero

Yo no creo que todo vaya a cambiar después del coronavirus. Habrá matices, desde luego, pero con las pasiones y las luchas de siempre. El mundo acostumbrado a convertir el tiempo en una mercancía de usar y tirar vive la realidad cotidiana como un vértigo en lo que todo se inventa cada día. ¡Cómo se iba a recibir la sorpresa de una epidemia mundial en la sociedad de la prepotencia, el consumo y las nuevas leyes del más fuerte!

Estoy aprovechando el confinamiento para releer. Privado de novedades y aburrido de las ingeniosas ofertas de la tecnología, vuelvo al placer de los clásicos. Vuelvo, por ejemplo, a La vida es sueño de Calderón de la Barca. Y me detengo en unos versos famosos: "Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba / de las hierbas que cogía". Más que inventar nada, la epidemia nos ha recordado que somos frágiles, que existe la muerte, que es necesario cuidarnos. Nos ha hecho más pobres. ¿Y más sabios?

Como a todo el mundo, me llega de vez en cuando la canción Resistiré del Dúo DinámicoResistiré. Las cosas van rápido, pero ahí sigue esta canción de siempre, recordándome las casetas del Corpus en la Granada de los años 60, cuando en vez de sevillanas se oían las voces de Manuel de la Calva y Ramón Arcusa. El dúo se formó en el año de mi nacimiento. Hace 62.

Pedro Almodóvar rescató la canción en una película estupenda. Pero confieso que a mí me devuelve, sobre todo, a la Parroquia de San Carlos Borromeo en la que el padre Javier Baeza se dedica a proteger y compartir el pan con muchos necesitados. El dolor y la pobreza son verdades anteriores al coronavirus. Un día llevé a mi madre a misa. Se sorprendió mucho cuando vio a su hijo no creyente acercarse a comulgar después de haber cantado entre obreros en paro, inmigrantes, estómagos sin papeles, mendigos, drogadictos, madres de drogadictos y activistas de la solidaridad que es necesario resistir los golpes de la vida, que debemos ayudarnos a seguir en pie.

Vuelvo a Calderón: "¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo?; / y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó". Una de las mejores costumbres de la literatura es su vocación de alentar la imaginación moral, la posibilidad de ponerse en el lugar del otro: lo que siente, las alegrías, el miedo del personaje de un libro. Encerrados en la desdicha de esta epidemia, supongo que, como siempre, habrá mucha gente capaz de ponerse en el lugar del otro, en la situación de aquellos que no tengan casa, o que tengan una casa sin luz, o que compartan habitación con varias familias, o que cuiden hijos con problemas, o que no sepan cómo van a vivir, de qué van a comer, en qué van a trabajar...

Habrá sabios, también como siempre, que se pondrán en el lugar del otro para tramar cómo se utiliza la desgracia en beneficio propio. Y, desde luego, no faltarán los que sólo se preocupen en conservar sus privilegios. Medios tienen para generar tensiones contra cualquier decisión que implique solidaridad con la gente en vez de con sus saldos de beneficios.

Trumpantojos, enkilosamientos y porquerrías

Trumpantojos, enkilosamientos y porquerrías

Me incomodan las voces que exigen respuestas perfectas cuando irrumpen las desgracias inesperables. Exigen soluciones inmediatas ante lo desconocido. Ese "ya lo decía yo", como la cursilería en los poetas, suele esconder a una mala persona. Creo que ayudamos a la cursilería de las malas personas cuando en vez de pensar en tiempo real, consagramos nuestras iras y nuestros miedos a la brevedad de un ripio.

Más que mundos nuevos, creo que el coronavirus reclama la necesidad de meditar sobre los argumentos neoliberales que han dominado nuestra cultura y nuestra economía. Son cosas de siempre en la sociedad contemporánea, dinámicas puestas hoy a la luz de la realidad: el valor de los servicios públicos del Estado, la importancia de que el poder institucional se consolide en organismos internacionales, la utilidad de la democratización de las fuerzas de seguridad y la significación de los hombres y mujeres que trabajan. Sin su concurso, se vienen abajo la producción y la especulación financiera. Sí, la especulación tiene un límite si se confina y se pierde el mundo del trabajo. O sea: el Estado es el marco democrático con autoridad, frente a la avaricia acomodada de las grandes fortunas, para asegurar un acuerdo entre trabajadores y empresarios que sostenga la economía real, productiva, y la dignidad cotidiana de la gente.

Más que inventar cosas nuevas, el coronavirus pone al descubierto las mentiras ocultadas por la ideología neoliberal y sus políticas. Más que inventar cosas nuevas, los que no quieran perder sus privilegios buscarán disfraces nuevos para sus recursos de siempre: desprestigio de la política, destrucción de lo público y modos autoritarios o manipuladores para seguir manteniendo una desigualdad inhumana. Para convivir con lo misterioso no hace falta preguntarse por el futuro. Basta con el presente ¿En qué mundo vivimos?

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