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Soluciones digitales ilimitadas

Imagen de archivo de una persona usuaria del teléfono móvil.

Albino Prada

Ya antes del tsunami sanitario, social y económico derivado de la pandemia de este coronavirus las conocidas como GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft) se habían hecho con la hegemonía empresarial global en esta parte del mundo. Su auténtico poder radica en al control cuasi monopólico del software (Android, Windows, iOS), del big data y de los vertiginosos desarrollos de inteligencia artificial.

De estas tecnologías dependen hoy las finanzas, la logística, la defensa, los sistemas energéticos, las manufacturas y, como aquí veremos, cada vez más servicios a escala global. Con intensos flujos aéreos, navales y de cadenas de producción que no son ajenos a una transmisión casi instantánea de lo bueno y lo malo (como una pandemia sanitaria… fiscal, ambiental, laboral o social).

Prescindo de una hipótesis conspiratoria. Me es suficiente tomar nota aquí de cómo esta maquinaria, ya hegemónica, ha pillado al vuelo en esta pandemia global una oportunidad de oro (shock disruptivo) para ocupar espacios que se le venían resistiendo en mayor o menor medida. Y la están aprovechando a tope con el concurso de los muchos gobernantes y consumidores que compran su solucionismo digital sin pestañear. Revisemos brevemente algunos ejemplos.

Los servicios educativos presentaban para las GAFAM y sus satélites una doble dificultad: su carácter en buena medida público y su naturaleza presencial, humana, directa. Para lo primero ya contaban con la corrosión de la enseñanza concertada y privada, pero es para lo segundo que la pandemia está siendo una oportunidad de oro. Para vender la tele docencia online, su software y sus aparatos. Con un potencial centralizador y monopolizador ilimitado.

Porque si en una primera fase lo asumiesen los docentes (en vez abordar un excepcional refuerzo de las plantillas junto a una reorganización radical de los espacios, turnos y calendarios educativos que anclen al máximo lo presencial como irrenunciable), poco a poco las economías a escala de la teledocencia harán que casi todo aprendizaje acabe siendo negocio privado con muy poco empleo… aunque pagado por el Estado.

Y así, con la excusa de la distancia social, profundizaremos la incomunicación social. Y de una diversidad humana de maestros y profesores pasaremos a una uniforme IA con manuales de instrucciones estándar para todo. De lo oral-impreso a lo visual-digital.

Fuente: “Caminos de incertidumbre” (2020) (página 61).

En los servicios sanitarios a las dos dificultades anteriores hay que sumar las muy sensibles de privacidad de los datos (historiales médicos por ejemplo). También aquí las GAFAM y sus criaturas privativas han venteado oportunidades para que el Estado les abra una brecha creciente de negocio. Para rastrear los contactos personales, para cubrir consultas online, muy pronto para incorporar (en el entorno 5G) sensores e IA con servicios sanitarios a domicilio. Y así, poco a poco, irán accediendo al big data sanitario de un país. Todo ello en detrimento de una sanidad pública universal basada en la atención personal igualitaria. Privatizando prestaciones y con cada vez menos empleo.

En los servicios de dependencia o para tercera edad, más de lo mismo. Y aunque ha sido una gestión privada especulativa y temeraria de las residencias lo que ha explotado como una bomba criminal con la pandemia, va a resultar ahora que serán empresas privadas las que nos ofrecerán la alternativa: tele asistencia online y software para supervisar/tutelar a los mayores. Sin embargo, la alternativa a todo esto es de manual: una red capaz de ayuda domiciliaria personalizada y residencias con –mucho más- empleo público digno. Ese empleo que tanto escasea en otros sectores cada vez más automatizados.

En los servicios comerciales tratan de arrinconar las ofertas físicas y de proximidad. El comercio online ya venía creciendo en España a tasas de casi el 30 % en 2018 (mientras el comercio en tiendas físicas lo hacía escasamente). Y lo venía haciendo en no pocas especialidades comerciales (ver aquí). Todo lo asociado al turismo (agencias, transporte, hoteles) va en cabeza junto al grupo “otros” (Amazon o Alibaba, que crecen a tasas del 40% anual). Pero también se dispara en ropa, juegos, ocios, deportes, marketing, publicidad, grandes almacenes o hipermercados. Será así que, con el control de una red difusa de distribución y transporte, como mucho sobrevivirán apenas peluquerías, estancos y farmacias en nuestras calles.

