Plaza Pública

2021: ¿Qué economía queremos (y podemos) tener?

Agricultura

Albino Prada

A tenor de los ingentes gastos públicos necesarios para paliar el impacto social derivado de la contaminación biológica por covid-19, al colapsar las actividades económicas en nuestro país, es habitual escuchar, al discutir y priorizar la orientación y beneficiarios de dichos fondos, que “todo el sector público, incluso los impuestos que pagan los empleados públicos, viene del sector privado”.

Lo que se deja caer, por si a alguien se le ocurre dudar de si deben ser o no las empresas las primeras receptoras de las toneladas de millones de dinero público (Next Genetarion EU). Un argumento recurrente para “poner en su sitio” al sector público (por ejemplo en foros de universidades y empresas) y que, por lo tanto, no dudo que se trasmite en multitud de encuentros, reuniones y comidas de trabajo de nuestros dirigentes empresariales.

Argumento torticero

Voy a tomarme en serio por unos minutos este argumento para aclarar de qué estamos hablando. Por si le fuera útil a quienes se vean acosados por este órdago y por el imparable poder dialéctico que de él parece desprenderse. Ya que, si la cosa fuera tan simple, ¿quién se atrevería a argumentar que pueda ser más prioritario reforzar nuestro empleo público que dar subvenciones a empresas privadas que lo necesiten?. Por ejemplo: ¿por qué no subvencionar antes las compras de coches que reforzar las becas para formarse en un centro público? Si todo viene del sector privado la respuesta parece de cajón. Pero la cosa no es tan simple.

Pensemos en la sanidad pública. La mantenemos con impuestos (unos más que otros: trabajadores y consumidores con más esfuerzo que rentistas y grandes patrimonios) y, cierto es, incluso los impuestos que pagan sus trabajadores provienen de otra parte.

No obstante, si esa sanidad fuera privada sucedería algo semejante: sus salarios, sus impuestos (y ahora sus beneficios) vendrían de otra parte. De los precios que pagan sus usuarios con sus rentas. ¿Y esas rentas?, de la riqueza material generada por las actividades en que están ocupados los usuarios.

De manera que la mayor parte de las actividades de servicios que cubre en España el sector público (sanitarias, educativas, protección social, seguridad ciudadana, gestión de pensiones o seguros de desempleo, etc.) aunque todas ellas fueran cubiertas por empresas privadas (en Estados Unidos están en ese frenesí neoliberal desde hace décadas) dependerían de la riqueza generada por aquella parte de la población ocupada en actividades que no son servicios (agrarias, manufacturas o construcción) pero que necesitan que esos servicios (sanitarios, educativos, seguridad social o pública, etc.) estén cubiertos para su adecuado o inclusivo funcionamiento económico y social.

La distinción crucial

Distinguir entre actividades que no son servicios y servicios (ya producidos por el sector público o por empresas privadas) es, en este asunto, la desagregación clave. No la maniquea distinción entre sector público y la empresa privada de aquel argumento inicial.

Merece la pena que observemos, en el siguiente gráfico, cómo ha evolucionado este asunto en España desde el año 1950 hasta la actualidad. Para sacar conclusiones esclarecedoras sobre lo que estamos hablando.

Porcentaje de las horas totales trabajadas en España en actividades no terciarias

La muy buena noticia es que del total de horas trabajadas en España en el año 2017 apenas 24 horas de cada 100 fueron necesarias para generar la riqueza (alimentos, manufacturas, energía, construcción) necesaria para nuestras necesidades materiales (en actividades no terciarias). Nada menos que las otras 76 (de cada 100) pudimos destinarlas (y pagarlas a trabajadores, ya públicos ya privados) a servicios de todo tipo (sanitarios, educativos, sociales, jubilación... pero también comerciales, financieros, publicitarios, restauración, entretenimiento, cultura, etc.).

