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Aquí me cierro otra puerta

ETA como necesidad

No voy a entrar ni por un segundo en debates sobre ETA en este aniversario. Me parece que los únicos ejercicios constructivos que se pueden hacer estos días son recordar lo que sucedió, arropar a todas las personas para las que una fecha señalada en la que aparezcan esas tres siglas es un día de más dolor y sufrimiento y recordar lo que pasó para que nunca volvamos a vivir en un país en el que sobre la mesa esté el terrorismo. Es un día, sinceramente, más para que los periodistas y los historiadores hablen, narren y den voz a los protagonistas de aquello que para que los políticos hagan partidismo hoy. No está sucediendo. En ninguna dirección.

ETA no ganó nada, ni una sola cosa. Si acaso puede apuntarse un tanto es seguir enfrentándonos y sirviendo de tablero para el juego político 10 años después de que se acabara para no volver. A las horas en las que escribo esto leo que PSOE y PP no se ponen de acuerdo en la declaración institucional conjunta en el Senado en el décimo aniversario del fin de ETA. Teniendo en cuenta que personas concretas que forman parte de esos partidos la sufrieron hasta el dolor más insoportable y que su historia, la que ellos representan, está decididamente dañada por el terrorismo, no parece nada edificante que anden peleando por un par de frases que sirvan para no sé qué interés del día de hoy. 

Ser el segundo: una lección de Yolanda Díaz

La única victoria de ETA a día de hoy es su instrumentalización, de una forma u otra, por todo el arco parlamentario. Diría que sin excepción. Que hoy el politiqueo ocupe el espacio en el que deberían estar las víctimas, el recuerdo, el aprendizaje, la historia, el esclarecimiento de los crímenes que se produjeron, en varias direcciones, en aquella época o las llamadas a la concordia o a enterrar lo que nos llevó ahí, es un fracaso. En (parte de) su lugar está la declaración de uno, las valoraciones de las declaraciones, los mensajes elaborados en función de su popularidad o su electoralismo. Está todo lo que no debería estar.

Creo que entre todos le estamos dando eso a ETA. Y me jode. Siempre pienso que suele estar mal lo que no sabría explicarle, con ningunas palabras, a mis hijos. Esto no sabría cómo hacerlo. Tampoco sabría explicarles aquel mundo; cómo, en el mejor de los casos, convivíamos con noticias de asesinatos, amenazas, torturas. Cómo lo naturalizamos. Cómo entendíamos que era lo que había. Cómo vivíamos en un mundo, al menos yo lo percibía así, en el que esa violencia nunca iba a desaparecer. No quiero ni tener que explicárselo. Quiero que ni se lo imaginen. Que quede para nosotros. Que su mundo sea, como es, mejor.

ETA no puede ser una necesidad para hacer política. ETA no debe estar en ninguna estrategia. Nadie se merece eso, ni los que lo sufrieron, ni los que lo vivimos, ni los que tienen la suerte de crecer en un mundo sin esa violencia y todo lo que la circundó. Pero, sobre todo, quien no se merece ese protagonismo es ETA. Que está muerta y enterrada. Que perdió, aunque a veces los partidos, que no las personas que los conforman, se emperren en concederles este triunfo.

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