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Nos importa un pimiento el campo

Deberíamos ponernos como un tomate, pero reconozcámoslo, a los urbanitas el campo nos importa un pimiento salvo que peligre el abastecimiento cotidiano. No pensamos jamás si las hortalizas, el pescado o la carne que compramos cada día son españolas o han recorrido miles de kilómetros hasta llegar al carrito. A muchos les sorprendería saber que las uvas vienen de la India o de Perú, y que por mucho cambio climático que estemos viviendo, aquí aún no crecen sandías y melones en invierno. La conciencia medioambiental de la mayoría tampoco pierde un minuto en plantearse cuánto gana el productor del ticket de la compra. 

Y así, mientras dábamos calabazas a quienes cultivan y crían lo que nos comemos, Vox ha descubierto un caladero de votos y una fórmula abonada de penetración territorial del partido. Como telepredicadores han desembarcado en el sector primario, al que hace tiempo que mandamos a freír espárragos. Han escuchado sus demandas en los bares del pueblo y se han convertido en su media naranja a base de prometer la resolución de las peticiones. Como no gobiernan, pueden proponer todo lo que se les ocurra y culpar de los males a la Agenda 2030, al Pacto Verde o a la Comisión Europea, que en estos años ha aprobado 32 medidas legislativas que afectan a la agricultura, a la pesca y a la ganadería y tiene al sector medio loco porque adoptar cada una supone un tiempo y una inversión que antes de ser recuperada, ya tienen que cambiar otra vez. 

El ministro Planas ha pedido este miércoles a Vox desde la tribuna del Congreso que “no manipulen las legítimas demandas de los productores”, mientras el diputado de extrema derecha hacía suyas las reivindicaciones y el enfado del mundo rural con los acuerdos de libre comercio o Mercosur, que permiten entrar productos de terceros países que escapan al control de los derechos laborales comunitarios, y por lo tanto se venden a unos precios con los que es imposible competir. La nueva ley de Agricultura Familiar en la que el ministerio quería empezar a trabajar este año para aprobar en el 2025 no será fácil de sacar adelante con tantos socios de Gobierno a los que pedir apoyo. No será una legislatura de leyes, sino de buscar ingeniosas soluciones para avanzar. 

Mientras dábamos calabazas a quienes cultivan lo que nos comemos, Vox ha descubierto un caladero de votos y una fórmula de penetración territorial del partido: han desembarcado en el sector primario, al que hace tiempo que mandamos a freír espárragos

Raro será que Vox saque las castañas del fuego al sector, pero están aprovechando el hartazgo. Ayer por la tarde, los impenitentes de Ferraz, que continúan lanzando consignas entre los rezos, coreaban “¡agricultores, sacad los tractores!”. Por mucho que me coma el coco, no logro entender cómo ha pasado el PSOE de ser históricamente el partido de los trabajadores del campo, a que los hijos de aquellos que confían en los socialistas para defender sus derechos se sientan ahora más próximos a los ultras. Igual me repito más que un ajo, pero tiene guasa que los pijos madrileños les animen a cortar carreteras aunque luego no les irán socorrer cuando el juez García Castellón les acuse de terrorismo hortofrutícola. 

En las asociaciones más moderadas son conscientes de que están politizando sus demandas, usándolas para radicalizar el panorama. Pero aseguran que la gente más joven y preparada, agrónomos, veterinarios y economistas que pretenden adaptar el campo al futuro, están desanimados. Quienes conocemos proyectos comprometidos y valientes de productores capaces de hablar desde una tribuna mejor que muchos políticos, que crean valor en su entorno y están convencidos de que hay una manera viable de hacer bien las cosas, no podemos culparles. Porque lo que pretenden es que se les apoye para poder defender el trabajo honesto que realizan. Queridos lechuguinos, no metamos a todos en el mismo saco. Ya sé que es pedir peras al olmo. No criminalicemos a un sector entero por la movilización de unos cuantos. Porque al final, los radicales recogerán los frutos. 

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