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Qué ven mis ojos

Cueste lo que cueste

“Nada sale tan caro como lo que se hace a cualquier precio”

Hay dos maneras de hacer algo cueste lo que cueste: el suicidio o el crimen, rebajarse uno todo lo que haga falta o pasar por encima del cadáver de los demás. Pero nueve de cada diez veces, el que lo dice suele estar pensando más en lo segundo que en lo primero: en las leyendas, el capitán es el último en abandonar el barco; en la realidad, nunca estuvo allí, al ver el oleaje se puso a salvo en el puerto. Cuando la usura de los mercados cayó sobre Occidente como las plagas bíblicas sobre el Egipto de los faraones, José Manuel Durâo Barroso, el antiguo presidente de la Comisión Europea, dijo que iba a salvar la moneda única costara lo que costara y se fue a las islas Azores a hacer de correveidile entre George Bush, Toni Blair y José María Aznar. Se los encontró con los pies sobre la mesa, quizá para no pisar la sangre que estaba a punto de derramarse; aunque hubiera sido difícil, porque cuando los cazabombarderos despegaron de las bases militares rumbo a Bagdad, ellos tampoco estaban allí.

El ex- presidente del Gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero también dijo, cuando sintió que la crisis le mojaba los pies, que iba a hacer un giro en su política hasta darse la espalda a sí mismo, y se dispuso a recortar nuestros derechos "cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste", demostrando de esa forma que para hacerse el harakiri lo mismo valen una espada de samurái que unas tijeras. El resultado, poco después, fue una mayoría absoluta del Partido Popular.

Un paso de gigante

El caso de Artur Mas es otro gran ejemplo: costara lo que costara, quiso proclamar la independencia para ajustarle las cuentas a España por levantar las alfombras de los Pujol y vengarse de los catalanes que no lo votaron, y de ese modo han conseguido echar por tierra su ambición de poder y su deseo de pasar a la historia. En su idea post-electoral de que había que negociar lo que fuera y con quien fuese “para corregir lo que no le habían dado las urnas”, el verbo “corregir” lo explica todo. Los ingleses dicen que hay personas con tan mal ojo que si montasen una funeraria la gente dejaría de morirse, y este hombre debe ser de esa clase, porque ha fracasado en todo y de todas las maneras posibles. En su canto del cisne ha querido convencernos de que se quemaba a lo bonzo para que los demás viesen una luz al final del túnel, pero con eso sólo ha conseguido dejar claro, por si alguien aún lo dudaba, que él no era el conductor, sólo era el combustible, por mucho que crea que su astucia demostrará que el fin justifica los medios y también a los mediocres, que los hombres de paja arden deprisa y el que ha puesto al frente para despistar acabará por nombrarlo jefe de su república. No hay mayor ciego que el que no quiere ver.

Sus compañeros de viaje no han salido mejor parados. Su sustituto en la Generalitat se estrena diciendo que estos no son tiempos para cobardes, pero está ahí por miedo a otras elecciones. Oriol Junqueras juega a manejar los hilos del muñeco, aunque sabe que todo poder en la sombra conduce a la oscuridad. La CUP iba de anticapitalista y acaba inmolándose para permitir un nuevo gobierno comandado por CiU, un partido que ha desvalijado a sus ciudadanos y que lleva en la piel el estigma de la corrupción; claro que también iba de formación bisagra e ingrediente necesario y se conforma con que le den una llave de la entrada de servicio y con ser la guarnición de un plato en el que la carne la pone ERC y el pescado la derecha de toda la vida. Acaban de cumplirse ochenta años de la muerte de Valle-Inclán, pero el esperpento goza de buena salud, aunque es posible que sus protagonistas no se den cuenta. ¿Sabe Mas, por ejemplo, que lo que ha hecho no le emparenta con Tarradellas ni con Companys sino con Esperanza Aguirre? Al fin y al cabo, ella accedió al poder con su “tamayazo” y él y los suyos lo conservan, al menos de cara a la galería, con un “cuponazo”, si me permiten la broma y el juego de palabras.

Por no hablar del modo en que todo esto le puede servir en bandeja un nuevo mandato al Partido Popular, que es otro de los culpables de este conflicto de intereses, y da alas a los partidarios de la gran coalición, que poco a poco suma coartadas y símbolos: de momento, el cuadro de Juan Genovés, “El abrazo”, después de estar años oculto en un sótano del museo Reina Sofía, ha sido rescatado de su mazmorra y se exhibe en las paredes del Congreso, naturalmente no para recordar al PCE ni a los abogados laboralistas de la calle Atocha, sino como una alegoría de lo que quieren que pase ahora entre los dos partidos tradicionales. La nueva Transición, la vieja transacción.

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