Todo lo que no sea dimitir Pilar Velasco
La puerta del Ateneo está abierta
En 1919, Federico García Lorca escribe una carta desde Madrid: “Queridísimos padres: … Me hice socio del Ateneo y allí me paso grandes ratos en la magnífica biblioteca que tiene donde están los libros más raros que quieras leer…” Lorca fue luego vicepresidente de la Sección de Literatura. La biblioteca permanece tal como era entonces y los cientos de miles de libros desempolvados esperan en las estanterías. No tenemos nada que lo documente, pero es fácil imaginar que el poeta, además de leer y escribir, tocaría el piano en las salas de la calle Prado, quizá acompañado por la bailaora y coreógrafa Antonia Mercé, La Argentina, que también frecuentaba el lugar.
La nómina de personalidades que desde 1820 contribuyeron a dar luz a las artes, las ciencias y las letras de España desde el Ateneo de Madrid (y su antecedente, el Ateneo Español), es realmente impresionante. Incluye a todos los premios Nobel españoles, a casi todos los presidentes del Gobierno y a los todos los reyes desde Alfonso XII, en una sociedad, por cierto, que se precia de republicana en el más generoso sentido de la palabra.
No hay ninguna institución española que haya canalizado la generosidad de la sociedad civil como la llamada Docta Casa. A pesar de las enormes dificultades y con las interrupciones propias del absolutismo y la dictadura, superando sacudidas y calamidades, y gracias al empeño de miles de socias y socios que han mantenido abiertas sus puertas y vivo su espíritu, el Ateneo ha sobrevivido doscientos tres años.
La idea es universal, simple e inspiradora: un lugar de encuentro genuinamente altruista para la expresión del arte, la ciencia, las letras y el pensamiento más libres. Un refugio para la palabra, el sitio donde todo puede ser dicho. Y un lugar donde cruzar vivencias y compartir conversación y conocimiento.
La retirada de la subvención nominativa que el Ateneo venía recibiendo de la Comunidad de Madrid desde hace décadas es, por eso, una injusticia lamentable, sabiendo que se trata de la única que ha sido suprimida de entre decenas. Esas ayudas públicas se conceden a través de los presupuestos generales a instituciones que prestan un servicio permanente a la comunidad y el Ateneo lo hace amplia y generosamente. No habiendo ninguna otra justificación, solo cabe pensar que la supresión se ha decidido por motivos políticos, muy probablemente por mis propias ideas y manifestaciones, que jamás he ocultado ni ocultaré. Es injusto castigar al Ateneo por lo que yo opine. Mi responsabilidad, que asumo sin matices, es mantener la pluralidad y la libertad en la Casa, haciendo honor a su tradición y su historia.
Rajoy tomó la palabra y con su conocido ingenio dijo: “Cómo será mi compromiso con el Ateneo de Madrid que me voy a hacer socio… sin saber cuánto es la cuota”. No hay ninguna institución madrileña que tenga esa capacidad de convocatoria transversal
Desde que se hizo pública la decisión de la Comunidad de Madrid, que ha provocado el rechazo unánime de los grupos parlamentarios (Más Madrid, PSOE y Vox), el apoyo de la ciudadanía y de instituciones hermanas ha sido abrumador y yo quiero agradecerlo en nombre de los 2.300 ateneístas de hoy. No se dirime aquí la hegemonía de las derechas o de las izquierdas. Trabajamos por la libertad y por preservar un espacio en el que encontrarnos unas y otros, pensemos lo que pensemos. Quedan pocos lugares para hacerlo.
Hace unos meses recibí a Mariano Rajoy en la puerta del Ateneo. Venía a presentar el libro Historia de las derechas en España, del profesor Antonio Rivera. Subiendo la histórica escalera principal, le pedí que se hiciera socio, como había hecho con el resto de los presidentes del Gobierno. Los cinco respondieron positivamente a mi petición y el presidente Rajoy me dijo que se inscribiría de inmediato. Orgulloso de su respuesta, la anuncié al público que abarrotaba la sala de la Cacharrería, una de las instancias históricas. Rajoy, hechas las presentaciones y el anuncio, tomó la palabra y con su conocido ingenio dijo: “Cómo será mi compromiso con el Ateneo de Madrid que me voy a hacer socio… sin saber cuánto es la cuota”. No hay ninguna institución madrileña que tenga esa capacidad de convocatoria transversal y la prueba es que en los últimos días las peticiones de entrada se han multiplicado por seis.
Por cierto, la cuota, que es de 300 euros al año (deducibles en la Declaración de la Renta), y que pagan por igual el rey y el último estudiante de oposiciones, es perfectamente asumible para un registrador de la propiedad y razonable para la mayor parte de la población. Con ella se contribuye a mantener no solo un edificio y una biblioteca históricos y una tradición bicentenaria y brillante, sino también algo que escasea: un espacio de encuentro inspirador, libre y plural. Quien no lo crea, que venga, que aquí la puerta sigue abierta.
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