Vox

La democracia ante el desafío ultra: ideas y lecciones frente a la extrema derecha

El secretario general de Vox, Javier Ortega Smith.

Habrán oído muchas veces la pregunta: "¿Cómo se frena a la ultraderecha?". Pues resulta que quizás no sea la pregunta adecuada. O no, al menos, a estas alturas. A lo mejor lo fue en su momento, antes de las elecciones andaluzas de diciembre de 2018, cuando Vox irrumpió con 12 escaños. Puede que tuviera sentido antes de su consolidación a lo largo de 2019. Pero, ¿ahora? ¿Ahora que es la tercera fuerza política, con 52 diputados y más del 15% del voto? ¿Ahora que tiene 530 concejales en 363 ayuntamientos y presencia en los parlamentos de nueve comunidades, determinando los gobiernos autonómicos de Madrid, Andalucía y Murcia? ¿Ahora que está integrada en el Grupo Europeo de Conservadores y Reformistas, junto a la crema del floreciente euroescepticismo europeo? No. Ya no. La ultraderecha forma parte del paisaje y, por experiencia comparada en otros países, está aquí probablemente para quedarse. Ahora la pregunta es: ¿Cómo lidia la democracia con este fenómeno, una vez que ya está metido dentro y nada apunta a que vaya a salir?

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  1. Aceptar su entrada

En primer lugar, toca desechar una noción que, pese a un idealismo que roza la ingenuidad, está demasiado extendida. Se resumiría así: el pueblo ha cometido un error, pero rectificará; debidamente informado de los hechos, tomará la racional decisión de enmendarse a la próxima ocasión. Pues no. Es más, Vox tiene el viento de cola. No sólo está dentro, sino que dinámicas globales y corrientes de fondo empujan a su favor.

Los protagonistas de los movimientos nacionalpopulistas de derecha radical, desde Donald Trump hasta Jair Bolsonaro pasando por Marine Le Pen y Matteo Salvini, se benefician de la autopista que para la desinformación han abierto las redes sociales y la mensajería instantánea. Un estudio de la BBC de 2018 vincula la difusión de notificas falsas con el auge de ideas nacionalistas, que se adaptan como un guante a la inmediatez y la emocionalidad de las redes. Así lo ha expresado Roberto Rodríguez Andrés, profesor de la Universidad Pontificia Comillas y de la Universidad de Navarra, para quien el auge de whatsapp y las redes sociales ha provocado que los ciudadanos se conviertan en "agentes activos y de propagación" de contenidos: "Los algoritmos de las redes sociales hacen un flaco favor, porque tienden a mostrarte contenido acorde con tu pensamiento, reforzando tu punto de vista". Dos estudios más: uno del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) ha comprobado que las noticias falsas se difunden más y más rápidamente que las de verdad. Otro del periódico Folha de S. Paulo concluyó que el 97% de las noticias compartidas por whatsapp por los seguidores de Bolsonaro durante la campaña en Brasil eran mentiras o distorsiones. La vinculación del éxito de Trump con la difusión de contenido dudoso está acreditada por numerosos informes, como Trump 2016, ¿presidente gracias a las redes sociales?, del profesor Rodríguez Andrés.

Es decir, Vox va montado en un tren político de alta velocidad, cuyo combustible mezcla la endogamia y la polarización con el creciente tirón de la identidad nacional como motor del voto y el descontento popular ante la precariedad y la incertidumbre económica. El sociólogo del Trabajo Jaime Aja, un referente de la interpretación de datos electorales en el ámbito de la izquierda, deja caer sin disimulos una preocupación: "Como de verdad haya una crisis económica, Vox tiene una situación muy favorable para crecer". Y Aja no es, para nada, un agorero. Pero tampoco un ingenuo. Ya ha comprobado que la fórmula de la ultraderecha nacionalpopulista del siglo XXI funciona. Allí donde se se aplica, el manual de Steve Bannon, gurú de la internacional nacionalista, ofrece buenos réditos: polarizar, dividir, atraer toda la atención, poner tus temas sobre la mesa –a base de mentiras, si es preciso–, señalar unos culpables fácilmente identificables e inundar el espacio público de estridencia demagógica. Profesores de ciencia política como Víctor Lapuente llevan meses insistiendo en artículos y entrevistas en que la fórmula no tiene secretos: apelar a la identidad como refugio seguro ante un mundo bajo la tormenta.

