Y si me apoya Bildu entro al Congreso bailando un aurresku

“Haced política, porque si no la hacéis, alguien la hará por vosotros y probablemente contra vosotros”, decía Antonio Machado, y tenía razón: la política está en todo porque lo gobierna y organiza todo, pone los raíles legislativos sobre los que se mueven nuestras vidas y establece los códigos que regulan la convivencia. Su tarea no es sencilla porque los seres humanos somos complejos y porque los principios teóricos sobre los que se asienta se quedan más en los discursos, no desembocan a la realidad: la justicia, el bienestar, el reparto equitativo de bienes, la igualdad… Son palabras, pero lo que importa de ellas es que se conviertan en hechos y eso es cuesta arriba cuando se lucha por el poder y el dinero de la forma en que se hace en nuestras sociedades.

Hasta en las crisis por fenómenos naturales como una tormenta, se abre una puerta ideológica por la que entra el viento de la lucha partidista

La política está por todas partes como el tiempo pasa a todas horas y el sol sale todos los días. Hasta en las crisis por fenómenos naturales como una tormenta, se abre una puerta ideológica por la que entra el viento de la lucha partidista: si un alcalde es de derechas, como el de Madrid, y la Agencia Estatal de Meteorología está en manos de un ejecutivo de izquierdas, el primero critica a la segunda y la acusa de vaya usted a saber qué, con tal de tirar huevos verbales contra los muros de La Moncloa, y contando, eso sí, con la inestimable ayuda del egoísmo de quienes miran por el negocio caiga quien caiga y un día quieren servir cañas durante un confinamiento por una pandemia y otro se quejan de que las alertas que señalan un peligro les restan clientela. Después, como por desgracia ha ocurrido también en esta ocasión, llegan los muertos y unos cambian de tema y otros callan. Es lo que ocurre cuando lo único que te interesa de los demás es su dinero. El neoliberalismo es eso, pasar de solidarios a solitarios, de la comunidad al individualismo: ande yo caliente y muérase la gente.

A cinco de septiembre, casi todo ha vuelto ya a su sitio, la lluvia y el mal tiempo a las calles, muchos de los contratados temporales al paro y hasta Sergio Ramos al Sevilla. También ha entrado en modo batalla lo que llamamos el curso político, en un momento en el que se plantea una investidura que, salvo sorpresa o soborno, parece inviable y que, a día de hoy, da la impresión de que nos conduce a otra y que esta promoverá una repetición de los últimos cuatro años, con el presidente Pedro Sánchez en su puesto y alianzas idénticas a las que ya había. En la oposición, la derecha y ultraderecha, cuyos tantos por ciento han variado sin que eso cambie gran cosa: el Partido Popular continúa en manos de sus socios y condicionado por ellos, asumiendo sus exigencias para no perder sus cargos y tragando lo que sea para no quedarse sin mando en plaza: el modelo a seguir es el de María Guardiola en Extremadura, y el cinismo de moda es el de su jefe nacional, que sigue defendiendo a la vez que ella gobierne una autonomía donde no fue la más votada y él a nivel nacional; porque sí que lo fue.

También persevera Núñez Feijóo en su estrategia de saltimbanqui, cambiando de principios como quien se cambia de zapatos, hoy negociaré con Puigdemont porque es el líder de un partido “cuya legalidad no está en duda” y mañana pondré el grito en el cielo cuando lo hagan los socialistas, porque entonces Junts per Catalunya será otra vez un gravísimo peligro para la unidad de España. Si mañana les ofreciera su apoyo Bildu, se presentaba en el Congreso con una txapela y bailando un aurresku. El problema es que mientras vaya de la mano con los neofascistas, no querrán saber nada de él ni Bildu ni ningún otro partido de Euskadi, ni catalán, ni gallego, ni prácticamente de ninguna parte. Si la explicación a la que siguen recurriendo es que ellos van en el sentido correcto y el resto en dirección contraria, no llegarán a ninguna parte y habrá que cambiar de conductor. O poner una conductora.

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