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Qué ven mis ojos

Un barco hundido lleno de oro

Hay algo peor que ser engañado: no tener ninguna mentira hermosa en la que creer.

Leo en ABC la historia que cuenta Pablo F. de Mora Alarcón, sobre un buque de la armada de los zares, hundido en el Mar del Este, en mayo de 1905, durante la guerra entre Rusia y Japón, del que se dice que llevaba en sus bodegas una carga de lingotes de oro valorada, a día de hoy, en ciento treinta mil millones de dólares, y que ha sido localizado, supuestamente, a un kilómetro de la isla coreana de Ulleung.

Leo en El Mundo un reportaje del poeta Antonio Lucas sobre un pueblo de La Rioja llamado Villarroya, situado entre el Monte Gatún y la Peña Isasa, que antiguamente vivió de la minería y la agricultura y que tuvo más de trescientos habitantes, de los que hoy quedan sólo cinco y, a modo de ejemplo de lo que pasa aquí, tres son políticos: uno, alcalde desde hace casi cincuenta años y otros dos, concejales.

Leo en eldiario.es un texto de Carmen López que cuenta un episodio inédito de la historia de nuestra televisión que fue otro de los interminables últimos coletazos del régimen del Funeralísimo: la censura, en 1972, de una entrevista a la cantante Massiel, una gran estrella por aquel entonces, tras ganar Eurovisión con su célebre “La la la”, porque en ella se declaraba antifascista y partidaria del divorcio.

Leo aquí mismo, en infoLibre, un artículo de Ramón Lobo titulado “Hoteles con vistas a guerras que nadie quiere ver”: el Holiday Inn de Sarajevo; el Commodore de Beirut; el Memling de Kimshasha; el Mil Colinas de Ruanda; el Al Rasheed y el Palestina, de Bagdad; el hotel Florida, en Madrid, donde se alojaban durante nuestra Guerra Civil los principales corresponsales extranjeros que informaron sobre el cerco de la ciudad por parte de los golpistas: Ernst HemingwayHerbert MatthewsJohn Dos Passos, Martha Gellhorn...

Leo todo eso y la mañana con los periódicos se pasa en nada. Estamos en agosto y por supuesto que hay noticias, algunas tan dramáticas como el accidente del paseo marítimo de Vigo o la nueva travesía del barco Aquarius, pero no son tantas y tan parecidas entre sí como suele pasar el resto del tiempo, y a veces es justo eso, la falta de grandes titulares, lo que nos permite huir de la tiranía de la actualidad. A menudo, nos conformamos con el grado más bajo del saber, que es el estar enterados. Y nuestra época se caracteriza por la acumulación, más que por las ganas de profundizar. No queremos llegar primeros, nos conformamos con no quedar atrás. Y hay un punto de angustia en todo eso. Hay una sensación de pérdida. Las vacaciones también son bonitas por eso, porque podemos hablar de otras cosas y en otros sitios.

Ya habrá tiempo, en cuanto vuelvan a abrirse de par en par las puertas del Congreso y el Senado, para regresar por donde vinimos. Quizá sea entonces cuando nos digan que algunas de estas informaciones mágicas de ahora, tenían truco, igual que ocurrió hace dieciocho años, la primera vez que unos cazatesoros afirmaron haber dado con el mismo barco hundido frente a las costas de Corea, lleno de lingotes de oro: era un montaje publicitario, pero creó tales expectativas que las acciones de la entidad que gestionaba el rescate del pecio se dispararon un setenta por ciento.

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