Estoy harto de quienes nos dan lecciones de democracia y se niegan a condenar la dictadura franquista, de quienes no titubean a la hora de ensalzar sin tapujos y llenos de emoción esa misma dictadura, de quienes se mofan de las víctimas republicanas diciendo que son sólo un montón de huesos...
Insisto en que recordar el pasado es un proceso activo y cada vez que se evoca un acontecimiento es susceptible de ser modificado. En casos como el mío resulta imposible traicionar un relato escrito momentos después de haber sido testigo de los hechos.
Ha habido negociaciones con la Iglesia a espaldas nuestras, de la sociedad civil, y se ha llegado a este acuerdo tan balsámico para la Iglesia. Esta tendrá que devolver aquellas propiedades sobre las que se presente documentación que contradiga la inmatriculación… Serán las mínimas.
En tiempos de populismos irritados o, como dijo Blas, de punto redondo, conviene preguntarse sobre el significado de aquellos acontecimientos que hace cuarenta años mostraron la fragilidad de la democracia.
La diputada de Vox Carla Toscano, que el martes pasado defendió el turno en contra desde la tribuna del Congreso, retó al hemiciclo a “quitar sus sucias manos de nuestras vidas”. Lo hizo con la mirada puesta en la bancada de la izquierda, a quienes tildó de “falsos adalides de la libertad”. Cabría preguntarse si estaba reclamando libertad para discriminar.
No sin debate de fondo, el concepto de Antropoceno busca poner en primer plano una época histórica en la que nuestro planeta está sometido a presiones de origen humano nunca antes conocidas.
Cuando llegue el momento, pienso que muchos se van a sentir defraudados. No habrá un espectacular intercambio de golpes que termine con uno de los contrincantes abatido sobre la lona. Incluso es posible que el combate no llegue a celebrarse.
Que la discusión sobre el pasado irrumpa en sede parlamentaria debe servir para volver a reivindicar la importancia del conocimiento histórico y, sobre todo, para poner de manifiesto la necesidad de seguir cuestionando ideas vigentes que proceden de la narrativa tradicional.
Existe una estrechez de miras que se centra en el pasado, se instala en el presente y carece de horizontes de futuro. De esa manera corremos el peligro de tornar intemporales e irrelevantes los saberes y conocimientos que transmitimos.
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