Desde la tramoya
Contorsionismo plebiscitario
Hubo mucha belleza en la presentación que hizo Artur Mas de su hoja de ruta hacia la proclamación de la independencia de Cataluña: el inmenso Auditorio del Forum de Barcelona, lleno a rebosar con 3.000 representantes de la sociedad política, económica y cultural catalana, que asisten con rigurosa invitación. El president aparece solo en el escenario, delante de fondo azul y escoltado sólo por la senyera. El president más intimista.
Así, en la intimidad, nos contaron, había sido la preparación de su conferencia, y así se presentaba él ante su pueblo. El auditorio queda en silencio y la luz ilumina sólo al orador, que quiere ser el padre de una nueva nación y que habla bajo un cielo de estrellas, que tales parecen las luces del Auditorio. Al terminar, el pueblo saluda en pie a quien quiere ser fundador de la nueva patria, que baja y recorre la fila 0, extendiendo su mano a todos. Sólo Oriol Junqueras le niega el aplauso.
Mucha belleza en los símbolos. Pero yo solo veo a un contorsionista retorciéndose con dificultad.
Porque lo que está proponiendo Mas es un imposible jurídico y un improbable político. Imposible jurídico porque en España no hay elecciones plebiscitarias. Hay referendos, por un lado, y elecciones autonómicas, por otro. Pero no elecciones autonómicas refrendarias. Sin embargo, dice Mas: “Debe haber una pregunta o un programa claro. Que es si se quiere que Catalunya se convierta en un Estado independiente. Se trata de preguntar exactamente esto y no otras cosas”. Así de flexible es el cuerpo del artista: convoco unas elecciones autonómicas, pero trato de evitar que se hable de otra cosa que no sea la independencia.
Sin embargo, supongamos que hay, en efecto, elecciones autonómicas, y que Mas quiere deducir del resultado si los catalanes quieren o no la independencia: ¿cómo contamos los votos? ¿Como votos, o como escaños? ¿Qué participación exigimos? ¿Cómo traducir porcentajes a listas de nombres al Parlament al lenguaje de un “sí” o un “no”? Porque resulta que el resultado de tales elecciones sólo puede ser un listado de diputados y diputadas en un nuevo Parlament, y de ahí la elección de un president de la Generalitat.
Imposible jurídico, pues, pero también improbable político. Porque dice Artur Mas luego que “debemos asumir que habrá otros partidos que hablarán en sus programas de otras cosas que no tienen nada que ver con el proceso soberanista. No tenemos que caer en ello porque esto no convertiría las elecciones en la consulta, sino que serían unas elecciones convencionales". No nos engañemos: el adversario de Mas no es solo Rajoy, sino sobre todo Junqueras.
La política enseña pronto que no hay mayor fuerza que la lucha por un único sillón. En este momento esto es lo que está marcando de verdad la política catalana: si gobernará Mas o gobernará Junqueras. Sería deseable que el resto de los partidos lo entendieran y no entraran en el juego.
Para negar la hoja de ruta de Mas, debe negarse ya el punto de partida, que es el de las “elecciones plebiscitarias”. Sería un error que los partidos unionistas aceptaran el envite y se pusieran a hacer campaña unitaria por el “no”. Quien no esté dispuesto ya a hacerle el juego a este president, deberían decirle que se baje del escenario, que ya está bien. Para que hubiera un plebiscito debería haber tres posibilidades: sí, no y abstención. Y una campaña electoral con dos grupos bien definidos, unos por el sí y otros por el no. Y lo único que puede convocar Mas son unas elecciones autonómicas. Lo demás es fumar con el pie como en un viejo circo de pueblo. Aunque decores muy bonito el Auditorio.