Observe el lector que en el año 1950 la situación era justamente la inversa. Eran 74 las horas (de cada 100) para la producción material y apenas 26 para los servicios. Se habría cumplido en España lo que ya pronosticara Keynes en el año 1931: “Podremos llevar a cabo todas las operaciones de la agricultura, la minería y la fabricación con una cuarta parte del esfuerzo humano al que estamos habituados”.

Muy simple: los servicios públicos forman parte (afortunadamente) de una parte creciente y mayoritaria de nuestra actividad económica que ya no es producción material.

Cosas tan necesarias como la sanidad para que todos los ciudadanos (desde luego, los que están ocupados en la producción material) estén en condiciones de cumplir con sus tareas y tener una vida saludable (por ejemplo ante una pandemia). No menos necesario que el circuito de transporte y el comercio que canaliza esos productos materiales hacia sus consumidores.

O cosas tan necesarias como la educación universal o la investigación básica que son, justamente, las que nos han permitido alcanzar el aparente milagro de la gráfica que estamos comentando. Lo que puede denominarse sin exageración un cada vez más potente cerebro social colectivo (técnicas, habilidades, conocimientos) que están detrás de un milagro de productividad social (no, por favor, de ocurrencias empresariales de adolescentes en un garaje) asociado a un creciente acervo colectivo de ciencia y tecnología. En este punto recomiendo leer con detalle a Mariana Mazzucato para explicase el origen real del milagro de la economía digital.

Conclusión

De manera que esto no va de que todo lo público dependa de las empresas privadas,esto no va de que sino más bien de las crecientes actividades de servicios (públicos o privados, tanto da en este punto) que reclaman, y al mismo tiempo alimentan, nuestras cada vez más eficientes actividades de producción material, en una sociedad que quiere ser cada día más civilizada.

Actividades de producción material que de ocupar 74 horas de cada 100 en el año 1950 han pasado a ocupar apenas 24 en la actualidad. Y que, aun así, nos permiten disfrutar de más alimentos, manufacturas o viviendas que nunca antes. Con más esperanza de vida o años de enseñanza que antes. También con más redes de distribución, comercio o finanzas. O con más oferta de ocio y entretenimiento masivo que nunca antes.

Destinamos la mayor parte de nuestras horas de trabajo como sociedad a estas actividades porque las otras ya no lo necesitan. Aunque sin duda nos queda mucho que aclarar sobre cual debiera ser el mejor destino social de esa gran bolsa de horas y de capacidades humanas.

Por ejemplo: ¿más publicidad, más negocio turístico o más atención geriátrica?, ¿más espectáculos de masas o más cuidado del medio ambiente?, ¿más centros comerciales y cada vez más coches o más renta básica?, ¿prolongar la vida laboral, y no reducir la jornada semanal, o hacer justo lo contrario?, ¿bonificaciones a las cuotas empresariales a la Seguridad Social o más políticas activas de empleo?, ¿canalizar fondos europeos hacia las grandes empresas o hacia la economía social y cooperativa?.

Ya que lo que sin duda está claro es que para la estricta producción material de alimentos, manufacturas, viviendas o energía hoy nos llega con apenas la cuarta parte del trabajo que se realiza en nuestro país. A partir de ahí todo otro uso de nuestra riqueza debiera poder discutirse. No solo quién debe recibir en primer lugar los fondos de la actual reconstrucción.

La economía española crecerá un 6,2% este año, tras la caída del 10,9% en 2020, según la Cámara de Comercio

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Porque a la situación actual, resultado de la lógica de una sociedad de mercado, puede y debe contraponerse la de una sociedad decente: con jornadas laborales menores en la producción material que sea necesaria; y con mesura, contención y mejor criterio en el resto de actividades. Una sociedad decente perfectamente posible hoy en día, como ya propusiera Keynes, con jornadas laborales semanales de menos de veinte horas.

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Albino Prada es miembro de ECOBAS y del consejo científico de Attac España.

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