Segunda vuelta

Vox-matonismo y sus dianas

Pilar Velasco

Cada vez que recibimos un nuevo impacto de Vox la primera reacción es de agotamiento. Otra vez. Ya están aquí. El nivel de escalada es tan brutal que provoca incredulidad. Luego viene la resistencia a colocarlos en el centro del debate. A dejar que condicionen el ciclo informativo con su dichosa turbina de odio que lo revuelve todo. Y tras cada descarga, toca contestar. Reaccionar en bloque. No queda otra. Hasta ahora lo hemos hecho desde la sociedad, los medios, algunos partidos. En bloque, lo que se dice en bloque y desde la política, no ha ocurrido. Mientras el Parlamento Europeo se enfrenta a Hungría, toca confiar en que el día en que Vox sobrepase una línea sin vuelta atrás, ya que la derecha patria no responde, lo haga Europa.

El señalamiento de Vox, ese sabemos dónde vives, ahora los nuestros también, es nuevo. Trump no se atrevió a tanto. Cargó contra los medios, hizo barbaridades, les hubiera arruinado de haber estado en su mano, pero nunca publicó nombres y direcciones de despachos particulares. Mandó a la turba violenta al Congreso, incitó a un acto de sedición sin precedentes, pero no a la casa de Joe Biden o al apartamento en Brooklyn de Alexandria Ocasio-Cortez.

Las amenazas al editor de RBA provocan escalofríos porque dejan abierta la posibilidad de que vayan a por él, como piden veladamente para esquivar las acciones legales. Lo primero al ver la foto de Ricardo Rodrigo en la cuenta-diana oficial de Vox es pensar en su familia. En la posibilidad de que tenga hijos en el colegio, en la universidad. En su pareja, hermanos, padres, amigos. En los suyos cuando vean su nombre señalado por la ultraderecha en un flashback a prácticas de los años más negros. Una manera muy cobarde de generar miedo y evitar responsabilidades.

Y lo han hecho en la misma semana en la que se revuelven cuando se les señala por incitar a la homofobia, defendiéndose mediocremente de su propio discurso. Nadie les ha culpado del asesinato de Samuel Luiz. Sí de generar un discurso que provoca el odio contra un colectivo y del que en política toca responder por las consecuencias cuando se transforma en violencia. El goteo diario de sus declaraciones, la insistencia en un programa electoral incompatible con los parámetros de la democracia occidental, coge forma e indigna al materializarse en la brutalidad de la vida real.

No son declaraciones aisladas. Santiago Abascal, Macarena Olona, Rocío Monasterio, Herman Tertsch. Todos están en contra del matrimonio homosexual, de la adopción a no ser que “a esos niños no les quiera nadie”, en la línea de Viktor Orban, pretenden revertir las leyes LGTBI, claman que se haya “pasado de dar palizas a homosexuales a que impongan su ley”, promueven las 'terapias de conversión' de homosexuales y prohiben que en los colegios expertos en LGTBIfobia den clases de educación y expliquen a los niños la normalización de la diversidad sexual. Es muy sencillo. Si estás en contra de todo esto, eres homófobo. Si incitas a la homofobia, corres el riesgo de ser cómplice de la violencia homófoba.

La LGTBIfobia responde a una ideología, a una motivación inmoral. Y hay una línea continua que va del discurso de Vox a quienes se ven legitimados a expulsar de la sociedad a quienes no son como ellos. Son el paraguas que otros utilizan de cobertura para gritar, amenazar, golpear. Y cuando tus discursos señalan, tienes que responder por ellos.

El exdirigente Eduardo Madina ha enmarcado a la perfección qué está ocurriendo. En la tertulia de Hoy por Hoy se preguntaba qué aprendió Santiago Abascal de la violencia que compartieron en la juventud. “Nos educamos en el País Vasco, donde, un periódico muy cercano a un partido que envolvía a una banda terrorista, estas cosas pasaban a diario. - ¿Han visto ustedes al concejal del PP de Ermua? ¿Han visto al periodista que ha escrito esto? ¿Se han fijado en este juez? Señalaban para enviar a gente a ese portal, a la puerta de ese juzgado, a esa redacción. Esto recuerda desgraciadamente a aquello”, concluía.

Tokio 2020, por fin lo vulnerable se hace fuerte

Tokio 2020, por fin lo vulnerable se hace fuerte

Efectivamente es eso. La gran mayoría de la sociedad lo tiene claro y ha inundado las calles contra el asesinato de Samuel Luiz, en contra de todas las agresiones que van en aumento. Hay más porque se denuncian, y más porque siguen produciéndose. También ha habido una respuesta unánime a favor de El Jueves. Y será así por cada asesinato. Por cada amenaza. Por cada derecho y paso atrás al que pretendan arrastrarnos.

En la semana que tendríamos que hablar sobre una nueva ola pandémica, nos han salpicado varias olas de odio. En distintos grados y todos dolorosos. El asesinato de Samuel al grito de maricón de mierda; el de los jueces, validando el cartel contra los menores extranjeros porque les parecen un “problema político y social”, un mensaje que solo apoya Vox, ni siquiera el PP; y el señalamiento a un empresario al que exigen responsabilidades a la salida del trabajo, “en la calle”. En todas, encontramos a Vox en el fondo o en la forma.

Claro que hacen falta mejores leyes ante el auge y el clima de LGTBIfobia. Pero también hace falta que las pancartas contra el odio las sujeten todos. Cuando Europa y la Comisión Europea se enfrentan a Hungría por su ley homófoba LGTB, a Pablo Casado le ha dado por decir que a España tendrán que rescatarla como a Grecia. Igual el rescate es a la inversa, y la derecha europea acaba rescatando a la española. Y por extensión, nos rescata de Vox.

Más sobre este tema
stats