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Qué ven mis ojos

Si el Congreso es un circo, será que algunos van allí a hacer el payaso

Benjamín Prado

"Es más cobarde quien teme a la luz que quien teme a la oscuridad".

Este año está siendo tan tenebroso y supone tal pérdida de tiempo, en todos los aspectos, que no estaría mal borrarlo del mapa, como si no hubiese existido, que al acabar las campanadas de nochevieja fuese otra vez 1 de enero de 2020. Eso sí, con la condición de que todos nos lo pudiéramos quitar también y seguir teniendo la misma edad hasta nuestro siguiente aniversario. Sería una pequeña venganza contra este virus criminal que ha segado tantas vidas y causa un sufrimiento tan atroz.

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Lo anterior es una broma y hasta es posible que, pese a todo, pueda tener un centímetro de gracia; pero lo que no puede tenerla en modo alguno es la charlotada que se van a montar en el Parlamento esta semana los ultraderechistas de Vox, con una moción de censura que en principio no apoyará nadie –parece que ni siquiera el PP, por mucho que Pablo Casado no diga ni sí, ni no, ni todo lo contrario–, y que llega en un momento en el que no parece muy buena idea interrumpir el trabajo del Congreso, que debería centrarse en discutir y promover las medidas sanitarias y económicas que puedan ayudar a nuestro país en esta temporada en el infierno, como la llamaría el poeta Arthur Rimbaud.

A Abascal y los suyos les da lo mismo, porque la democracia no es lo suyo y porque están en las instituciones para acabar con ellas desde dentro, algo que se deduce de sus propios discursos. El patriotismo no se demuestra ondeando banderas, eso lo puede hacer cualquiera, sino estando al servicio de España en aquello que se necesita, trabajando para que sea una nación más fuerte, más sana, más próspera, y no limitándose a desprestigiarla mañana, tarde y noche, que es lo que a menudo hacen quienes se presentan ante un grupo de empresarios o van a los organismos internacionales a hablar mal del Gobierno o a pedir que se dificulte la entrega de unas ayudas financieras por parte de Europa que podrían incluso transformar el problema en una oportunidad de modernización y crecimiento. La pregunta es para qué se presentan algunas y algunos a unas elecciones y si buscan algo más allá de su provecho, medrar lo que puedan, llenarse los bolsillos y disfrutar de los privilegios del cargo, que ya sabemos que son muchos en el lugar del mundo donde hay, por ejemplo, más aforados, algo inexplicable pero que no quieren cambiar ni unos ni otros, por si acaso. Qué poca confianza se tienen, a ellos mismos y a los suyos.

La moción de censura es una pérdida de tiempo en unos instantes en los que no hay tiempo que perder, y explica muy bien el carácter fundacionalmente destructivo de la formación abismal de Abascal, que crece en las encuestas gracias a golpes de efecto como éste y que arrastra al fondo del pozo a su único aliado claro en estos momentos, que es el Partido Popular cuando ya Ciudadanos se dedica a nadar y guardar la ropa, a buscarse un lugar al sol más allá de la fotografía de la plaza de Colón. Eso sí, permitiendo vergüenzas como la retirada de la placa en honor de Largo Caballero, un hecho que, por otra parte, simboliza a las mil maravillas las intenciones de esa gente, que no son otras que deshacer a martillazos la convivencia y defender con medias palabras y los hechos enteros la herencia de una dictadura que, en realidad, sólo les importa a ellos porque saben que ningún otro sistema los llevaría al poder. Han dividido a la propia derecha a base de radicalizarla, pero el resultado es que gobierna la izquierda. No ganarán nunca, salvo si es por las malas, porque es el único método que dominan. Por eso sería tan importante que el PP recuperase el norte y soltara esa mano que lo lleva al borde del precipicio. Si Casado y los suyos no votan que no a ese vodevil, es probable que estén cavando con ello su tumba política. España no se merece esto, menos ahora, cuando todas las energías deben estar encaminadas a salvarnos, a detener esta segunda ola mortífera del virus y a empezar a pensar en levantarnos, algo que sólo será posible si cada uno le da la mano a los demás, sean quienes sean. O unidos o hundidos. La ultraderecha prefiere lo segundo. El resto, tiene una gran ocasión de desmarcarse de esta payasada y escapar del circo que se va a montar Vox en el Congreso.

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