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¡A la escucha!

50 kilómetros de diferencia

Helena Resano

Las fronteras son políticas, económicas, ideológicas si me apuran, pero con la que está cayendo, sinceramente no creo que sean sanitarias. El virus no entiende de límites geográficos y cerrar fronteras puede ser una buena decisión política, pero de nada servirá si no se toman medidas parecidas dentro de tus límites.

Varios países han hecho un buen agujero en la economía española decretando la cuarentena a quienes vengan o vayan desde España o directamente recomendando a sus nacionales no viajar a nuestro país este verano. La cifra de nuevos positivos crece de forma preocupante, cierto, pero hay que mirar bien, qué estamos haciendo aquí y qué están haciendo los demás.

¿Y si hablamos de otra cosa?

¿Y si hablamos de otra cosa?

50 kilómetros de diferencia. Son los que hay entre San Sebastián y Bayona. Quienes vivimos cerca de la frontera, solemos cruzar bastante a menudo a Francia para pasar el día, para dar un paseo por sus playas salvajes y perdernos un poco entre las callejuelas de pueblos y ciudades que nos resultan muy familiares, comparten mucho, en cultura y arquitectura con las del Navarra y el País Vasco. 50 kilómetros y es como irte a otra realidad. Allí no hay virus, ni brotes, ni nueva realidad que se le parezca. Nadie lleva mascarilla, excepto en el transporte público y en los supermercados, la distancia social no existe, las terrazas están llenas de gente, de mesas pegadas unas a otras y el ir y venir de gente es exactamente igual al de cualquier otro verano. 50 kilómetros y están en otro mundo. Y piensas que es imposible que allí no haya brotes, ni rebrotes, ni contagios. Con lo poco que conocemos de este virus, sabemos que contagiarte o no, no es cuestión de dónde estés, sino de lo que hagas. Y nuestros vecinos franceses, que han tenido cifras terribles de muertos durante la primera oleada, parecen haber dado carpetazo al asunto y viven y actúan ajenos a todo. Es más, nos miran con extrañeza cuando nos ven con nuestras mascarillas, paseando por la calle. Te identifican rápidamente, sin pronunciar ni una palabra, de dónde vienes, que eres español y casi te miran con condescendencia.

Así que la pregunta es ¿qué estamos haciendo nosotros mal para que tengamos las cifras de contagios disparadas y en cambio, a pocos kilómetros, aparentemente vivan despreocupados ante nuevos rebrotes? Me temo que la realidad, tozuda, nos demostrará que en breve estaremos hablando de una segunda ola en todos esos países que ahora se blindan ante la llegada de españoles. Reino Unido fue de los últimos países en caer de bruces ante la virulencia del covid y ahora, con apenas medidas restrictivas, impone cuarentenas.

Hablamos constantemente de los contagios en las zonas de ocio nocturno. Los pubs de Londres, las terrazas del País Vasco francés, están llenas de gente cada noche. Podemos cerrar fronteras, claro que sí, pero esto es un sinsentido. Si Europa no establece medidas conjuntas para combatir el virus, da igual cuánto queramos blindarnos cada país, porque de poco servirá. Las fronteras son límites políticos que en esta pandemia, o se actúa de forma coordinada, o de poco servirán. Es la misma lección que podemos aprender de lo que nos está pasando en casa durante estas semanas. El primer mes de vacaciones, julio, está a punto de cerrar con cifras terribles de contagios. Los que han esperado hasta agosto, están a punto de arrancar unas vacaciones con el temor de no saber qué pasará mientras estén fuera de casa, si la vuelta vendrá con la palabra confinamiento colgada bajo el brazo. Podemos apelar de nuevo a la responsabilidad individual, sí, imprescindible, pero se trata de algo más. Quienes criticaron sin control las medidas que se tomaron en marzo se sienten ahora perdidos, desbordados por tener que gestionar ellos el control de la pandemia, por tener que tomar decisiones. Va a ser un verano extraño en el que lo único que les puedo decir es que descansen todo lo que puedan, carguen pilas, porque vamos a necesitar toda la energía para afrontar el próximo curso.

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