Plaza Pública

Pandemia y metáfora bélica

Javier Franzé

En varias de sus comparecencias, Pedro Sánchez ha reiterado su enfoque de la pandemia y la alarma social en clave de guerra. Ha hablado de “una guerra nunca antes librada” contra el virus que tiene en su “primera línea de defensa y de combate” a los sanitarios y que requiere de toda la sociedad “sacrificio, unidad y disciplina” para “salvar vidas”. Sánchez presentó un plan con “etapas y objetivos” para alcanzar “la victoria” en la que calificó “la gran crisis de nuestras vidas”. “La unión de los ciudadanos”, afirmó, es “la mayor fuerza de una nación”.

Este enfoque viene despertando la crítica de algunas voces de la izquierda por considerarlo belicista y peligroso, en virtud de las consecuencias autoritarias que podría tener. Estas críticas parecen basarse en dos elementos: la consideración de la guerra como mal absoluto y la escisión radical entre democracia y guerra. Es cierto que la asociación de un desastre excepcional y colectivo como esta pandemia con una guerra no habla del todo bien de la historia de nuestros estados democráticos. Que no tengamos en nuestro bagaje de vida estatal otros ejemplos para ilustrar el significado de la situación resulta pobre en términos democráticos.

En España hay grandes ejemplos de solidaridad colectiva, como la reacción social ante los atentados de Atocha en 2004, pero aquella situación no es comparable con ésta en duración, incertidumbre, novedad ni en términos de la movilización total que requiere para salvar vidas. Por tanto, en ese sentido resulta comprensible que desde el punto de vista de la responsabilidad política de un gobierno que debe auspiciar, coordinar y sostener esa movilización unificada de la sociedad en su conjunto no haya —por más mal que eso hable de nuestro bagaje— una metáfora más eficaz que la de la guerra. Invocar una “situación de pandemia” probablemente diga algo a la ciudadanía en una hipotética próxima vez, y entonces sí habrá que usarla, pero no parece hacerlo hoy. Así, la metáfora de la guerra constituye un mal menor ante la posibilidad de no lograr esa movilización unificada que la situación requiere, lo que redundaría en más muertes. Que la guerra pueda ser una metáfora eficaz no dice todo del presunto carácter belicista de quien la enuncia, sino algo más profundo que a la izquierda en general le cuesta asumir, lo cual se ve en su reacción moralista: que el mal y el bien suelen estar entrelazados, no prístinamente separados como en los cuentos infantiles… o en las películas belicistas

En efecto, la guerra es un mal —probablemente el más terrible e inenarrable de todos— que a veces ha convivido con grandes movilizaciones colectivas que la han sostenido en la retaguardia civil, las cuales han vuelto luego irresistibles demandas democráticas como el voto (en Alemania después de la Primera Guerra Mundial y en Francia tras 1945 con la ampliación del voto femenino, por citar sólo dos ejemplos). La democracia social y pluralista europea, basada en los derechos humanos, cuya corrosión comprobamos hoy precisamente como debilidad ante la pandemia, se forjó como resultado del triunfo bélico antifascista. Desde luego que esto no significa, ni hace falta aclararlo, que como la guerra es un mal que a veces puede traer algún bien haya que buscarla deliberadamente, ni que sea el único camino para lograr esos fines buenos. Ni mucho menos. Pensar así, o incluso peor, entender la guerra como verdad de la vida sería, precisamente, belicista, además de fascista.

La respuesta colectiva en España ante la pandemia, salvo excepciones controladoras y egoístas que ya estaban presentes bajo formas diversas en la “normalidad” previa (desde el bullying hasta el machismo, pasando por el neoliberal “sálvese quien pueda”), está resultando un pacífico ejemplo de priorización de lo colectivo sobre lo individual que no parece estar dando la razón a la preocupación de ciertas voces de la izquierda acerca del peligro de un discurso “belicista”. Probablemente porque no hay tal discurso, sino uno que utiliza la guerra como metáfora literaria y no literal para la unificación de las energías colectivas en pos de evitar la pérdida de más vidas.

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Javier Franzé es profesor de Teoría Política, Universidad Complutense de Madrid

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