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Violencia machista

La violencia machista se instala en el ocio nocturno a la espera de una Ley de Libertad Sexual que llegará "lo antes posible"

Participantes en la manifestación del 8M de Madrid.

Miradas continuas y molestas, comentarios, piropos, invasión del espacio, intromisiones abruptas, tocamientos intencionados y no deseados, amenazas con violencia, presiones para no usar el preservativo. Son algunos de los muchos ejemplos que las mujeres jóvenes citan cuando hablan de violencia sexual: un continuo de agresiones que recorre un amplio espectro, desde conductas normalizadas –por tanto aceptadas y justificadas– hasta acciones reprobadas socialmente. La Federación de Mujeres Jóvenes presenta este miércoles su investigación Noches seguras para todas, en la que mujeres de cinco comunidades autónomas –Madrid, Comunitat Valenciana, Euskadi, Navarra, Canarias– comparten sus experiencias, miedos y percepciones respecto al acoso en un contexto de ocio nocturno.

Las conclusiones del estudio vienen a expresar lo que era algo más que una intuición: la violencia sexual, en todas sus formas, aflora en el mundo de la noche. Y sin embargo, la investigación constata "dificultades para identificar todo el abanico de las violencias sexuales cuando no existe una conciencia feminista", de manera que "la sutileza de algunas formas de violencia sexual" hace que estas prácticas "sean interpretadas como simples comportamientos agobiantes propios de los hombres en contextos de ocio nocturno". De hecho, añade el texto, "muchas de las violencias sexuales no son identificadas como tales por entender que para que estas se den tiene que haber intimidación y uso de la fuerza física". Es uno de los primeros resultados que las investigadoras aspiran a cambiar: sólo a partir de una identificación rigurosa de la violencia se podrá terminar con ella.

Así lo defiende Mónica Saiz, una de las investigadoras y redactora del informe. "Hay una necesidad latente de visibilizar todas estas violencias, tan normalizadas que no siempre se identifican como tal". El motivo es evidente: "Las violaciones están sostenidas por la violencia más sutil que sufren las mujeres". Es decir, sin el caldo de cultivo compuesto por todo ese entramado, la violencia más hostil no existiría.

"La violencia sexual, como forma de violencia de género, es estructural", defiende Saiz. Por tanto, "no son acciones concretas de determinados hombres, identificados además como enfermos, sino que tiene que ver con una herramienta para que los hombres ostenten el poder y se da en diferentes espacios de la vida". El necesario cambio de paradigma que sugiere el estudio, como punto de partida hacia una transformación real en la vida de las mujeres, se abre camino en la esfera social pero también en la legislativa. Este martes, la ministra de Igualdad, Irene Montero, recordaba que la Ley de Libertad Sexual –aprobada en Consejo de Ministros el pasado mes de marzo– estará lista para echar a andar "lo antes posible". La semana pasada, la titular de la cartera señalaba que el proceso de alegaciones había llegado a su fin tras seis meses, con aportaciones de "decenas de entidades de la sociedad civil". Los cambios pendientes, detallaba entonces, irán enfocados a "reforzar algunos de los principios rectores de la norma" como por ejemplo la "inclusión del feminicidio sexual como parte del ámbito de aplicación de la norma".

¿Por qué es importante la ley? Precisamente porque incluye parte de esta violencia sutil que menciona el estudio. "Las leyes no solamente sirven para condicionar de alguna manera la actitud de las personas, sino que también sensibilizan", reflexiona la socióloga. El hecho de que exista una Ley contra la Violencia de Género "ha hecho que la sociedad tome conciencia". Que la violencia sexual cuente con su reducto legal específico, servirá "para que las mujeres estén más protegidas, los hombres más controlados y para que a nivel social haya una concienciación".

La norma se conjuga como uno de los principales proyectos del Ministerio de Igualdad y de los más ambiciosos. Introduce realidades como el acoso callejero y resignifica el concepto de violencia sexual: el proyecto busca eliminar el abuso sexual del Código Penal y con él los conceptos de violencia e intimidación como elementos determinantes de una agresión.

El estudio de la Federación de Mujeres Jóvenes señala precisamente a esos aspectos como principal estereotipo a combatir. Ni la violencia sexual equivale siempre a una agresión, ni concurre necesariamente intimidación, ni se produce sin excepción por parte de desconocidos, ni solamente sucede en callejones sin salida. Y sin embargo esa es la fotografía que identifican las más jóvenes, especialmente aquellas que reconocen no tener una conciencia feminista. Las mujeres sin formación feminista entienden que ciertas actitudes, como la insistencia, "son normales dentro de las relaciones heterosexuales en los contextos de ocio nocturno, donde las violencias sexuales son consustanciales al ambiente" porque "el mundo de la noche es así". Las chicas sí hablan de agobio, entre otros efectos, pero no lo incluyen como parte del entramado de violencia.

"Tal desfiguración analítica responde a la construcción patriarcal de un imaginario sobre la violencia sexual, que entiende que esta es únicamente un acto de agresión física que, mediante el uso de la fuerza, impone a la persona una conducta sexual en contra de su voluntad. Este imaginario patriarcal convierte otras violencias sexuales en conductas normalizadas ante los ojos de las mujeres", advierte la investigación. Además, "cuando la violencia sexual es ejercida por conocidos a las mujeres jóvenes se les hace difícil reconocerla como tal".

Si hay víctimas, también hay agresores

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¿Qué ocurre con los hombres? El estudio no sólo los tiene en cuenta, sino que trata de profundizar en la percepción masculina respecto a la violencia sexual. "Hay que contar con los hombres, necesitamos pensar no sólo en las víctimas, sino también en los potenciales agresores", señala Mónica Saiz. "Necesitamos identificar, categorizar esas violencias para que los hombres entiendan que esas actitudes tan normalizadas son violencia sexual".

De acuerdo a los resultados del estudio, ellos "no perciben violencia en acciones como tocamientos, sino que únicamente ven comportamientos indeseados, cometidos siempre por otros hombres que consideran pesados". Además, por norma general "creen que es imposible categorizar un acto como violencia hasta que la mujer lo expresa". Es decir, que sean ellas "quienes pongan el límite".

En añadido, preocupa que los hombres "agreden sexualmente a las mujeres en ocasiones convencidos de que un no quiere decir . Esto no sólo es producto de la interpretación patriarcal que hacen de la negativa, sino del placer que encuentran en la resistencia de las mujeres y en su abuso de poder", subraya la investigación. Es otro de los pilares sobre los que se asienta la Ley de Libertad Sexual: aquella proclama por la cual el no es no se ha transformado en un clamoroso sólo sí es sí. En términos formales, la idea de consentimiento como voluntad expresa. Así lo señala el anteproyecto aprobado en marzo: "Se entenderá que no existe consentimiento cuando la víctima no haya manifestado libremente por actos exteriores, concluyentes e inequívocos conforme a las circunstancias concurrentes, su voluntad expresa de participar en el acto".

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