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Muros sin Fronteras

Nicaragua quiere echar a Daniel Ortega

Hay dos formas de enfrentarse a la realidad, desde la ideología o desde una cierta honestidad capaz de explorar detrás de las fanfarrias de la propaganda. Nicaragua sabe a Sandino, a Carlos Fonseca y a una revolución que tumbó la dictadura de Somoza en 1979. Fueron tiempos hermosos. El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) venció porque era inmensamente popular. Era mucho más que el hoy omnipresente Daniel Ortega. Era Violenta Chamorro, Sergio Ramírez, Humberto Ortega, Tomás Borge, Ernesto Cardenal, Edén Pastora, y un largo etcétera de peleones. Fue un movimiento de izquierda con gran transversalidad. En él convivían desde los socialdemócratas hasta los marxistas leninistas.

Cuba fue su inspiración, era la mitología triunfante a mano. Y EEUU, con Ronald Reagan de presidente, reaccionó igual que el de Dwight Eisenhower en los 60 tras el triunfo de los barbudos de Sierra Maestra, como les llamaba una parte de la prensa occidental. Washington organizó una invasión desde Honduras que derivó en 11 años de guerra. Honduras siempre ha sido, y es, una pieza esencial en el patio trasero de EEUU. Los llamaron los Contras, cuando muchos eran mercenarios, por ser contrarrevolucionarios y anti comunistas. La CIA se tomó la victoria sandinista a finales de los 70 como un movimiento más en la partida de la Guerra Fría. Un juego que causó decenas de miles de muertos en todo el mundo. Muertos a cuentagotas, de los que apenas dejan rastro, como los desaparecidos.

EEUU también combatió de manera más o menos indirecta en El Salvador y Guatemala. Hablamos solo de Centroamérica, no del Cono Sur con sus dictaduras en Chile, Argentina, Paraguay, Uruguay y Brasil. Que aquella ofensiva tuvo como padres a Nixon, Ford y Kissinger.

El apoyo militar a la Contra nicaragüense acabó en escándalo, una prueba del cinismo que rige la política internacional. Tras la prohibición del Congreso estadounidense de entregar dinero a un grupo vinculado a violaciones de los derechos humanos, la Casa Blanca ideó un plan secreto en 1985: vender armamento a Irán (en teoría tan o más enemiguísimo que ahora) y desviar los beneficios hacia la Contra. El “asunto secreto” acabó en las portadas de los periódicos, algo frecuente en los países democráticos con una prensa libre. Los hombres de Reagan entregaron la cabeza de Oliver North para salvar las importantes.

Este vídeo de dibujos animados explica bien la componenda del caso Irán-Contra.

Fue más de una década de guerra sucia, violaciones de derechos humanos y de destrozo de la economía nicaragüense. Desde el norte, los Contras; desde el sur Edén Pastora, ya ex Comandante Cero, que fue el primero en bajarse del carro sandinista aunque después se subió al del danielorteguismo, y en él sigue.

Pero esa es otra historia. La de hoy es la de un ex jefe guerrillero llamado Daniel Ortega que quemó todas las etapas del poder, desde la ilusión revolucionaria hasta la burocratización de los ideales. Ortega ha interpretado varios personajes de conveniencia, el socialista (comunista según Reagan) de los años ochenta, el liberal pacifista que hablaba de dios en 2007 y el actual, que trata de sobrevivir como sea a la presión de la calle.

El detonante fue una reforma de las pensiones, lo que parecía una protesta contra una ley concreta se ha convertido en un levantamiento popular contra el régimen de la pareja gobernante (Rosario Murillo es la vicepresidenta y esposa del presidente).

En el Ortega de hoy no queda nada de aquel espíritu sandinista, solo las banderas del FSLN. Ese espíritu está en la calle, entre los estudiantes y sus madres que lo denuncian por dictador y por corrupto. Las imágenes de la represión se parecen mucho a las imágenes de la represión en Honduras, tras las manifestaciones de denuncia de fraude en las elecciones de noviembre de 2017.

A un lado de la frontera les llamamos derecha; en el otro de izquierda, pero en el fondo son los mismos tiranos banderas de Valle Inclán. El resto es disfraz para seguir en el poder.

Que muchos de los símbolos vivos del primer sandinismo, como el cantante Carlos Mejía Godoy, el escritor y premio Cervantes Sergio Ramírez o el sacerdote Ernesto Cardenal hayan terminado en la oposición a Ortega dice mucho de lo que está pasado en Nicaragua.

No es una contrarrevolución, se trata de una nueva revolución o, al menos, la explosión de la hartura acumulada durante tantos años. Los empresarios que han estado con Ortega, pues a todos les ha ido muy bien, han olido el viento del cambio y comienzan a distanciarse con carácter retroactivo.  Si hay que elegir entre estudiantes y corruptos, la elección está clara, sea en Nicaragua o Honduras. O en EEUU.

Esta pieza en castellano del The New York Times explica el contexto: “El Estado orwelliano de Daniel Ortega".

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La pareja gobernante ha tratado de sortear la crisis política con quiebros a favor del diálogo, que ha sido breve, teatral y con nula empatía con las víctimas. Después ha aplicado la mano dura, la represión y el disparo fácil. Aquí los informes de Amnistía Internacional, una organización imparcial.

Este es el lema de las marchas: “Que se vayan”.

 

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