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Un pequeño esfuerzo (contra la charlatanería)

Antes de nada les admito que la gente que habla demasiado rápido me despierta todas las suspicacias. Temo que tras ese inacabable torrente de palabras, tras esa incontinencia tan de moda en lo digital, lo que se halle es la nada. Cualquiera tiene el derecho a encubrir que carece de algo que decir fingiendo decir mucho, lo cierto es que en tiempos convulsos no decir nada es tomar partido porque todo siga como está.

Ángel Martín es humorista, publica libros y también ejerce como comentarista de actualidad. Ángel Martín habla muy rápido. Ángel Martín tiene como oficio caer bien, un arte que requiere de grandes dotes de simpatía pero también de cálculo. Este martes publicó un vídeo en sus redes sociales. A las seis horas de su salida había acumulado medio millón de reproducciones, varios medios nacionales lo destacaban entre sus noticias, decenas de miles de personas lo aplaudían y compartían. La pieza consistía en un repaso a estos dos últimos años donde Martín mostraba su enfado porque “los que mandan” le habían pedido “un pequeño esfuerzo”. Martín decía no tener soluciones, pero quería que las tornas cambiaran y que “dejemos de ser tú y yo los que deben tragar”.

El vídeo, que pretendía tener la apariencia de una explosión emocional que surge de manera espontánea –”me he levantado cabreado”–, es una de esas piezas que tienen detrás horas de ensayo para lograr su objetivo: la empatía del ciudadano medio harto de todo. ¿Hastiado exactamente de qué? Según Martín de la nevada, de los volcanes, de la subida de la luz, de la guerra, de la inflación, los incendios y los suicidios, de esos pequeños esfuerzos que nos pidieron desde la pandemia para “aceptar ciertas reglas aunque no se explicaran demasiado bien”. La verdad, la gran mayoría entendió aquellas reglas que salvaron miles de vidas y que consistieron en algo tan sencillo como quedarse en casa y ponerse mascarilla, algo que quizá para Martín resultó confuso porque, si no recuerdo mal, fue una de esas figuras públicas que cuestionó, con ese particular estilo de tirar la piedra y esconder la mano, unas medidas tan sencillas de entender.

Por mucho que gente como Ángel Martín se empeñe en olvidar, la pandemia puso de relieve que el esfuerzo común y los servicios públicos valían para algo, justo lo contrario de lo que los neoliberales nos habían estado imponiendo durante cuatro décadas. Además se demostró que la política era una fuerza poderosa si se utilizaba para el bienestar de la mayoría. Lo que algunos denominamos momento laborista consistió en que este Gobierno, mediante su ministerio de Trabajo, en estrecha colaboración con los sindicatos, articularon una serie de medidas que salvaron millones de puestos de trabajo nacionalizando sus sueldos. Se aumentó el salario mínimo. Se llevó a cabo una reforma laboral que ha permitido la creación de centenares de miles de contratos indefinidos. “Los que mandan” no son siempre los mismos. De hecho, algunos de “los que mandan” ahora hace 80 años que no habían pisado un Gobierno.

Martín, además de dominar el arte del cálculo para no decir nada pretendiendo decirlo todo, maneja la disciplina del escapismo con maestría. Porque tratar a “los que mandan”, imaginamos que el poder político, como si fueran un todo indistinguible resulta de un escapismo atroz. Basta tener un poco de memoria y recordar la Gran Recesión, los años que fueron de 2008 a 2015, para ver las consecuencias de aquellas políticas y de estas: los despidos, los recortes públicos y los palos en las manifestaciones frente a una intervención pública para evitar un desastre mayor. Y a eso se le debe poner nombre, por quién gobernaba, el PP, o por las políticas que hacía, un radical y ortodoxo neoliberalismo, porque si no se hace, si nos ahorramos los protagonistas y los apellidos, lo mismo lo que pretendemos, tras tanta palabrería en apariencia furiosa, es que la gente desconozca el quién, el cómo y el por qué. Que triunfe la antipolítica como preludio a los que quieren un orden al margen del democrático.

