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Adiós a Pau Donés

Pau Donés, vocalista de Jarabe de Palo.

“No veo el momento de volver a colgarme mi vieja guitarra y volver a ser lo que siempre he querido ser”, decía Pau Donés en Vuelvo, la primera canción de su último disco, Tragas o escupes, aparecido hace unas semanas. La cuarta se titula La vida es el momento, y en ella dice sentir que le queda mucho tiempo y mucho que hacer. El álbum, sin duda, quería ser un sortilegio contra la muerte que le había puesto una cruz para marcarlo hace cinco años, cuando le detectaron el cáncer contra el que luchó valientemente hasta este martes. Una de las últimas veces que lo vi, en los estudios de la cadena Ser en Barcelona, donde Carles Francino y yo acabábamos de entrevistarlo, me impresionó mucho abrazarlo y notar su delgadez extrema, pero también que aún mantuviera la actitud que eligió desde el principio para hacerle frente a la enfermedad.

En la memoria de mucha gente había quedado el vídeo que grabó en el pasillo hacia el quirófano en el que lo iban a operar, sonriendo, rodeado del personal sanitario que lo atendía y al que hace un sentido homenaje en otra de las composiciones de Tragas o escupes, Los ángeles visten de blanco. Su testamento musical, sin embargo, lo escribió hace tres años en su antología 50 palos, con una canción hermosísima, Ahora, en la que quedaba claro que su capacidad para construir himnos seguía intacta: “Ahora, que empiezo de cero /que el tiempo es humo / que el tiempo es incierto. / Ahora que ya no me creo / que la vida será un sueño, / Ahora que solo el ahora / es lo único que tengo. / Ahora que solo me queda esperar. / A que llegue la hora. / Ahora que cada suspiro / es un soplo de vida robada a la muerte”.

Algún eco hay en esa canción de otra de Joaquín Sabina, que canta a dúo con él y con Carlos Tarque Hice mal algunas cosas, del disco Y ahora qué hacemos, en el que también colaboraban Alejandro Sanz –en una versión fabulosa de La quiero a morir donde queda claro que los dos tienen algo de cantante italiano– o Antonio Orozco –con una demoledora Frío–, y donde una vez más había cortes tan extraordinarios como Soy un bicho. Es en mi opinión un gran disco, que empieza con un bombazo, ¡Yep!, y que no estoy seguro de que tuviera el reconocimiento que merece. Las colaboraciones, por otra parte, se le daban bien a Jarabe de Palo: en su disco De vuelta y vuelta hay otra joya, Completo incompleto, interpretada al alimón con Antonio Vega. En Somos encontramos un mano a mano con Leiva en Vecina y en Cry, de Un metro cuadrado, con Chrissie Hynde, aunque esa vez el experimento no funcionó y los toques flamencos hacen saltar el laboratorio por los aires. A cambio, quién puede olvidar ese tesoro sonoro que es Déjame vivir, de su disco Adelantando, cantado junto a la Mari de Chambao. Con tantas canciones inolvidables, está claro que a Pau Donés se le recordará siempre.

Pau había trabajado en publicidad y sus canciones tenían la clase de imán que te hace fijarte en un anuncio: estribillos fulminantes, rimas sencillas de recordar y difíciles de olvidar. La que podríamos llamar su sintonía, La flaca, que escribió a la vuelta de un viaje a Cuba, lo hizo famoso, de hecho, gracias a un reclamo comercial. Hizo muchas parecidas, todas ellas infalibles, adhesivas, con un pie siguiendo el ritmo de aquí y otro el de Latinoamérica, siempre bailables, siempre agradables de oír: Bonito, Depende, Grita… A muchos nos gustaban el mensaje optimista de esas creaciones, su célebre buen rollo, o la mezcla de romanticismo y ecología de Agua. Son las más conocidas y también las mejores, pero tiene muchas más: El lado oscuro, de su primer trabajo; el rocanrol 1m2, del disco del mismo nombre; Dicen y Romeo y Julieta, que es magnífica; Bailar o En conexión, del disco Bonito; o Tiempo, incluido en De vuelta en vuelta, que incluía largos fragmentos rapeados.

Son títulos que sin duda se parecen, casi todos hechos con una sola palabra, y eso empezó a acarrearle una fama de artista que se repetía, que copiaba su propia fórmula. Supongo que es el precio de tener un estilo reconocible. La acusación, en cualquier caso, es en gran medida injusta si se atiende a su obra completa, donde le vemos probar con géneros distintos y bucear en estilos distantes entre sí. Su voz era tan reconocible que tal vez contribuyó a extender la maledicencia.

Pau se reía de eso con una mezcla de ironía y melancolía, se lo tomaba con resignación. Recuerdo que le divirtió mucho que otra de las veces en que estuvimos juntos le recordara una frase de Bono, el cantante de U2: “Me relajé mucho cuando me di cuenta de que, hiciese lo que hiciese, siempre seré ese tío que se subía a los andamios del escenario cantando con una bandera blanca entre los dientes”. Era un gran tipo y si escuchas su despedida, Tragas o escupes, tienes que darle la razón: aún le quedaban muchas cosas que decir y hacer, todavía era capaz de componer canciones como Misteriosamente hoy, donde asegura sentirse “deliciosamente bien”. Era un hombre que sabía celebrar la vida, que se enfrentaba con proyectos al pesimismo y los malos augurios. “Por todo lo que recibí, estar aquí vale la pena”, dice en Eso que tú me das, también de Tragas o escupes. Es toda una declaración de principios.

La magia ha funcionado cinco años, pero este martes se acabó. Lo echaremos de menos, pero sus canciones nos lo van a recordar a menudo. Tiene una docena imprescindible, y eso no se puede decir de muchos. Hoy, rodeados de tristeza por los cuatro costados, le devolvemos otro de los versos de Eso que tú me das, porque era de ida y vuelta: “Gracias por estar, por tu amistad y compañía”.

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