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Una guerra desconocida

Silvia Barradas

Siento incertidumbre, esa motivación humana relacionada con la necesidad de saber qué va a pasar. Tengo miedo a lo desconocido. Me aterra pensar que en estos momentos pueda ocurrirle algo a mi familia, a mis amigos. Me agobia sentir no poder estar con ellos. La vida es una permanente exposición a lo inesperado y el coronavirus nos lo ha demostrado de bruces, sin anestesia –nunca mejor dicho–.

Un virus que veíamos desde lejos y que jamás imaginamos que paralizaría nuestro país, cerraría nuestras fronteras, cambiaría nuestra vida, nuestra cotidianidad. Un monstruo que se convierte en miles de monstruitos, que se propaga más rápido que el fuego, y que ya ha bloqueado el mundo entero. Llevamos más de una semana con giros radicales en nuestras rutinas. Intento leer, ver películas –nuevas y viejas–, hacer ejercicio, cocinar...siempre que la concentración lo permita, que es muy puñetera. Abro un libro, leo una página y no comprendo nada, me invade el pánico, la ansiedad. Son estados mentales normales ante la espera de lo inesperado, me susurro (si eso se puede). Y, en vez de sucumbir al miedo, yo me pinto los labios de rojo. Siento inquietud por el presente y el futuro más cercano.

Este covid-19 me ha pillado en paro y haciendo pruebas para empezar a trabajar. Pruebas que no se reanudarán porque todo está parado (menos la expansión del virus). Me preocupa toda la gente que está perdiendo su empleo, los negocios cerrados... pero lo que me tiene más aterrorizada son las cifras de contagios, los enfermos ingresados en UCI y las personas que mueren cada día (en gerundio). Personas que mueren solas, la mayoría son los abuelos de España, esos que lucharon por la Democracia. Mi abuela tiene 84 años, vive sola en Valencia de Alcántara, un pueblo cacereño, no tiene internet (tampoco sabe bien lo que es), no tiene un móvil de última generación, solo un móvil con teclado y números grandes, cada número representa a una de sus hijas porque ella no sabe leer ni escribir. Solo tiene una televisión, donde ve La 1 y Canal Extremadura. Le llamamos para saber cómo está y acompañarla de alguna manera. Su hija pequeña vive al lado y es la encargada de llevarle la compra y los medicamentos.

El primer día que yo la llamé, su única nieta en Madrid, al descolgar el teléfono me dijo: "Hija, tú que eres periodista y estás en Madrid, dime la verdad, ¿esto es la guerra, ha empezado ya allí?". Le dije que es una guerra contra un enemigo invisible pero que nuestra arma más valiosa es quedarnos en casa y guardar en la recámara muchos besos y abrazos para cuando pase el confinamiento. Es una mujer valiente y luchadora pero tiene miedo, miedo bélico. Ella no se aburre. Sabe cómo entretenerse sin artificios, solo con sus recuerdos. Al colgar me dijo que estaba más tranquila pero su voz está más quebrada que nunca, y yo siento unos deseos locos por abrazarla. Parece que necesitemos una pandemia (mundial es redundancia) para valorar lo importante, la rutina, lo cotidiano, para saber querernos y amarnos. Deseo que tras esto aprendamos a controlar el pánico ante nimiedades.

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Silvia Barradas es periodista.

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