Telepolítica

La pulsión inconfesable de la repetición electoral

Hay que empezar a pensar en que una repetición electoral es algo más que una opción. Todas las encuestas indican que la inmensa mayoría de los españoles la rechazamos, pero las estrategias actuales de los partidos parecen ir dirigidas en esa dirección. Se inicia un verano que promete ser especialmente caliente. Pablo Iglesias parece acercarse a un bloqueo similar al ya vivido en la investidura fracasada de Sánchez en 2015. La derecha ha decidido ausentarse de plantear propuesta alguna. Simplemente, parece buscar la repetición electoral para ver si hay suerte y, una vez más, la división de la izquierda les da el beneficio del acceso al poder.

La derecha tiene un problema. No puede sumar una mayoría para gobernar. También le resultaría imposible llegar a contar con apoyos suficientes para llevar adelante una moción de censura. El “todos contra Sánchez” seguramente podría llegar a conciliarse en algún momento, pero resulta complicado imaginar un líder de la derecha que pudiera contar con los votos suficientes en el Parlamento actual como para unificar a todos los críticos. No hay otra posibilidad de gobierno que no sea el de Pedro Sánchez. Pero eso no significa que la investidura se pueda llevar adelante.

A diferencia de lo que ha ocurrido en algunas autonomías y ayuntamientos, no hay una suma de fuerzas de izquierda que pueda garantizar una mayoría estable que llegue a los 176 diputados. Sólo podría alcanzarse esa cifra con un acuerdo con ERC, inaccesible en el momento actual. Los socialistas no olvidan que estamos donde estamos debido a la falta de apoyo de los independentistas catalanes a la última aprobación de presupuestos. El PSOE no está dispuesto a negociar nada con ERC que exige, para apoyar la investidura, algún gesto relacionado con los presos y el procés. En octubre, está previsto que se haga pública la sentencia del juicio que, con toda seguridad, abrirá una situación de fuerte tensión política y social. Es difícil imaginar un período de leal y pacífica colaboración entre ambos partidos en los próximos meses.

Un pacto entre PSOE y UP parece ineludible. Sería difícilmente admisible que las dos fuerzas no se entendieran. Resulta complicado de entender que no se haya puesto ya en marcha una mesa negociadora que establezca un acuerdo programático que bien podría tener como base lo pactado para los presupuestos rechazados meses atrás por la alianza entre la derecha y los partidos independentistas. Quedaría pendiente la fórmula de participación de representantes de Unidas Podemos en las tareas de gobierno. En estos momentos, la negociación parece congelada por la exigencia de Pablo Iglesias de participar en el futuro gabinete y la negativa de Pedro Sánchez a aceptarla.

Los dirigentes de la formación morada esgrimen de partida un argumento que no suena muy amigable. Defienden que el PSOE no es fiable y que ellos son la única garantía de que lleven adelante un gobierno progresista. Se trata de un juicio difícilmente admisible en lo formal. Es complicado atender la petición de colaboración de alguien que te dice que te va a ayudar porque no mereces su confianza. Así no se hacen amigos. El PSOE mantiene que no tendría inconveniente en dar cabida en el gobierno a UP si con eso se obtuvieran los 176 votos necesarios para completar la legislatura. Defienden que otras fuerzas, cuyos votos serían necesarios para defenderse en el parlamento, no colaborarían con un gobierno de coalición con esa composición. Proponen la idea de integrar en altos puestos de la administración a personas propuestas por Iglesias, pero esto no parece bastarle. Al final, existe un evidente conflicto que en este momento oscurece seriamente la posibilidad de acuerdo.

Mientras tanto, la derecha parece disfrutar felizmente del panorama. Lleva meses lanzando todo tipo de diatribas y escandaleras acusando a los socialistas de supeditar su acción de gobierno genuflexos ante los intereses de los partidos independentistas y a los defensores del terrorismo. De repente, la historia les coloca ante un curioso dilema. Tanto PP como Ciudadanos podrían apartar de la aritmética parlamentaria a los que llaman enemigos de España con una sencilla abstención en la sesión de investidura. Se suponía que este era su mayor anhelo como defensores de la unidad de la patria. Tan profundo sentimiento parece sin embargo chocar con otro no menos anclado en su corazón, la inquebrantable pulsión de acabar con un posible gobierno progresista. Colocados en una balanza ambos propósitos, el desequilibrio resulta más que visible. La ilusión de repetir las elecciones para ver si sale otro resultado diferente resulta demasiado tentadora. Según su punto de vista, lo peor que les puede pasar es que se repita un escenario como el actual. A su juicio, sin duda, la izquierda tendría más que perder. Hoy son los que tienen la posibilidad de gobernar. En el futuro quién sabe.

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