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De solidaridad y monaguillos
Felipe llama monaguillos del chavismo, sin citarles, a los de Podemos y estos, como es natural, no responden. O al menos no lo han hecho en voz alta, más allá de unas palabras de Errejón, que ha calificado a González de "propagandista". Discrepo con el presidente tanto como valoro su gesto al viajar a Venezuela. Pero quizá convenga no mezclar las cosas.
Hoy sábado, Podemos se va a consagrar, a través de formaciones que apoya e impulsa, como gestor del gobierno de las más importantes capitales españolas y figura clave en la gestión de no pocos ayuntamientos y comunidades por todo el país. Eso no es ser monaguillo, sino más bien oficiante y hasta obispo de la diócesis. Yerra González al jugar otra vez esa baza del ninguneo que, como él mismo señala con razón, practicó Maduro torpemente consiguiendo dar más relieve a su visita venezolana.
Incurre además doblemente en el error porque no necesita ese argumento facilón para conceder valor y relevancia a su viaje.
Los vínculos venezolanos del núcleo duro de Podemos son evidentes y ya cansan de tan manidos. Empeñarse en seguir manteniendo el foco sobre ellos con gestos de desprecio les refuerza como víctimas del sistema. Pero además supone una desconsideración no menor hacia el electorado al que han sabido ilusionar y con el que se han comprometido. Incluso, si me apuran, hasta a su propio partido, que ha establecido pactos por toda España para desalojar al PP de las instituciones.
La discusión sobre Podemos en ese carril del chavismo parece ya fuera de lugar, porque están en las instituciones, ya son parte esencial de la política de este país y ahora habrán de ser criticados por sus hechos o sus incumplimientos, por su gestión o por su ineficacia, no por su currículum.
Lo que sí es pertinente, y mucho, es volver a denunciar la corrupción de regímenes como el de Chaves y su sucesor Maduro, cuya traición democrática ha llevado su país a la destrucción. El empobrecimiento, la corrupción institucional, la pérdida de respeto al adversario, o el encarcelamiento de la oposición son sólo algunos de los síntomas de esa degeneración del régimen venezolano. La visita de González, breve y valiente, ha servido para volver a visibilizar la dramática realidad del país y, siquiera temporalmente, unir a la oposición interior, la única que mantiene el latido de la aspiración democrática en un país cuya población está cansada y desanimada.
España tiene que ejercer su compromiso con la democracia en América Latina, dar aliento, fuerza y apoyo a las víctimas de esta dictadura o de la cubana, como se hizo con Chile o Argentina en los 70. O como América socorrió a las víctimas del franquismo. Es nuestra obligación de solidaridad democrática. Mas aún desde posiciones de abierto compromiso con los derechos humanos.
La visita de González y algunas críticas recibidas me han vuelto a poner ante algo que me sigue costando mucho entender. Y es cómo cierta izquierda española sigue demonizando a quienes osan cuestionar o simplemente criticar a gobiernos como los de Venezuela o Cuba. Parece como si el tiempo no pasara, como si los hechos fueran menos importantes que el espíritu, como si las personas y sus actos, sus corrupciones, abusos o delitos, no pesaran más que aquella intención primitiva, manifestada más que llevada a efecto, de liberar al pueblo de sus tiranos para darle el verdadero poder.
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Mantener las simpatías por regímenes no democráticos sólo por razones ideológicas o porque en su día sostuvieron o apoyaron a movimientos de izquierda democrática en su lucha contra las dictaduras, puede ser un error de cálculo o de información. Señalar o insultar a quienes denuncian en voz alta la traición a sus principios y la corrupción de esos regímenes es inaceptable mala fe.
La corruptibilidad de lo público no está sólo en el bando enemigo o el partido adversario. No puedes exigir que en tu casa se acabe con la corrupción económica y política y hacer la vista gorda a la corrupción institucional y social en que se ha convertido un régimen sólo porque parte de tus mismos principios. Una mordida en Venezuela no es menos mordida porque quien la haga se autocalifique como demócrata de izquierdas, igual que un preso político es una figura inaceptable sea de derechas, de izquierdas o mediopensionista.
La tarea de acabar aquí con la corrupción y los abusos tendrá más soporte moral si no se renuncia a hacerlo en aquellos territorios tan cercanos. Por muy amigos que sean o hayan sido los corruptos. O quizá por eso.