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Qué ven mis ojos

Lo malo de este PP no es que haya perdido el centro, es que ha perdido el norte

Benjamín Prado

“Que dos cosas sean igual de malas no significa que una de ellas no pueda ser peor”.

“El único deber que tenemos con la historia es reescribirla”, dijo Oscar Wilde. Pero como no se puede corregir el pasado, que es el que es, nos guste o no, con sus aciertos y sus errores, para arreglar lo que no funciona hay que centrarse en el presente y cambiar de estilo, de argumentos y de protagonistas. El cuento de hoy es de terror, porque en el mundo hay una pandemia que los científicos aún no pueden doblegar, porque en España las cifras del virus son muy preocupantes y porque Madrid es otra vez la capital de la enfermedad, de nuevo en estado de alerta máxima, con sus ambulatorios saturados –“al borde de la defunción”, según la Organización Médica Colegial–, sus hospitales al filo del colapso y sus ucis de nuevo al límite.

Sin embargo, el Partido Popular, que gobierna la Comunidad y el Ayuntamiento, se lava las manos, no asume la más mínima responsabilidad y, con una mezcla de absentismo laboral, dejación de responsabilidades, insulto a la inteligencia de quienes lo escuchan y cinismo programático, su jefe, Pablo Casado, insiste e insiste en que “la pandemia es competencia exclusiva del Gobierno de Pedro Sánchez”, y eso le permite mantenerse en sus trece, darle otra vuelta de tuerca más a su táctica de bloqueo constante y negación de la realidad. No es que haya perdido el centro, es que ha perdido también el norte. Lo saben en su partido y su silla se mueve. No se podrá quejar, porque él mismo ha causado el terremoto y además le ha salido mal: sus resultados electorales fueron dramáticos; su alianza con la ultraderecha es un ascensor en el que Vox sube y él baja; los pronósticos de la mayor parte de los sondeos le pintan el horizonte de negro y todas sus apuestas salen tan mal que nadie en su sano juicio se lo llevaría al hipódromo, viendo a Cayetana Álvarez de Toledo defenestrada y amotinada y a Isabel Díaz Ayuso en un camino sin salida, con la crisis sanitaria fuera de control y con la mitad de sus compañeros de la formación conservadora pidiendo que se aparte. Tampoco ella se podrá quejar: es de derechas, pero no da una a derechas y es su falta de cabeza lo que propiciará su decapitación política. No será nada raro verla caer al igual que lo hicieron uno tras otro sus antecesores en el puesto, entre los que hay presidentes encarcelados, imputados, forzados a dimitir… Pero es que aquí y ahora sufrimos, por añadidura, las consecuencias de una suma catastrófica: nunca habíamos estado ni en peores manos ni en una situación tan dramática como la que impone el coronavirus. El cóctel es letal.

Este lunes se impuso un cierto grado de sensatez, aunque sea por obligación, la Comunidad de Madrid pidió ayuda al Gobierno y el presidente fue a la Puerta del Sol. Se reunieron para establecer sistemas de coordinación como la creación de un Grupo Covid-19 con unidades técnicas donde estarán desde el ministro Illa al vicepresidente Aguado y en una de las cuales está también el alcalde Almeida, a quien, a este paso, no le van a caber los cargos en la tarjeta de visita. Ojalá den fruto estas medidas y las que se tomen a continuación, pero lo que ya sabemos es que no lo harán si no se refuerzan las plantillas sanitarias, tal y como dijo el propio presidente, y se incrementa el número de rastreadores.

Está bien que Ayuso pida auxilio a la Moncloa, aunque lo haga al mismo tiempo que presume en su comparecencia de este lunes de haberlo hecho todo de cine, pero el caso es que ya le dieron 1.500 millones de euros del Fondo Europeo de Emergencia y nadie sabe dónde están, para qué los ha usado en la lucha contra la pandemia, que es a lo que estaban destinados. ¿Cómo es posible que ahora diga que no contratará médicos para atender a los pacientes que vayan al hospital improvisado de Ifema, sino que los pedirá voluntarios? Tal vez es que el dinero irá a pagar alguna contrata otorgada a un empresario afín. O que lo reserva para construir un sanatorio de pandemias que le costará setenta millones de euros que al final serán el doble, como siempre, y que sea privado. No sé si Pedro Sánchez le preguntaría por eso, pero sí que en su intervención conjunta ofreció muchas clases de asistencia técnica o legal, pero no mencionó un nuevo apoyo económico y, en el turno de preguntas, le recordó lo ya entregado.

Que en Madrid, lo mismo que en otros lugares con niveles muy altos de contagios, hay que tomar medidas, resulta evidente. Que las restricciones de movilidad pueden ser parte de la solución, también es aceptable. El problema es que la fórmula elegida por el Gobierno de Ayuso ofrece muchas dudas y da la impresión de pretender un distanciamiento social con clases sociales que, además, no tiene una apariencia muy útil: un camarero de alguno de los barrios del sur puede ir con su salvoconducto hasta la calle Velázquez, la Gran Vía o el paseo de Rosales, por ejemplo, en un Metro abarrotado, servirle unas cervezas a los clientes del establecimiento donde trabaje y regresar en transporte público a su casa, donde el control será mucho más férreo en todos los sentidos. ¿Sirve de algo eso, o que los parques estén cerrados y escuelas abiertas? ¿Sirve de algo que teatros o salas de conciertos funcionen a medio aforo y el público se desplace hasta ellos en un autobús o un tren llenos hasta la bandera? Casi todo es incongruente, por falta de capacidad o esa clase de interés que puede llevar al mismo alcalde de Madrid a considerar "profundamente irresponsable hacer una manifestación en la Puerta del Sol" contra Ayuso y las caceroladas de la calle Núñez de Balboa contra Sánchez “un derecho de protesta”.

En su discurso de este lunes, Díaz Ayuso volvió a incidir en el birlibirloque de siempre: por una parte, se lamentó de la falta de sanitarios, cuando es su partido, en su cruzada privatizadora, el que echó a tres mil profesionales y restó otras tantas camas a la Seguridad Social, y volvió a repetir que hay que vigilar el aeropuerto mientras no se hace prácticamente nada en el Metro o en la EMT. El secretario general del PP, para calentar el ambiente y apoyarla, insiste en que “Pedro Sánchez debe explicar por qué para entrar en Italia o Alemania se necesita un test PCR negativo y a Barajas se puede entrar libremente”, y se pregunta si la razón de no hacerlo es “que Isabel Díaz Ayuso” lo haya pedido desde el principio para Madrid.” La hipocresía es de goma, se puede estirar hasta casi el infinito.

El presidente, eso sí, le recordó en su intervención, primero de forma casi subliminal y luego de un modo más directo, sus competencias en este terreno y la responsabilidad que conllevan. Pero me temo que, de eso, en el PP no quieren saber nada. O quieren, pero no saben qué hacer. O tienen intereses distintos al interés general. Sin duda, las tres opciones son igual de malas pero la última es la peor. Es una paradoja, pero es la torre desde la que dispara Pablo Casado. España necesita una oposición menos irresponsable y el PP a alguien mejor.

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