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La historia rima

2020

Julián Casanova nueva.

Julián Casanova

En 2018 se conmemoró el centenario de la enfermedad más mortal de los tiempos modernos, llamada por el mundo angloamericano “la gripe española”, The Spanish Lady. Como fue una epidemia global que se entrelazó con todos los horrores y desastres de la Primera Guerra Mundial, muchos de los responsables políticos de entonces apenas le hicieron caso. El presidente estadounidense Woodrow Wilson, quien tantos esfuerzos dedicó a la paz en Europa, no la mencionó en ningún momento de la guerra, pese a que decenas de miles de personas habían fallecido a causa de ella en Estados Unidos antes de la firma del Armisticio en noviembre de 1918. Mucha gente se negó a cumplir las normas sobre el uso de mascarillas y disidentes y resistentes en nombre de la libertad crearon ligas “Anti-Mask”Anti-Mask en diferentes ciudades, la más influyente en San Francisco.

Hacia finales de 1919 había infectado a un tercio de los 1.800 millones de la población mundial y se había llevado a la tumba a más de treinta millones. Los historiadores, con algunas excepciones, siempre nos hemos preocupado más de los muertos en las trincheras, de la Paz de Versalles y de sus consecuencias que de aquella pandemia. El centenario de 1918 dejó ríos de tinta sobre la Primera Guerra Mundial, el Armisticio y la caída de los Imperios, asuntos en verdad transcendentales para comprender el siglo XX, y apenas una cuantos libros sobre la gripe. Uno de ellos, el del conocido autor estadounidense Kenneth C. Davis, apareció con el significativo titulo More Deadly than War: The Hidden Story of the Spanish Flu and the First Worl War.

En 2018 los historiadores y especialistas en epidemias buscaban en aquella gripe similitudes y diferencias con el Ebola y el Zika. Después de lo vivido en 2020, mucha gente nos ha preguntado a los historiadores por qué fue tan letal aquella enfermedad, qué hicieron los contemporáneos para pararla y que lecciones habíamos aprendido u olvidado cien años después.

La gripe de 1918 nació en medio de una guerra que desde unos meses antes, con la entrada de Estados Unidos en ella, se había convertido en mundial. Las naciones combatientes ocultaron su existencia para proteger la moral de la población y de sus tropas. Militares y políticos le quitaron importancia y la segunda ola de la pandemia, la peor, estaba en su punto álgido en el momento del Armisticio, celebrado por las naciones victoriosas con desfiles patrióticos y por las derrotadas con insurrecciones populares y derribo de monarquías. Cuando cesaron sus efectos más dañinos, en el período de transición de la guerra a la paz, el trauma de la derrota produjo en varios países europeos un impacto profundo entre las élites políticas, intelectuales y militares. La guerra fue seguida de una oleada de violencia paramilitar, de “brutalización” de la política y de glorificación de las armas y de la violencia. De fascismo y comunismo, proyectos revolucionarios y contrarrevolucionarios y desintegración del control del Estado sobre la sociedad civil.

El orden pactado de posguerra se desmoronó y las pretensiones revisionistas y expansionistas de Hitler cambiaron el escenario de la política internacional y obligaron a resolver la crisis por las armas, en una nueva guerra, “total”, combatida por poblaciones enteras, sin barreras entre soldados y civiles. Toda la construcción de la cultura aristocrática, burguesa e imperial de Europa se hundió en el abismo en esas tres décadas.

Hoy no estamos en guerra, con millones de muertos y violencia extrema, y los caminos de democracia y libertad que se consolidaron desde hace ya décadas han posibilitado una dedicación ingente de recursos sanitarios, políticos y económicos que no estaban disponibles en 1918. La ciencia, la tecnología y la producción industrial, puestas en los años treinta y cuarenta al servicio de las dictaduras, de la fuerza militar y de las políticas de exterminio han servido ahora para investigar y coordinar a miles de científicos de todo el mundo en la contención del contagio y en el desarrollo de la vacuna. Y aunque negacionistas y amantes de las teorías conspirativas se han encargado de buscar perversos culpables y creadores del virus, ninguna democracia ha aprobado leyes de censura para impedir el acceso a la información.

Pero no será fácil volver a la “normalidad” en medio de este océano de desgracias que está dejando el covid-19 en una buena parte del mundo. Es probable que las políticas de odio y exclusión aumenten con nuevas crisis migratorias, que los Estados encuentren muchas dificultades para distribuir los recursos de forma justa entre los sectores más afectados y que los nuevos autoritarismos, ya en el poder en bastantes países, sigan socavando la democracia desde dentro, desde las instituciones y los parlamentos, con amplios apoyos sociales.

Por eso hay que escuchar las lecciones de la historia, aprender de ellas y bloquear sus ecos y rimas más perniciosos. 2020 ha sido un año muy malo, trágico para millones de familias que han perdido a sus seres más queridos, inicio de una era de incertidumbre cuyos efectos percibiremos durante mucho tiempo. Pero no es la primera vez que los hombres y mujeres experimentamos cuarentenas, tenemos que llevar máscaras, la economía sufre descalabros o que las escuelas y universidades tienen que interrumpir o cambiar sus enseñanzas. Vuelvan la vista atrás, paseen por la historia de los países que en Asia, Europa, América o África quedaron varias veces en ruinas en el siglo XX. Pregunten a los mayores sobre el hambre, las cárceles, la represión, las deportaciones masivas o la ausencia completa de derechos civiles.

Propaganda, miedo y mentiras

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Las democracias que dejaron atrás las versiones más extremas del nacionalismo, militarismo y autoritarismo ya crearon durante mucho tiempo antídotos frente a las utopías salvadoras y edificaron un sistema de inclusión social, de estados de bienestar y de mayor protección e igualdad. Son caminos que pueden servir de guía. Y lecciones de la historia para quienes las quieran escuchar.

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Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y Visiting Professor en la Central European University de Viena.

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