Sencillamente funciona. Los partidos que siguen este manual tardan más o menos en abrirse paso. Una vez dentro, pueden ser o no los más votados, ganar o perder elecciones, tener más o menos representación, gobernar o no. Lo seguro es que se convierten en agentes significativos del panorama político. La ultraderecha constituye un desafío a corto, medio y largo plazo. No va a ser flor de un día.

  2. Evitar el 'contagio'

Entonces, ¿toca resignación? ¿Acogerlos como un partido más? Desde un punto de vista de defensa de la democracia, tal cosa es inaceptable. Vox no es, por más que lo repitan cada vez más medios, un partido normal. Es una formación cuyos rasgos la conectan con toda una miríada de partidos y movimientos extremistas que van desde la alt-right estadounidense hasta el chovinismo xenófobo francés, el antiislamismo del norte de Europa y el autoritarismo nacionalista del este. Con las pecularidades propias de un país donde un dictador de ultraderecha nacionalista murió en cama hace menos de medio siglo, Vox cumple con todo el catálogo de requisitos: señalamiento del enemigo, homofobia, antifeminismo, idealismo, revisionismo, victimismo, tendencia a las teorías de la conspiración, exaltación del orden, propensión a las medidas punitivas incluso más allá de la ley, nexos y vínculos evidentes con fascistas y neonazis.

Vox es un partido que se sitúa en una larga tradición política-antipolítica que ha acreditado capacidad para socavar la democracia utilizando sus armas. A partir de esta certeza, en sectores progresistas y liberales –también, en menor medida, conservadores– ha cundido la idea de que la mejor forma de encarar el fenómeno de la ultraderecha es trazar "cordones sanitarios". Es decir, coaligar todas las fuerzas democráticas contra la oveja negra ultra. ¿Funciona? Hay dudas más que razonables. Un análisis de las "coaliciones sanitarias" europeas publicado por el investigador Marco Pastor en Eldiario.es apunta que el aislamiento del elemento considerado tóxico no ha sido efectivo como desactivador electoral en Europa. Pero, al mismo tiempo, hay un consenso total en una idea: al margen de que pueda llegarse a algún tipo de acuerdo –cosa que algunos observadores ven aceptable y otros no, ni siquiera puntualmente–, el pecado mortal es comprar las ideas. Lo ha expresado la politóloga Pippa Norris, que asegura que el gran peligro de la derecha radical no reside tanto en su potencial autónomo como en que las demás fuerzas "compren su discurso". Que se abra lo que se llama "zona de aquiescencia". Y en España, menos de un año después de su irrupción en las autonómicas andaluzas del 2 de diciembre, Vox tiene ya una autopista de aquiescencia.

"Se lo he oído decir a Marina Albiol [de IU]: la extrema derecha en Europa ha logrado que todos los partidos hayan endurecido su discurso sobre inmigración, lo cual a su vez balancea la percepción sobre las migraciones y alimenta a la extrema derecha. En España ya ha pasado. No se puede luchar contra unas posiciones políticas siguiendo sus mismas pautas", señala Mikel Araguás, con una larga trayectoria de trabajo en el ámbito de defensa de los derechos de los inmigrantes, actualmente en SOS Racismo. Coincide Begoña Marugán, socióloga y politóloga feminista: "El resto de partidos de derechas han intentado replicar o acercarse a alguna de sus propuestas para captar votos", señala.

El sociólogo Jaime Aja da continuidad al razonamiento: "Los partidos no sólo recogen el voto de un electorado que, digamos, piensa como ellos. Los partidos moldean al votante. En España, Ciudadanos ha moldeado al votante para entregárselo en bandeja a Vox", afirma. Y se hace una pregunta: "¿Qué va a hacer el PP? Si Pablo Casado tira por un discurso muy radical, el protagonismo se lo va a dar a Vox".

