Telepolítica

Trump quiere ganar por las buenas o por las malas

José Miguel Contreras

Faltan al menos tres semanas para saber quién puede ser el presidente de Estados Unidos los próximos cuatro años. La frase incluye intencionadamente expresiones condicionales y de incertidumbre. Todo parece indicar que nos podemos enfrentar a un resultado incierto y controvertido. Las peculiaridades del sistema electoral norteamericano y el desconcierto que supone tener a Trump en la contienda abren un panorama complejo y lleno de zonas de sombra.

En 2016, votaron más de 137 millones de estadounidenses. Hillary Clinton sacó tres millones de votos más que Trump y perdió las elecciones. La clave estuvo en 66.991 votos repartidos entre Michigan, Wisconsin y Pennsylvania. El 0,05% de los votantes decidió el resultado final inclinando la balanza con una exigua victoria en esos tres estados. Y luego nos quejamos del sistema electoral español.

Un pronóstico muy enrevesado

La media de todas las encuestas marca unos resultados enrevesados de analizar. La actualidad política no para de enlazar sucesos extraordinarios uno tras otro. En esta coyuntura resulta especialmente complejo lanzar predicción alguna. El dato más esperanzador corre el peligro de resultar ser un espejismo. En las últimas tres semanas, la diferencia del voto global entre los dos candidatos se está abriendo. Biden aventaja a Trump en más de 10 puntos porcentuales (51,3% frente a 40,9%). Hace tres semanas, la ventaja se movía en torno a 7 puntos. Pero no cabe fiarse.

Donde más se ha ampliado la diferencia a favor de Biden es en estados que con seguridad va a ganar el candidato demócrata. El sistema electoral norteamericano implica batallas independientes en cada estado. En realidad, da igual ganar por mil votos o por un millón en cada uno de ellos. Lo que puntúa es ganar. Como en la liga de fútbol, te dan tres puntos ganes por un gol o por siete. Cada estado, según su población, aporta mayor o menor número de votos electorales. La mayoría se alcanza con 270. Buena parte de los estados vota siempre lo mismo. El estado más importante, California, dará seguro a Biden 55 votos electorales. Otros estados más pequeños, como Alabama, darán 9 a Trump con certeza. Ya está descontado.

La trágica experiencia de 2016

El resultado final lo deciden aquellos estados (swing states) que en cada elección suelen variar el sentido de su voto. Aquí es donde todo se juega. La primera salida de Trump tras su convalecencia por el coronavirus ha sido para ir a hacer campaña a Florida. La razón es evidente. En 2016 ganó por un estrecho margen (1,2%) y ahora mismo las encuestas le dan perdedor frente a Biden por casi cuatro puntos. Si los demócratas ganan Florida tendrán muy cerca la victoria, ya que el estado aporta hasta 29 votos electorales.

El miedo de los demócratas es que se repita la tragedia vivida hace cuatro años. En los tres estados de la región conocida como el cinturón del óxido (rust belt), en el norte del país, que decidieron el resultado (Michigan, Wisconsin y Pennsylvania) las encuestas a tres semanas de la elección marcaban ventajas a favor de Clinton entre siete y diez puntos. Y, al final, perdieron por unas décimas. Ahora mismo, en esos territorios determinantes los sondeos indican resultados a favor de Biden, pero son ligeramente peores que los que tenía Hillary a estas alturas. Y acabó perdiendo.

Amenazas desde el Púlpito del AbusónPúlpito del Abusón

Otra de las preocupaciones que se ciernen sobre los demócratas es la amenaza planteada por Trump de no aceptar los resultados si pierde. Biden necesita no sólo la victoria, sino además que sea indiscutible. En caso de un desenlace muy ajustado, se abrirá un período de extraordinaria tensión e incertidumbre. Faltarán por contar decenas de miles de votos que llegarán por correo en las semanas posteriores. Además, se reclamarán polémicos recuentos en los lugares con diferencias más ajustadas. El actual presidente ha dicho repetidas veces, sin rubor alguno, que los demócratas sólo ganarán si hacen trampas y que no lo va a permitir.

En el lenguaje de la política estadounidense existe una expresión que ha cobrado gran simbolismo en estos cuatro años. Se suele hablar del Bully Pulpit, que se puede traducir como el Púlpito del Abusón. Hace referencia a la autoridad que puede implicar hablar desde el control del poder. Trump ha ejercido ese papel de abusón como ningún otro presidente jamás lo había hecho en la historia. Su estilo desafiante, provocador e insultante ha marcado su trayectoria estos cuatro años. El problema es que esa actitud ha ido acompañada de actos de abuso efectivo del poder.

Trump se queda sin tiempo

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La última bala

Para completar el panorama, Trump se ha reservado una última jugada en caso de ser necesaria. Contraviniendo toda la tradición al respecto, está forzando la designación de la conservadora Amy Coney Barret, en plena campaña electoral, como miembro de la Corte Suprema. El ejercicio de autoritarismo impuesto puede tener una trascendencia capital. Trump considera que saltarse el decoro democrático no le va a suponer un castigo electoral en una sociedad absolutamente polarizada que se refuerza en sus posiciones cuando los conflictos se recrudecen.

Trump ha insistido públicamente en que no va aceptar como legítima una posible derrota en las urnas. Ha denunciado, sin prueba alguna, que Biden y los demócratas están planificando manipular y falsear las votaciones. En consecuencia, si pierde recurrirá hasta la última instancia para mantenerse en el poder. La última instancia se llama Corte Suprema y el voto decisivo lo va a tener Amy Coney Barret, que va a ser elegida por una mayoría republicana que concluirá su mandato en sólo unos días.

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