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Señoritos

Beltrán se despertó a las diez de la mañana y llamó a la interna. Pidió que le llevase el desayuno a la cama y revisó los últimos mensajes de su grupo de WhatsApp favorito: "Jóvenes Cazadores y Orgullosos". Después, escogió cuidadosamente su atuendo: chaleco acolchado, botas altas, fular de cachemira y gorra a cuadros. Se miró al espejo y sonrió. Un verdadero español le devolvió la mirada.

Aquel domingo era día de mani y nuestro amiguito ha quedado con Cayetano, Covadonga, Chuchi y Pitu. Quizás también se pase Borja, pero no está confirmado. El campo está en peligro y les va la vida en ello: ser rentista es un trabajo muy comprometido. Aquel safari les rejuvenece el ánimo: se sienten uno más de aquellos rudos labriegos que sujetan pancartas con sus manos callosas. ¡Súperdiver! Ellos, en solidaridad, se pasean a caballo entre la multitud, agitando briosamente banderas de España. "Vuestros señoritos están con vosotros", corea la intrépida Covadonga. "La tierra, para el que la hereda", grita Beltrán mientras se retira la melenita de su estrechísima frente. Chuchi y Pitu, que han pasado la mañana con otras desenfadadas parejitas de la Obra, intentan levantar una consigna revolucionaria: "Más subvención, ¡menos prestación!". Un agricultor los mira con desprecio y ellos, retrocediendo de un respingo, sospechan que es uno de esos vagos que cobran el PER. "Es indignante", les dice Cayetano, "la gente ya no quiere trabajar".

Extenuado por el esfuerzo, busca por los amplios salones a Wilson, su ayuda de cámara, y le obliga a escuchar una diatriba larguísima sobre cómo él se hizo a sí mismo. Wilson cabecea, asintiendo, mientras repasa mentalmente la parentela del señorito

Mientras tanto, desde su balcón en la Castellana, el duque de Arjona mira al apelotonado populacho. "Estoy con vosotros", grita, pero nadie le oye. Contrariado por tamaña afrenta, se dispone a escribir una tribuna. Le han dicho que se publicará el jueves, así que tiene unos días para repasar los volúmenes uno y dos del Micho. "Desde lo alto de este edificio", vocifera por la ventana, "seis siglos de terratenientes os contemplan".

Nuestra alegre pandilla ha parado a tomar un refrigerio en el Palace. Estar entre la chusma es agotador. Chuchi, aún no recuperada de la pérfida mirada de aquel campesino, se queja con voz nasal. "Es que sin nosotros… ¿dónde iba a trabajar esa gente?". Ríe su propio chiste y pide al camarero otra mimosa. Pitu, que entre el despacho de abogados de papá y gestionar el latifundio de mamá ha sacado tiempo para la geopolítica, les explica cómo el socialismo ha arruinado varias veces al mundo en lo que va de trimestre. "¿A cuánta gente mató Stalin?", añade Beltrán. "De eso no se habla", remacha Covadonga.

Unos metros calle arriba, el intrépido aristócrata intenta recordar si la con la a hacen pa. Extenuado por el esfuerzo, busca por los amplios salones a Wilson, su ayuda de cámara, y le obliga a escuchar una diatriba larguísima sobre cómo él se hizo a sí mismo. Wilson cabecea, asintiendo, mientras repasa mentalmente la parentela del señorito. "Tú y yo somos iguales", le dice su grandeza. "Bueno, iguales iguales no, pero ya me entiendes". El empleado lo mira con estupor. "Sin nosotros, los Alba, España se moriría de hambre. ¿Qué iban a hacer si nos llevásemos las tierras? Podría, mañana mismo, montar mis fincas en un barco y mandarlas a otro país. ¡Pero no lo hago, porque soy un patriota!". Wilson se gira y camina parsimoniosamente hacia la cocina, coge una compresa fría y se la pone al duque en la frente. "Ya está, ya está… Si se lo tengo dicho: no piense tanto, que se le recalienta la cocotera".

De vuelta en la calle, los manifestantes continúan con las protestas. Subiendo por la avenida, tienen que sortear, como pueden, el estiércol de los caballos. 

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