A veces el mayor logro de un partido es cambiar a su adversario. Baste recordar la respuesta de Margaret Thatcher una vez que fue preguntada por su mayor éxito: "El nuevo laborismo", respondió. En resumen: a veces las ideas de un partido triunfan a través de otras siglas... Eso no es frenar a la ultraderecha, sino convertirte en ella.

  3. Defender la complejidad

Si, al hablar del auge de la extrema derecha en España, se levanta un dedo acusador, puede estar seguro de a quién apuntará en primer lugar: a los medios, a los periodistas, especialmente a la televisión. Dejando al margen la inexactitud de toda generalización, resulta innegable que los medios han tenido un notable peso en la popularización de Vox. Pero, ¿era evitable? "Se suele decir que se le ha dado mucha bola. Y es cierto, claro. Pero, hasta cierto punto, es normal", señala Guillermo Fernández, sociólogo, licenciado en Filosofía y especialista en extrema derecha europea. El diagnóstico recabado para este artículo es ambivalente: por una parte, nadie niega la responsabilidad de los medios y, es más, todos critican el tratamiento a menudo acrítico que reciben las propuestas de Vox; por otra parte, todos coinciden en que el problema no es el tratamiento de los medios a Vox, sino en general una cultura de la espectacularización de la narración de la política y la sociedad en los medios de la que Vox se beneficia.

"Es cierto que, cuando nace Vox, hay medios que lo blanquean y lo aúpan", señala Begoña Marugán, que cree que el discurso de la ultraderecha, al ser "simple y culpabilizador", acaba resultando más fácil: "Es mas fácil decir que es el inmigrante el que nos quita el trabajo en lugar de criticar el capitalismo que nos explota y cuestionar el orden económico y la dominación de clase. Eso te hace pensar. Es mas fácil decir que la ley de violencia victimiza a las mujeres que cuestionar la dominación de género y decir que vivimos en un sistema social basado en la jerarquización donde unas personas valen más que otras y las mujeres son las que menos valen y más aún si son inmigrantes".

Las palabras de Marugán son una reivindicación de la complejidad de la realidad. Mikel Araguás –que aquí puntualiza que habla por sí mismo, porque este no es un tema sobre el que SOS Racismo tenga posición– hace lo mismo: "La televisión es lo menos diverso que hay. Va a lo fácil, que no es tanto Vox como... cabrear a la gente. Y aprovecharse de las posiciones identitarias. Hoy en día, la gente ha dejado de querer hacer y quiere hacerser. Por eso suben todos los nacionalismos. La identidad se construye por oposición. Y en ese sentido los inmigrantes, como grupo minoritario, es perfecta. De esto se aprovecha Vox".

La receta de Araguás para los medios: "Dejar de cabrear a la gente". Pero, claro, ¿eso vende?

Amparo Huertas, directora del Instituto de Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, aborda la cuestión medios-ultraderecha en dos niveles. El primero, el de una obligación básica del periodismo: "Responder a lo que es falso y explicar por qué". Bien, esto, más o menos, se está haciendo. Es difícil negar que hay medios empeñados en esa tarea. La clave no está tanto ahí como en el segundo nivel. Así lo expresa Huertas: "Buena parte del periodismo se ha instalado en una lógica de impacto emocional, de entrega a lo que llama la atención, lo extravagante... De lo que no gusta, no se habla. Lo que gusta se pone a todas horas. Esto ocurre con todo, aunque se hace más evidente con Vox porque rompe todo lo construido a nivel social". Huertas afirma que el llamado "periodismo de trinchera", con los medios nítidamente alineados con un partido o dos, merma la capacidad de los medios para contrarrestar discursos tóxicos.

Los medios periodísticos que quieran contribuir a la defensa de los valores democráticos frente a la ultraderecha tienen un desafío análogo al de los partidos: si estos deben evitar al contagio del populismo, aquellos deben evitar el sensacionalismo y la superficialidad. Nadie dijo que esto de cumplir con las obligaciones profesionales fuera fácil.