Toda una galopante dependencia, nada resiliente, de las GAFAM y sus criaturas. De nuevo con muy poco empleo directo y con proveedores deslocalizados. Que cuando se conozcan los datos de este 2020 nos dejarán con la boca abierta. Un ejemplo de manual de la inconsciencia de millones de trabajadores cuando actuamos como consumidores.

Con estas premisas poco tiempo de vida les queda a los actuales servicios financieros. Para empezar porque la ventaja competitiva de una red física basada en la atención personal la están laminando ellos solitos hacia la relación online. Y, hecho esto, lo que pueda ofrecer la banca tradicional frente a las criaturas de las GAFAM tiene los días contados. Ya están en ello y los banqueros lo saben. Amazon puede vender, financiar, hacer producir y colocar en tu casa todo lo que necesites. Incluso sabe, antes que tú, lo que necesitas. Las peluquerías puede que resistan, pero oficinas bancarias cada vez menos.

Podríamos seguir razonando igual con servicios de seguridad, con realización de actos sociales virtuales, con evitar el soporte papel,… todos ellos ejemplos de cómo la pandemia les está permitiendo vender presuntas alternativas más seguras. Y, como no, más rentables para su alternativa privativa y automatizada.

Lo que supone dar por sentado que la seguridad para nuestra salud frente a una pandemia, en todos los casos anteriores, no se puede ni debe conseguir con más y mejor precaución y organización social colectiva: educativa, sanitaria, geriátrica, comercial, turística o financiera. Con más recursos y empleo humano directo, con medidas físicas de protección.

Conclusión

Depender cada vez más de la digitalización y de pantallas no solo lamina las oportunidades de empleo y de atención personalizada, sino que pone a huevo hacer mutar empleos bajo convenio laboral en falsos autónomos o colaboradores. Pues si ya fue posible hacerlo con miles de chóferes con furgoneta y un móvil (Ken Loach, 2019), imagínense lo que puede hacerse con millones de trabajadoras con una mesa, en una habitación de casa y una conexión a internet.

Y así lo que tendría que caminar hacia una reducción de jornada laboral rotunda y generalizada, se transformará en una ampliación difusa de unos servicios online que no se sabe cuando empiezan y cuando acaban. Y al que se resista y se ponga estrecho se le recordará que “la digitalización es global”, (Garamendi dixit) con lo que a la inicial desalarización y externalización del teletrabajo se le añadirá una deslocalización galopante.

Siendo así que, además, se trata de una apuesta de extrema fragilidad e incertidumbre social. Porque hoy, por ejemplo, una sola empresa controla la mitad del tráfico de internet de España. Algo que sumado al control de las GAFAM (Google, Facebook, Amazon o Netflix tienen sus contenidos guardados ahí) nos ayuda a explicar por qué en el horizonte del 5G, la IA y el big data, el gobierno chino ha tomado la enigmática decisión de erradicar el hardware y software occidental en todos sus organismos públicos antes de 2022. Levantando un telón de precaución ahora no de acero, pero sí digital.

Por todo lo que antecede el solucionismo digital, cuando resolvemos cada vez más cosas de nuestras vidas en las pantallas, podría acabar siendo una apuesta de aún mayor riesgo social que el derivado de la no precaución frente a una pandemia biológica.

No ya porque, como suponen con acierto en China, la seguridad militar y de aprovisionamientos estratégicos la ponemos en manos de una plutocracia (GAFAM) foránea y lejana sino porque, al así hacerlo, tiramos por el fregadero el capital social que nos permitió avanzar hacia una sociedad decente. En palabras de dos de sus máximos gurús: “... se puede usar la tecnología digital para poner patas arriba las sociedades e incluso hacerlas trizas” (Eric Schmidt y Jared Cohen). Moscas: ¡sí, se puede¡. Recomiendo tomar buena nota de este aviso lapidario y, en justa correspondencia, actuar con esta tropa mucho más enérgicamente que con la entrañable tasa Google.

Acabo. España en suma, como parte activa de una estrategia compartida en la Unión Europea, debiera navegar con rumbo propio lejos tanto de las dos trincheras digitales del Pacífico (Google o Baidu), como de un hipercapitalismo depredador del Estado de Bienestar que ambas trincheras comparten. Para ser cada vez más, y no menos, resilientes, soberanos e inclusivos.

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Albino Prada es investigador de ECOBAS, autor del ensayo “Crítica del hipercapitalismo digital” (2019), acaba de publicar “Caminos de incertidumbre. Tecnologías y sociedad” ambos en Los libros de la Catarata.

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