… Felicidades, Aitana

En medio de la frenética precampaña electoral, las subidas de tipos de interés y las tragedias en el mar, aparece una noticia pequeña de esas que son grandísimas para quien las vive. Un padre cuelga este tuit:

Y entonces se produce un goteo de felicitaciones para Aitana. Decenas, cientos, miles de mensajes de personas desconocidas le envían empatía en formato tuit. Claro, cómo no mandarle un cariño a una niña que con trece años está pasando un mal trago... Yo también lo hice, era tan fácil como teclear un abrazo, tan fácil como ponerse en su piel.

Seguramente, casi todos hemos sido Aitana en algún momento de la vida. ¿Reconoces ese día en el que sientes que te han fallado personas que pensabas que te querían? Es un malestar inconfundible que te hace navegar entre la perplejidad y la amargura. Una sensación de ahogo porque la soledad lo inunda todo.

Nos sucede de niños, de adolescentes y también de adultos. La diferencia es que, cuando tenemos una edad, hemos vivido otras experiencias similares y no lo sentimos con tal intensidad… o sí, pero sabemos que el mal pasará. De adulta, la decepción entra en tus planes; cuando eres niña o adolescente, no.

Recuerdo cómo me rompió el corazón la que yo creí que era mi mejor amiga. El sentimiento de abandono, de desdicha, de incapacidad para remontar. Yo tenía siete años y creía que aquello era el final, pero a la vuelta de la esquina me esperaba el inicio de la historia de amistad más bonita del mundo.

Cada verano, reaparecen estudios que insisten en recordarnos lo bueno que es el aburrimiento para los niños, porque así dan rienda suelta a su imaginación, porque el tedio es un estímulo para la creatividad. Y nos cuentan también que es necesario que los pequeños conozcan la tristeza y la frustración, porque experimentar esos sentimientos dolorosos en la propia piel es parte de un aprendizaje muy útil para la vida que viene después...

¿Reconoces ese día en el que sientes que te han fallado personas que pensabas que te querían? Es un malestar inconfundible que te hace navegar entre la perplejidad y la amargura

La historia de Aitana me hizo pensar en ella, pero también en sus amigas, las presuntamente escapistas, las que le nublaron el día, las que le hicieron sufrir, otras niñas de una edad parecida a la suya, seguramente. Niñas que quizás no tuvieron maldad; en ocasiones, hacemos daño sin ser conscientes.

 Y puede que en ese intento por comprenderlas hubiera cierta necesidad de tranquilizar mi propia conciencia. A veces, somos nosotros los que no acudimos a la celebración de alguien que nos espera. En la vida nos fallan y también nosotros fallamos.

Es probable que, con el tiempo, a Aitana se le desdibujen las caras de esas invitadas que un 21 de junio no comparecieron. Pero me temo que nunca olvidará que su padre estuvo atento a lo que ella sentía y organizó una fiesta tuitera a la que no faltó casi nadie. Felicidades, Aitana. Felicidades, Daniel.

Mi niña Lola. Concha Buika.

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