  4. Bajarlos a la tierra

Lo ha advertido el filósofo Daniel Innenarity: el auge de la ultraderecha ya no es comparable al "golpismo histórico", sino que crece espoleado por "oportunistas ávidos de atención que se benefician de la respuesta fofa de un activismo convertido en vouyerismo". Las experiencias ya conocidas indican que no hay recetas mágicas para bajar del pedestal a los mesías de la "sociedad del malestar". Sólo esfuerzo colectivo, compromiso democrático, resistencia a la mentira... y paciencia. En cambio, abundan los buscadores de atajos. Y el atajo más corto, más cómodo, es la crítica moral. Hacía ahí apunta la reflexión de Guillermo Fernández, sociólogo especializado en extrema derecha europea: "Lo mejor que se puede hacer ante Vox es, entre comillas, normalizarlo. Me refiero a no tratarlo como un asunto moral, sino como un partido. Gente como Ortega Smith o Santiago Abascal están muy cómodos confrontando la pregunta moral. Lo que hay que hacer es mirar el programa y hacer críticas, como con cualquier otro partido".

¿Ejemplo? Fernández da uno. Sobre el supuesto giro obrerista de Vox, ¿qué medidas contantes y sonantes ha tomado? Es decir, señala el sociólogo, si ahora Rocio Monasterio aparece tan preocupada por los salones de juego, ¿qué propuestas va a presentar para limitar su actividad? "Al demonizarlos moralmente, también los ensalzas, como si fueran genios del mal. ¡No lo son! Son políticos amateurs. Mucho de lo que Vox consigue lo consigue a pesar de Vox. Hay que quitarles el aura", señala Fernández, que anima a medios y periodistas a buscar contradicciones en el seno del partido, por ejemplo entre conservadores morales y ultraliberales, o divisiones internas. Como con los demás.

Se trata de poner de relieve la naturaleza de los hechos de Vox, no tanto de su esencia. Se podrá afirmar que es fascista, si uno así lo cree. Pero más útil será explicar, con claves políticas e históricas, por qué. Se podrá decir que es un partido que defiende a los poderosos, pero hay que desmenuzarlo. Hay que rebatir el discurso, concede Fernández. Las mentiras no pueden quedar sin respuesta, coinciden todos. Pero la confrontación no debe realizarse en términos emotivos. El sociólogo y politólogo Albert Balada añade algo más: es un error el "menosprecio" a Vox por el hecho de ser Vox. Y esto afecta tanto al partido como a sus propuestas cuando estas señalan "cuestiones no solucionadas o mal solucionadas". Es decir, según Balada, es un error no poder hablar de inmigración en términos críticos con el actual modelo, no vaya a ser que se interprete que hay una coincidencia con Voxno vaya a ser. "Una interpretación excesivamente subjetiva e ideológica de una determinada literatura sobre la sostenibilidad, las desigualdades sociales y el mestizaje global, étnico y cultural, ha consolidado el crecimiento de Vox a partir de ser un partido que señala fallos del sistema'", señala Balada. “Lo mismo cabe aplicar al "reconocimiento de la estructural insolvencia de las arquitecturas organizativas, el déficit en los liderazgos políticos, los cambios sanitarios y tecnológicos que transforman las lógicas sociales...".

Negarse a debatir problemas graves por el temor a que Vox los domine con sus recetas brutales, y centrarse en un discurso moralmente irreprochable dirigido a sectores progresistas, es un error, según el punto de vista de Balada. Hay que arremangarse, prepararse los debates y discutir. Salir a discutir a la intemperie, aunque lo cómodo –véase el debate electoral a cinco– sea callar. Otra vez, nadie dijo que fuera fácil.

