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Especulación en el infierno: los intermediarios inflan los precios en medio del caos y la muerte de Gaza

Hay una España dentro de España donde no hay manera de que te vea el médico. ¡Insólito! Alarmados por esta vulneración de los derechos humanos, la Organización Mundial de la Salud ha enviado un escuadrón de exploradores provistos de un salacot y un estetoscopio. Los galenos no salen de su asombro: hospitales sin quirófanos, ambulatorios sin emergencias, residencias sin ancianos.

Rápidamente, las autoridades médicas internacionales han escrito un memorándum urgentísimo a los prebostes locales: se está atentando contra la ley de Dios y los hombres. En un escueto comunicado, la gerencia de esa España plegada (esa nación dentro de la patria, llena de españoles que se alimentan de compatriotas) ha declarado solemnemente que toda crisis es una oportunidad.

Los vítores y el júbilo han inundado las calles. Una docena de liberales ha infartado de puro gozo. Lamentablemente, no había ningún médico cerca, así que se les concederá la orden del mérito civil a título póstumo

Los vítores y el júbilo han inundado las calles. Una docena de liberales ha infartado de puro gozo. Lamentablemente, no había ningún médico cerca así que se les concederá la orden del mérito civil a título póstumo. El progreso siempre se cobra víctimas.

Las lumbreras a sueldo de la administración se han congregado en el pensadero. La consigna es clara: ni una meninge sin estrujar. Tras varias semanas de incansable trabajo (el frenesí intelectual ha hecho subir la temperatura dos grados en los alrededores), una extenuada cuadrilla de especialistas ha presentado a la prensa sus soluciones:

«Otros, en nuestro lugar, hubiesen contratado varios centenares de médicos; pero los ciudadanos no se merecen soluciones fáciles». Gran algarabía.

Inmediatamente, se puso en circulación una ordenanza que encomendaba a las enfermeras los trasplantes de corazón, a los recepcionistas el diagnóstico oncológico y a los celadores las labores de anestesia. Además, se está desarrollando un programa pionero de diagnóstico colaborativo: los pacientes, mientras esperan, podrán especular con las patologías de sus conciudadanos.

Estas medidas han llenado de esperanza a la enfermiza concurrencia. En un alarde de generosidad, el vocero de la presidencia ha anunciado que se está negociando una semana fantástica en la sanidad privada: hasta un 50% en cirugías y un 30% en todas las pruebas radiológicas. Entusiasmado por esta iniciativa, el Gobierno central se ha apresurado a sumarse a la medida con un descuento de treinta céntimos por litro de sangre.

Ante esta cascada de soluciones innovadoras, el colegio nacional de médicos ha convocado una manifestación para protestar por la excéntrica costumbre de los pacientes de ir a urgencias cuando no saben qué les pasa. «Que estudien medicina y no nos molesten con sus mocos», ha dicho uno. «Ese bulto puede esperar», reza la pancarta que han colocado en la sede nacional.

Aterrados por estas noticias, la Asociación Internacional de Hipocondríacos ha comenzado a armarse y prevé sitiar los laboratorios Bayer. Se han notificado algunas escaramuzas en las farmacias de barrio perpetradas por comandos de impacientes. Para calmarlos, se les ha ofrecido un botiquín unipersonal con toda clase de cachivaches pichosos y gasas de todos los gramajes. Además, han jurado desarrollar una aplicación de autodiagnóstico para iPhone y Android. Promete una eficacia del 70% en la detección de lunares raros y un triaje novedosísimo de tumoraciones y espasmos.

Estas noticias me llenan de esperanza. Nuestros representantes públicos han vuelto a salvar el Estado del bienestar: la colaboración público-privada triunfa una vez más. Se augura un extraordinario repunte de los seguros de vida. ¡Viva el mercado!

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