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Desde la casa roja

La 'desfranquización' de España

La matrícula HH1933 está prohibida en Alemania. Es inmoral. Eso fue lo que sentenció un tribunal de Düsseldorf cuando un ciudadano de la ciudad de Viersen, en Renania del Norte-Westfalia, quiso elegirla para su coche. En Alemania, además de las matrículas que entregan las autoridades, se pueden combinar letras y cifras con alguna referencia simbólica o especial para los dueños de vehículos siempre y cuando respeten el formato oficial. HH1933 tiene un significado muy concreto en el país: Heil Hitler y el año en que el dictador llegó al poder, 1933Heil Hitler. En 2017, dos turistas chinos fueron detenidos frente al Reichstag por levantar el brazo y hacerse fotos frente al edificio. Fueron liberados porque la policía alemana entendió que solo estaban haciendo una broma en forma de selfi. Un berlinés fue denunciado por sus vecinos por enseñar a su perro Adolf a levantar la pata como saludo nazi. En 1998, un grupo de 70 ultrasur fueron devueltos a España por gritar “Heil Hitler” por las calles de Colonia. Todos estos gestos tienen un alcance muy leve. Apenas ninguno. Excepto si eres descendiente, por ejemplo, de una víctima del nazismo y por las mañanas escuchas a tu vecino insistir con el “Heil Hitler” a su perro. No hay broma. Hay gestos que hieren.

El Derecho comparado es una disciplina del Derecho que busca soluciones jurídicas ante problemas iguales planteados en diferentes procesos o lugares. Por eso, miramos a Alemania para saber, a pesar de las diferencias, qué podemos aprender o qué podríamos aplicar en este país nuestro con referencia a la memoria de la dictadura y su encaje en nuestro presente. En los años 90, el Bundestag lanzó una serie de medidas que impondrían multas y penas de hasta tres años de cárcel para quienes aprueben, nieguen o minimicen, en público o en una reunión, los actos perpetrados durante la dictadura nazi. También se castiga la exhibición de insignias nazis o neonazis. La negación del Holocausto no es una opinión más, se castiga con hasta cinco años de cárcel.

Todas estas medidas forman parte de un proceso que se inició inmediatamente después de la caída de Berlín en 1945, la desnazificación de Alemania. Qué iba a hacer Alemania con su pasado reciente, con el Holocausto, con los ocho millones de afiliados al partido nazi, cómo iba a juzgar a los altos cargos de Hitler con un sistema judicial que no contemplaba esos delitos. Miramos a Alemania porque nada ha podido ser más complicado en referencia a la memoria de una dictadura que aquello de levantar la identidad de ese país después de los nazis. No hace tanto tiempo. En 1945, aquí atravesábamos la posguerra y se institucionalizaba un régimen autoritario que durante cuarenta años ejerció la tortura y ejecutó la disidencia. Quizá llevan razón quienes se oponen a la reforma del Código Penal y antes de saber qué hace España con la exaltación del franquismo debería saber qué hacer con el franquismo en sí, calado hasta los huesos en su historia, sin juicio, sin consecuencias.

Tirando por lo bajo: en Amazon se venden banderas franquistas a partir de 8 euros. En Jaén existe un restaurante donde hasta hace muy poco ponía en su puerta “Prohibida la entrada de rojos” y que está lleno de águilas. En un bar a dos calles de mi casa, en Madrid, hay una colección de botellas de vino en una balda del comedor con la cara de Franco. No pasa nada. Llevan ahí mucho tiempo. Son souvenirs nostálgicos de la dictadura. Restos de naufragio. El problema es que a menos de diez kilómetros de ese bar, en 1975, asesinaron a las últimas víctimas del franquismo. La orden la firmó el mismo hombre cuyo rostro nos mira tomar el vermut sin provocarnos ningún atragantamiento.

Más grave resultó el grito de “Viva Franco” que profirió la familia del dictador en la explanada del Valle de los Caídos durante la exhumación y delante de todo el país o las calumnias de Javier Ortega Smith, secretario general de Vox, cuestionando a las trece jóvenes asesinadas en la tapia del cementerio de La Almudena de Madrid conocidas como Las Trece Rosas.

No sé si alguien piensa que la salud de la democracia alemana, ni de la francesa, ni de la italiana, ni sus libertades de expresión estén en entredicho por tener una ley que castiga la exaltación del fascismo. Es más, creo que de la salubridad de su política forma parte haber conseguido un consenso acerca de que, más allá de las ideologías actuales de unos y otros, del sesgo político que cada uno defienda y entienda como suyo, existen ciertos gritos y símbolos que representan ideas que no deben regresar. Es cierto que sus crímenes fueron juzgados y los del franquismo, no. Pero a estas alturas, cuarenta años después, empezar por esto la desfranquización de España no me parece extemporáneo.

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