  5. Disputar el marco

El periodista Xavier Rius, especialista en extrema derecha y autor de un blog de referencia en la materia, echa un jarro de agua fría a los convencidos del poder liberador de la verdad: la mentira puede ganar. Es más, juega con ventaja. "Yo seguí mucho a [Josep] Anglada [exlíder del partido ultraderechista Plataforma per Catalunya], cuando sacó 67 concejales en 2011. Recuerdo que en Vic, salió un concejal y desmontó una a una todas cosas que había dicho Anglada, según el cual la mayoría de las ayudas eran para extranjeros. Lo desmontó todo. Y entonces Anglada dijo: 'Ya, pero es que los inmigrantes tienen DNI español'. No era verdad, pero no había tiempo para desmontarlo. Ellos siempre siembran una nueva duda", explica. A Abascal también lo ha visto hacerlo: "Le desmontan lo de las denuncias de violencia de género y te siembran la duda sobre la forma de contar. Es muy difícil. Puedes prepararte para debatir, pero ellos siempre te van a liar. Además, el populismo siempre tiene ventaja para ganar, porque apela a las emociones". ¿Entonces? El periodista lo tiene claro: si se habla de lo que Vox quiere, Vox gana. El secreto está en dominar lo que se conoce como "el marco".

El sociólogo y ensayista Jorge Moruno, hoy parlamentario autonómico de Más Madrid, ya explicaba a infoLibre, justo después de la irrupción de Vox, que la clave está en ofrecer un marco distinto: "Hace falta desplegar una agenda propia en clave democrática capaz de eclipsar la involución democrática. Esto no se hace sólo con razones y propuestas, sobre todo depende de crear imaginarios que movilicen pasiones. Un afecto sólo se desplaza con otro afecto más fuerte". Moruno es partidario de exigir a Vox explicaciones sobre todo aquello de lo que no suele hablar, como vivienda, precariedad, fiscalidad... "La cuestión sigue siendo cómo se puede forjar un sentido que enlace cuestiones, acontecimientos y sujetos, que van desde las pensiones y las familias hasta la precariedad laboral, pasando por el feminismo, la alimentación saludable o el acceso a la vivienda". Casi un año después de su llegada a las instituciones vía sur de España, ¿qué añade Moruno sobre Vox? "Hay que quitarles todo halo de outsiders que los hacen ser atractivos. En cualquier caso, lo mejor es socavar las razones de su existencia avanzando en derechos, libertades y democracia, cerrando la brecha social, territorial, de género y climática".

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  6. Hacer política

Antes de la irrupción de Vox se habían escrito innumerables artículos explicando por qué España era excepcional, por qué en toda Europa la extrema derecha ocupaba una posición relevante en las políticas nacionales y aquí no. Una de las hipótesis más habitualmente manejadas era que el potencial votante ultra se situaba en España en un perfil sociológico poco dependiente de ayudas públicas, por lo que no se sentía amenazado por la inmigración. Dicho de otro modo: la fragilidad de las políticas sociales es tal que no hay una reacción xenófoba de las capas populares ante el miedo a que los inmigrantes les quiten las ayudas. Toda una paradoja: la debilidad de la protección social como explicación –parcial– del freno a la ultraderecha. Pero, ojo: ahora Vox comienza a transversalizarse, a penetrar en zonas de renta media y baja, donde los votantes expresan a través de la ultraderecha su ira contra todo y contra todos. ¿Qué respuesta dar? Sólo cabe acudir a la respuesta clásica: política.

El economista David Lizoain, en El fin del primer mundo (Catarata, 2017), apunta clara la dirección: contra el auge de la extrema derecha, "seguridad económica" para la mayoría. No hay secretos. Vivienda asequible, fortaleza del Estado del bienestar, combate eficaz contra los paraísos fiscales y, en el terreno de las ideas, guerra a los estereotipos. Mikel Araguás, de SOS Racismo, lo expresa en términos muy directos: "Ante el malestar, acudimos a la identidad. Aquí cada vez somos menos Europa y más América Latina. Cuando la sociedad funciona para la mayoría, los discursos polarizados pierden fuerza. Si hay una clase media elástica, hay expectativas. Si estás cabreado, te suenan bien los discursos 'nosotros contra ellos', 'Europa nos roba', 'los inmigrantes son el problema'. ¿Cómo te deja de gustar eso? Si tienes tu curro, dejas de ver todo el día la televisión y puedes salir a la calle a tomarte algo con los amigos".

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