Por mucho que gente como el humorista Ángel Martín se empeñe en olvidar, la pandemia puso de relieve que el esfuerzo común y los servicios públicos valían para algo, justo lo contrario de lo que los neoliberales nos habían estado imponiendo durante décadas

No sé si Ángel Martín tiene alguna pretensión más allá de la necesidad de situar su producto en un lugar bien visible. De hecho me da igual. Por contra, lo que sí me importa es que quede claro que “los que mandan” no es más que un burdo epígrafe donde nunca aparecen aquellos poderes al margen del Gobierno. De hecho, en estos dos años, partes del Estado profundo, los medios de comunicación y los poderes económicos se han conjurado para intentar torcer la voluntad popular expresada en las últimas elecciones. Tanto que incluso se intentó imponer un Gobierno de concentración, se habló de fusilar a 26 millones de hijos de puta y se sabotearon las medidas sanitarias mediante la irrupción de un misterioso conspiracionismo que apareció de forma tan súbita como se fue. Frente a esa otra parte de “los que mandan”, Ángel Martín, tantos otros, hacen el pequeño esfuerzo de quedarse siempre mudos. La razón es sencilla: unos mandan un rato, otros lo hacen siempre y a los segundos es mejor no molestarlos.

Lo cierto es que entre “los que mandan”, los que más lo hacen son los señores del dinero: un sistema bancario-financiero que es capaz de imponer sus deseos por encima de la voluntad popular. Pero con esa gente, y con las políticas que patrocinan, hay también que aplicar la amnesia si tu oficio es caer bien. Y obviar que existe un desequilibrio fiscal, de renta, de propiedad que es precisamente lo que provoca que la gran mayoría tenga que “tragar” con formas de organizar la sociedad que les son hostiles. De hecho, en demasiadas ocasiones, si la mayoría traga es porque gracias a estos medidos sucedáneos de furia no se llega más allá, quedándose sin comprender por dónde le caen las hostias y cómo evitarlas mediante la acción política organizada. A Ángel Martín se le desconoce opinión respecto al poder económico. Lo que sí sabemos es que ha estado promocionando estafas como la venta de NFT en sus canales. Debe de ser que lo de afiliarse a un sindicato es demasiado concreto para su cinismo, pero no así lo de especular con memes de gatos para sacarle la pasta al personal.

Y sí, a pesar de todo, parecía que el país estaba recobrando el ritmo, saliendo de la crisis pandémica de forma muy diferente a la de la década pasada, no por casualidad, sino por diferencia política. Hasta que llegó la guerra y con ella la tensión energética y la inflación desbocada, lo que provoca que mucha gente “llegue con el agua al cuello a final de mes”. No sé dónde ha escuchado Ángel Martín que se nos vuelva a pedir “un pequeño esfuerzo”.

En estos meses yo he escuchado cómo se ha logrado una excepción ibérica al precio de la energía, cómo se va a apostar por la gratuidad del transporte público, cómo se van a subir los impuestos a las empresas energéticas y los bancos. También he escuchado hablar del apocalípsis por toda solución, decir que esos nuevos impuestos son un liberticidio y que lo que hay que hacer es contener los salarios y no los beneficios empresariales. Una vez más diferencias entre “los que mandan”, una vez más una interesada equidistancia.

La cuestión es que es cierto que muchos no llegamos a fin de mes. La cuestión es que por muchas ayudas e impuestos excepcionales que el Gobierno implemente, costará domar a la inflación. Hay maneras rápidas de bajar los precios: abaratar el despido y echar a un par de millones de trabajadores a la calle para que dejen de consumir, lo que leerán eufemísticamente como enfriar la economía. También hay otras: pacto de rentas, reforma fiscal e intervención pública en los sectores estratégicos. Apostar de forma decidida por un modelo económico diferente. Algo que, como molesta a los señores del dinero, requiere de una movilización popular, de una organización política, mucho más profunda, sostenida y constante que la del mero berrinche en redes sociales.

Pero para eso primero hay que hacer un pequeño esfuerzo contra la charlatanería, esa que brota oportunista cuando hay demasiados problemas precisamente para impedir que se vean las soluciones. Después hay que realizar un esfuerzo bastante más grande. Uno que se sitúa muy por encima del descreimiento y la indignación de baratillo, uno que necesita de la acción política colectiva, aquello que nos salva de ser individuos temerosos y atolondrados a expensas de los profesionales del manejo de la emoción.

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