Plaza Pública

París bien vale una misa

Javier Pérez Bazo

En estas mismas páginas de infoLibre, mi buen amigo y colega Javier de Lucas, con la excelencia que acostumbra en sus análisis, ha dejado al presidente de gobierno y a sus adláteres con las vergüenzas al aire a raíz de consumarse el nombramiento del exministro José Ignacio Wert como embajador ante la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) con sede en París. Cuando de premiar a sus fieles se trata, aparecen sin timidez el gesto alegre y firme, el ademán de los populares que mandan y medran. Este nuevo caso de privanza y amiguismo es ciertamente revelador de cómo la derecha entiende la política, al buen decir del catedrático De Lucas, pero también de la desvergüenza connivente y sin límite del gobierno en general, con Rajoy a la cabeza, y de Wert en particular.

Sabido es que el hugonote Enrique de Borbón renunció a su credo protestante con el fin de, convertido al catolicismo, subir al trono de Francia. Ser coronado bien valía una misa en Notre Dame. Cuestión de prioridades. Cinco siglos después, Wert hace suyo ese pragmatismo borbónico desembarazándose de algo tan valioso y noble como la gestión del Ministerio de Educación y Cultura a cambio de prebendas más sustanciosas: la bicoca de una embajada con su boato y corte de consejeros (probablemente una de las canonjías más preciadas por su placidez y la descansada vida de quien huye del mundanal ruido), un sueldo acorde (bastante más de diez mil euros mensuales) y otras banalidades de diplomático, unas copas en Pierre Charron, cenas tête à tête con su nueva esposa en Le Meuricetête à tête (o, para no estar solos, con la embajadora española ante la Unesco, Teresa Lizaranzu, recién nombrada por el mismo conducto y deméritos en espera presuntamente del destino de su marido, actual jefe de la oficina económica de la Moncloa). Le importaba poco dejar a Rajoy con un palmo de narices a pocos meses de las elecciones generales. O quizás, precisamente por la proximidad de los comicios, convenía afrontar el carajal del próximo inicio de curso con un amansado opusdeísta tras desprenderse de Wert, si no el peor ministro de todos los tiempos, sin duda el mejor antólogo de la petulancia, soberbia y necedad. Y de las alevosías. A cambio el saliente tendría su momio.

Cuenta la maledicencia que el citado, tan enamoradizo incluso de sí mismo, al poco de ser nombrado ministro quiso muy cerca a su amiga Montserrat Gomendio Kindelan, bióloga millonaria, perita en estrategias reproductivas, sin un solo libro conocido bajo su nombre. Nadie mejor que ella, pues, para asumir la Secretaría de Estado de Educación, Formación Profesional y Universidades, sin duda por su saber en efectos deletéreos de la consanguinidad y otras especificidades científicas del reino animal. Luego hubo quien acusó de nepotismo retroactivo al chulesco ministro, tan pronto como, transcurrido un tiempo prudencial, se confirmó su noviazgo con Gomendio. Más allá de curiosidades que escapan obviamente al interés de estas líneas, recordaré que fueron arreciando las críticas a la pareja por su incapacidad de discernir entre lo público y lo privado. Alguien pensará que en la complicidad de la alcoba prematrimonial (pecado ya venial incluso para los correosos del Opus) forjaron decretos, recortaron las becas, crecieron sus despropósitos y las reválidas, buscaron tenazmente el enfrentamiento con la comunidad escolar y, sobre todo, reinventaron el desdén y la patraña… De aquellos amores vinieron estos lodos: una reforma educativa (LOMCE) con rechazo unánime de la oposición y fecha de caducidad, las galopantes tasas universitarias, el decreto 3+2 con su ignominiosa selección estudiantil y abandono universitario por falta de recursos (que denuncié en este mismo diario), el sometimiento a las exigencias eclesiásticas, la paranoia de españolizar Cataluña a golpe de BOE y veneno patriótico, el desprecio por la cultura, el ninguneo a todo y a su contrario. Etcétera.

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Tras dejar hecha unos zorros la educación del país, aún encontraron el tiempo suficiente para urdir un futuro en común, una salida indecente. Cuesta creer tanta estrategia y premeditación. Veamos. Gomendio deja la secretaría de Estado para ocupar en París el puesto de directora general adjunta de Educación en la OCDE, cuya secretaría general ostenta el mexicano Ángel Gurría, premio Nueva Economía 2014 y a quien no por azar en febrero de este año se nombró doctor Honoris Causa por la Universidad Europea de Madrid. El acto de investidura fue presidido sin toga ni birrete por Montserrat Gomendio, que no sólo destacó adulonamente la vocación de servicio público del investido, de quien pocas semanas después sería su subordinada, sino que además, a modo mitinero, de autobombo y de examen como si de presentar su candidatura al puesto se tratara, no escatimó dilatados elogios a la OCDE, adobados con varias impertinencias, lamentables en tan solemne acto. Saque el lector sus propias conclusiones. En la capital francesa se alojó con el aún ministro en el Colegio de España, residencia pública dependiente de la que fue su Secretaría de Estado. Y ambos siguieron maquinando el rentable provecho personal mientras el ministerio dormitaba sin una de sus cabezas y la otra buscando acomodo en desbandada.

Sólo faltaba la guinda. Pese a su probada carencia de idoneidad e inexperiencia para el cargo (contrariamente a lo que presuponga su compañera Ana Pastor), Wert metió las manos hasta los codos en el empeño, como Alonso Quijano en la aventura. Puso su ansiada cancillería en la lista de boda, celebró sus nupcias en una hacienda sin papeles de Colmenar Viejo y, según las habladurías, allí escuchó un "sé fuerte" en la espera, tan de Rajoy. Derrotados los dimes y diretes, incluso los de sus propios compañeros, descansó por fin sus posaderas y altanería en el despacho multilateral de la Avenue Marceau y, a costa del erario y por caprichosa reagrupación familiar, rehizo su nidal madrileño en un pisito oficial de medio kilómetro cuadrado, Avenue Foch, en el reputado distrito XVI parisino. El nombramiento se produjo con estivalidad alevosa el último viernes del curso político, de tapadillo y a deshora, como el presidente de gobierno y los suyos acostumbran a silenciar sinecuras y abucheos. Paris vaut bien une messe; entre el trasiego de sus amores, Wert logró cantarla navegando el Sena a contracorriente.

-----------------------------------------------------Javier Pérez Bazo es catedrático de la Universidad Toulouse-Jean Jaurès, director del Centre d'Études Universitaires de Madrid., exconsejero de Educación de la Embajada de España en París y exdirector del Instituto Cervantes de Budapest.

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