Cayetana, La Oreja de Van Gogh y una crisis reputacional Eva Baroja

El cuestionamiento de las instituciones democráticas tradicionales es uno de los rasgos más notables del populismo rampante. Hay otros: la evocación de un pasado nacional mítico, inventado, con líderes mesiánicos –cada uno en su dimensión, Abraham, Jesucristo, Simón Bolívar, los Reyes Católicos, Don Pelayo… El desprecio del intelectualismo y su sustitución por las emociones más primarias: la fuerza, la fe, la virtus latina, es decir, la virilidad, que Nietzsche interpretó de este modo: “De hecho, todo aquel que tenga el furor filosófico en el cuerpo no tendrá más tiempo para el furor político y se abstendrá sabiamente de leer el periódico todos los días y especialmente de militar en un partido”.
Los populistas, en consecuencia, reniegan de la política convencional e imponen esquemas jerárquicos y veneran a quienes ejercen la autoridad sin contemplaciones, por encima de las instituciones: a los caudillos, a los guerreros, a los lunáticos desmelenados también. Que se presentarán como salvadores de una patria amenazada por la anomia, por el relativismo moral y por la secesión. Solo existe, pues, un pueblo virtuoso, el nuestro, amenazado por los enemigos: extranjeros, perezosos, faltos de compromiso nacional, conspiradores de dentro y de fuera, apátridas, globalistas.
¿Por qué habrían de aceptarse las instituciones democráticas si son la causa misma de la degradación moral? La nueva sociedad y el nuevo tiempo, que han de imponerse de la mano de los líderes providenciales, prescindirá del establishment y de la élite burocrática que lo ocupa. Gobernará de forma directa y asamblearia, combinando la capacidad carismática del caudillo para interpretar él solo la voluntad de su pueblo, con la expresión popular a través de expresiones masivas elocuentes: la propaganda afín, las manifestaciones en las calles, las redes de profetas, reales o virtuales.
No nos imaginamos a Feijóo cogiendo una motosierra en un mítin, pero se acerca peligrosamente. Las presiones de la extrema derecha española sobre el electorado del PP le empujan hacia un progresivo rechazo de las instituciones
El argentino Milei, motosierra en mano, es la expresión última del rompe y rasga de ese nuevo populismo. Destruir lo instituido, segar las malas hierbas que impiden el crecimiento de las plantas nuevas. El PP español está aún lejos de eso y no nos imaginamos a Feijóo cogiendo una motosierra en un mítin, pero se acerca peligrosamente. Para ser justos, el aliado doméstico de Trump, otro lunático, es Santiago Abascal y no Feijóo. Pero las presiones de la extrema derecha española sobre el electorado del PP le empujan hacia un progresivo rechazo de las instituciones. Ahí están el cuestionamiento de las decisiones del Tribunal Constitucional y de la legitimidad del Gobierno, la identificación de fiscales y funcionarios como parte de un supuesto poder omnímodo y casi dictatorial, la objeción a las decisiones parlamentarias contrarias, el victimismo con respecto de supuestas conspiraciones y el acoso a periodistas críticos o incómodos.
No, Feijóo no es Milei ni Trump ni Orban ni Abascal, pero los acentos de algunos de sus colegas de partido sí son propios de este neofascismo con apariencia inofensiva que está poniendo patas arriba los progresos democráticos de las sociedades más decentes.
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