Opinión

La confianza

Voy al teatro Infanta Isabel para ver una obra clásica y un éxito de crítica y público de la posguerra española, Maribel y la extraña familia de Miguel Mihura. La destreza y la carpintería teatral del autor llegan desde los años 50 a las manos de Gerardo Vera. El director impone una sabiduría actual de ritmos, imágenes, efectos y personajes bien perfilados. La comedia levanta los aplausos y las risas del público de manera entregada y reúne sobre el escenario la experiencia de dos históricas, Alicia Hermida y Sonsoles Benedicto –que están para comérselas-, con un reparto eficaz y bien equilibrado. Lucía Quintana es la perfecta Maribel y Markos Marín el perfecto Marcelino. Buen teatro en una tarde de verano.

Se trata de un espectáculo entretenido. Es posible que, pasados 50 años, casi nadie comprenda el matiz histórico que supone en el 2013 ver un espectáculo entretenido y comercial, hecho con dignidad e inteligencia, en medio de una rutina que ha confundido el tiempo de ocio con la basura, la zafiedad, los programas de cotilleos y la pesadilla del reality show. Tampoco es fácil que el público de hoy alcance a entender la paradoja que supuso Maribel y la extraña familia en 1959. Con un argumento protagonizado por una puta, equiparada con las esposas buenas y los ángeles del hogar, Mihura consiguió el Premio Nacional de Teatro y el éxito en una España dominada por el nacionalcatolicismo. Por arte de magia, la obra superó el discurso clerical y las convenciones del púlpito que invadían las costumbres familiares, la prensa, los colegios y los consejos de ministros.

No es que Mihura fuese un revolucionario. No pensaba, desde luego, que la España franquista pareciera una casa de putas. Fue en realidad un adicto más al Régimen, pero en vez de escribir panfletos quiso escaparse de la realidad a través de un humor que evitase el conflicto. Porque la carpintería de Mihura procuró evitar o superar el conflicto en sus aspectos más serios. Si habla de la bondad, no es para distinguir entre buenos y malos. Prefirió llevar las distinciones al terreno de los ingenuos y de las sospechas. La risa humana de los malos entendidos sirvió para que él y su público encontrasen una salida. Por arte de magia, evitaban el conflicto entre el poder y sus víctimas.

Mihura propone ideas, pero tiene el cuidado de dejarlas abiertas para que nadie se sienta obligado a asumir responsabilidades. En Maribel y la extraña familia se pone casi sartreano al decirnos que nuestro ser depende de la mirada del otro. Dejamos de ser putas si el otro no nos ve como putas. Nos habla también de la tristeza de una sociedad en la que confiar en los demás se confunde con un acto de buenismo estúpido. Luego el argumento evita problemas. No sólo porque acabe en boda, sino porque los partidarios de la tradición y la desconfianza pueden sentirse buenos por dos horas sin obligarse a dudar de sus ideas. Las modernidades y la tolerancia dan gato por liebre. Todo depende de la perspectiva, del modo de mirar las cosas. El teatro de Mihura se basó en estas paradojas que lo hicieron anticonvencional en una España llena de convenciones, pero poco molesto en una España muy dada a molestarse.

Creo que Gerardo Vera sí piensa que la España de hoy es una casa de putas. Después de su paso por el Centro Dramático Nacional y de su apuesta rigurosa por un repertorio serio y despiadado, llama la atención que comience la nueva aventura de la empresa teatral Grey Garden con una comedia de Mihura. A mí me parece un acto de inteligencia y de retranca. En la España de la zafiedad mediática, un entretenimiento respetable y no degradante. En la España que regresa al franquismo, el recuerdo de su cultura más digna y menos clerical. En la España oficial que intenta hundir el teatro con un IVA insoportable, una apuesta de puro teatro que permita resistir el huracán de las demandas comerciales. Y, finalmente, la conciencia de que el teatro sólo recupera su autoridad cuando consigue conectar con la gente. Intentar combatir la zafiedad con experimentos elitistas es una trampa vieja. No están los tiempos para confundir nuestra miseria con nuestro orgullo. Para volver al conflicto hay primero que contar con la gente. En una España que nos mira como putas y nos trata como putas, podemos confiar por fortuna en la sabiduría teatral de Gerardo Vera.

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