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Muros sin Fronteras

La globalización de la falta de empatía

Hay más generosidad en Uganda, que acoge a cerca de un millón de personas que huyen de guerras en los países vecinos, que en Europa y en EEUU. Comparten mejor los que menos tienen. Han aprendido que la supervivencia de la mayoría depende de la cultura de la generosidad, de la pertenencia a un grupo que se autoprotege. En el mundo supuestamente rico prima la ley de la selva, la ley del más fuerte, el sálvese quién pueda. Ese mundo poderoso se esconde detrás de fortalezas y muros. Los necesita para sentirse a salvo.

La respuesta policial, la mano dura con los débiles, empieza a ser la norma de comportamiento entre los fuertes. Hay una falta de empatía global. No hablamos de dictaduras, sino de países con constituciones repletas de palabras hermosas: democracia, libertad, igualdad, progreso. Algunos de sus dirigentes blanden la Biblia y acuden acompañados de sus familias a los oficios religiosos convencidos del poder político de la representación, de lo que dicen que son.

Ya habrán escuchado estos días las voces y los llantos de niños migrantes que la policía de fronteras de EEUU ha separado de sus padres, acusados de entrar ilegalmente en EEUU. Las hemos conocido gracias a ProPublica, una organización sin ánimo de lucro dedicada al periodismo de investigación. Su fuerza está en la autenticidad, como la del periodismo de calidad es desvelar lo que el poder político de turno quiere ocultar. No solo los priva de la compañía de sus progenitores, sino que los encierra en jaulas mientras se decide la suerte de sus mayores que entraron ilegalmente en el país.

A los detenidos en la frontera se les aplican leyes que no entienden, se les somete encadenados a juicios rápidos. En el vídeo anterior se reproduce con dibujos animados uno de estos juicios (real) en el que el juez le dice al migrante que no sabe dónde están sus hijos. Es la crueldad disfrazada con una toga.

No son hechos aislados, son casi 2.000 niños separados de sus padres en las últimas seis semanas.

Se han dado casos de madres deportadas sin que les hayan devuelto el hijo. Se los arrebatan mediante engaños, como decir que van a lavarlos, adecentarlos después del viaje a través de la frontera. A los niños también se les miente sobre tías imaginarias que les telefonearán después.

No es un accidente, una interpretación torticera por parte de algún sheriff fronterizo sin escrúpulos, se trata de una política de Estado, de una decisión del fiscal general del Estado, Jeff Sessions, y de Donald Trump, de imponer tolerancia cero con la inmigración ilegal sin importar las formas ni los tratados.

Sessions es de los que venden cristianismo de salón. La buena noticia es que empieza a tener problemas en la iglesia Metodista Unida, a la que pertenece.

Es un escándalo que lleva meses cocinándose. Al principio eran noticias sueltas de aquí y de allá hasta que todas juntas conformaron una realidad dramática: la separación de los menores forma parte de la política migratoria de EEUU; tiene por objetivo crear una atmósfera de terror que disuada a otras familias de entrar en EEUU.

Las informaciones verificadas se abren paso entre el mantra de mentiras de una Administración que ha convertido el embuste en una forma cotidiana de hacer política. Trump negó al principio que se separase a los hijos de los padres, después culpó a los demócratas, y ahí sigue instalado en sus guerras reales o imaginarias contra las fake news, que son todas las noticias que no le gustan, es decir, todas las que no le ensalzan.

Además de culpar a los demócratas de la ausencia de una legislación, Trump asegura en el vídeo anterior que EEUU no será un campo de inmigrantes, ni un centro de acogida de refugiados. Garantiza que no sucederá en su país lo que está pasando en Europa y otros lugares (sic). Mezcla los migrantes con la inseguridad y el crimen, algo que no se sustenta en ninguna estadística de su propio gobierno. Habla más adelante de la destrucción y muerte causadas por gente que “ha venido a este país”.

Este hombre es presidente de EEUU, no un locutor de radio dedicado a promover incendios.

Es un tipo peligroso que se beneficia de un electorado que sigue comprando su relato. Ha robado el espacio a los republicanos clásicos, con los que está enfrentado, y está a punto de robárselo a su país.

En otra intervención, Trump criticó la política migratoria de Angela Merkel, que en teoría es aliada. Apoyó las posiciones anti-migratorias de su ministro de Interior, con el que la canciller federal está en conflicto. Horst Seehofer pertenece a la Unión Social Cristiana, el partido hermano bávaro, contagiado al parecer del salvinismo (Matteo Salvini) que crece al otro lado de la frontera.

El presidente se acerca a las posiciones de Alternativa para Alemania (AfD), un partido xenófobo que está en la línea del Frente Nacional francés de Marine Le Pen, el UKIP de Nigel Farage o el Partido por la Libertad del holandés Geert Wilders. Trump está más cómodo con los postulados de la extrema derecha europea y con dictadores como Kim Jong-un que con sus aliados tradicionales.

El presidente de EEUU vinculó la permisividad de Merkel con la inmigración en 2015 (el verano del gran éxodo de los refugiados sirios) con el aumento de crímenes en Alemania. Otra afirmación falsa del Mentiroso en Jefe. En Alemania han descendido los delitos.

El fiscal general Sessions, un ex senador ultra que le ha dado muchos problemas a Trump porque en un rapto de ética se recusó a sí mismo en las investigaciones de la pista rusa, ha tratado de justificar la mano dura con las madres en la fronteras con citas de la Biblia. Necesita congraciarse con el jefe.

Los senadores republicanos más moderados empiezan a moverse en busca de una solución. En las elecciones legislativas de noviembre, 33 de ellos se juegan el escaño. Tal ha sido el escándalo que el presidente se ha visto obligado a rectificar: no habrá más separaciones. La ideología que mueve el odio se mantiene en alerta en espera de otra oportunidad.

En este artículo, Jeh Charles Johnson sostiene que la política anti migratoria de Trump es inmoral, y además es inefectiva.

Esta política tiene sus antecedentes en la detención de decenas de miles de japoneses que vivían en suelo estadounidense, fueran ciudadanos o no, bajo la sospecha de ser espías tras el ataque a Perl Harbour.

El problema es que Trump está normalizando la anormalidad. Toda una generación se está educando en que los nuevos valores del éxito son la mentira, la violación de la ley y de los derechos humanos.

Si a todo esto le unimos las últimas declaraciones del ministro de Interior de Italia, Matteo Salvini, sale un cuadro descorazonador. Salvini, el que cerró sus puertos a los barcos que salvan personas en el mar Mediterráneo, quiere realizar un censo de gitanos para expulsar a los que no sean italianos. “A los que sean italianos nos los tendremos que quedar”, dijo.

¿Nadie tiene memoria?

Les dejo con música: I Nomadi del gran Augusto Daolio, un tema de Francesco Guccini muy apropiado a los tiempos de negrura que vienen.

 

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