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El covid-19 y la economía social

Una larga cola de personas esperan para recoger comida en la parroquia de Santa Anna de Barcelona.

Cándido Román Cervantes

El 4 de julio se celebró el Día Internacional de las Cooperativas. Dicha efemérides adquiere más sentido que nunca en estos tiempos de pandemia sanitaria, no solo por el inestimable esfuerzo que las cooperativas agrarias, sociedades agrarias de transformación y cofradías de pescadores han hecho para tenernos abastecidos de productos básicos, sino por el peso que lo social y lo humano tiene en las empresas que constituyen la familia de la economía social.

Desde que se decretó el estado de alarma el 14 de marzo, en todos los medios de comunicación, en las tertulias televisivas y radiofónicas, en los titulares de prensa, en las declaraciones de los políticos, en las de los deportistas, en la de los representantes del mundo de la cultura, la educación y la economía, todas tenían un denominador común: juntos salimos.juntos salimos Incluso entrenadores de baloncesto manifestaban que estos sacrificios se hacían por el “bien común”. Expresiones como todos unidos somos más fuertes” han sido habituales en los meses más duros de confinamiento.

Parece que conceptos como lo común, el cooperar, el colaborar, el compartir, adquieren una mayor relevancia en contextos de grave dificultad. Es entonces y no antes cuando se llama a la conciencia colectiva como respuesta a situaciones que pueden provocar catarsis en el sistema político y en la organización de la sociedad. Las alusiones a lo común y a lo mutuo no son nuevas. Un cartel promocional del Plan Marshall de 1950 decía Whatever the weather we only reach welfare together”. Final de la II Guerra Mundial, urgencia imperiosa de acciones conjuntas para reconstruir unas economías europeas devastadas por el conflicto bélico y necesitadas de capital. En realidad, lo que está sucediendo hoy día en plena pandemia mundial del covid-19 con todas estas llamadas a la cooperación, responde al comportamiento que los pueblos han tenido desde la más remota antigüedad. Es el uso responsable e igualitario de los bienes comunales tribales para hacerlos sostenibles en el tiempo, en la línea desarrollada por la Premio Nobel de Economía Elinor Ostrom. Es la compartimentación de los costes y de los beneficios mediante la colaboración entre los socios, y es la mejora del nivel de vida de los trabajadores por el aumento de los salarios reales gracias a la minimización del precio de los productos básicos. Exactamente lo que estaban pensando los padres del actual cooperativismo moderno de consumo cuando crearon la primera cooperativa allá por el año 1844 en Rochadle, un pequeño pueblo obrero industrial cerca de Manchester. Todo ello son resultados de acciones colectivas que se empoderan en períodos de crisis económicas o sanitarias como la que nos ocupa y preocupa.

El Tercer Sector, y las entidades que define la Ley española de Economía Social (Ley 5/2011, de 29 de marzo) se hacen valer cuando surgen dificultades reafirmando su carácter anticíclico. En España, según informe del 14 de mayo de la Confederación Empresarial Española de Economía Social (CEPES), éstas organizaciones aportan el 10% del PIB, con 2,2 millones de empleos directos e indirectos. En la Unión Europea constituyen el 8% del PIB a través de 2,8 millones de empresas y 13,6 millones de puestos de trabajo. A nivel mundial suponen el 7% del PIB y del empleo, tal y como informó recientemente el secretario de las Naciones Unidas. Los valores y principios con los que actúan las empresas de la Economía Social suponen una aportación a la sociedad de 6.229 millones de euros anuales, 3.930 millones de euros en rentas salariales a colectivos de difícil empleabilidad y 1.770 millones de euros anuales de beneficios para las Administraciones Públicas. En España tenemos importantes grupos empresariales. Entre ellos facturan más de 95.234 millones de euros: Grupo Cooperativo Cajamar, Corporación Mondragón, Fundación Espriu Grupo Ilunion, Atlantis-Grupo ACM España, Grupo Clade y Grupo Cooperativo Gredos San Diego.

Pero quienes de un modo admirable han estado colaborando desinteresadamente son las organizaciones del Tercer Sector Social, que abarcan desde la entidades singulares como la ONCE hasta la Cruz Roja, fundaciones sociales, ONG, asociaciones sin animo de lucro, voluntarios, bancos de alimentos, iniciativas ciudadanas. Muchos de ellos movimientos espontáneos que surgen para paliar las gravísimas dificultades que los efectos en la economía y en el empleo está teniendo el covid-19 para los ciudadanos con menos recursos. No esta claro que vayamos hacia una disrupción del modelo económico liberal. Han sido muchos los ciclos económicos de media y larga duración a lo largo de la historia económica, desde el nacimiento del capitalismo comercial durante el siglo XVI hasta nuestros días. Y, a pesar de ello, el capitalismo ha sobrevivido, ha sabido adaptarse, ha mutado como los virus y lo hará ahora también. Pero hay un elemento positivo en todo ello y es la caída del índices de desigualdad a nivel mundial. Como ha señalado recientemente Thomas Pikkety en una entrevista realizada el 12 de mayo en el periódico británico The Guardian, los efectos de la pandemia en la estructura económica de los países dará como resultado una mayor presencia de las políticas keynesianas y una mejor redistribución de las riqueza. A la postre el cambio de paradigma económico lleva implícito comportamientos empresariales orientados hacia la reducción de las desigualdades en la sociedad, a la responsabilidad social empresarial y la cuantificación del valor social. Todo ello orientado hacia las pautas que marcan los ODS 2030.

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Los trabajadores afectados por los ERTES, pueden buscar fórmulas de empleabilidad en las entidades de economía social como por ejemplo en las cooperativas de trabajo asociado. Las empresas con dificultades deberían transformarse, haciendo que sus trabajadores se conviertan en socias y socios, conservando los empleos, participando en un proyecto conjunto y viable a largo plazo, con visión de futuro estable y sostenible. La crisis provocada por el covid-19 debe interpretarse como una oportunidad para mantener el empleo buscando fórmulas cooparticipativas en las que se prioriza más a las personas y sus valores que al capital. Es tiempo de coopetir y no de competir.

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Cándido Román Cervantes es director de la cátedra Cajasiete de Economía Social y Cooperativa en la Universidad de La Laguna.

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