Lo que la socialdemocracia ha de entender si quiere ganar espacio Cristina Monge
Las encrucijadas de la democracia
Cuesta trabajo convivir con las noticias de cada día. A la realidad trágica de la guerra, la pobreza y el cambio climático que soporta el mundo, se añade el esperpento de la actualidad nacional. Duele la comedia de las cloacas, las grabaciones telefónicas, los políticos que concibieron a sus partidos como una asociación para el crimen, las autoridades que usaron los poderes del Estado para ocultar los robos, las figuras impudorosamente deshonestas y la corte mediática que desvía atenciones y justifica la sinrazón.
Además de reír y llorar, conviene pensar. En este esperpento se funden varias dinámicas que dibujan el estado actual de nuestra democracia. En algunas conversaciones relacionadas con la puesta en marcha de infoLibre, me enteré de que los bancos tenían una ventana especial para atender a partidos políticos, medios de comunicación y clubs de fútbol. Atendamos nosotros también los asuntos de esa ventana.
Aunque los negocios oscuros necesitan participantes de vario signo, las críticas a la corrupción se centran hoy de manera principal en la política. La consigna todos son iguales, en la que se camuflan los verdaderos corruptos, ha desprestigiado un ejercicio imprescindible para la convivencia democrática. La pérdida de autoridad de la política impide que pueda desarrollar de forma clara su tarea de organizar la economía y los derechos cívicos en el marco de la igualdad y la fraternidad. La libertad se parece cada vez más a la ley del más fuerte. Esa dinámica crea una peligrosa desafección democrática aprovechada por la deriva del neoliberalismo a la extrema derecha. La política no cumple sus promesas y provoca respuestas antidemocráticas en la fragmentada ley del más fuerte que suponen los diversos supremacismos.
Pocos espectáculos más lamentables que los aplausos de los aficionados en las puertas de los tribunales cuando sus estrellas eran juzgadas por defraudar cantidades millonarias al dinero público.
A veces la política hace bien su trabajo y puede explicar de manera razonable el valor de sus decisiones. Pero la razón sirve de poco en la dinámica representada por el fútbol, un gran negocio en el que cualquier disparate queda sumergido por las pasiones. Pocas personas tan impúdicas como el presidente de la Federación Española de Fútbol. Pocos espectáculos más lamentables que los aplausos de los aficionados en las puertas de los tribunales cuando sus estrellas eran juzgadas por defraudar cantidades millonarias al dinero público. Todos somos Messi, rezaba una campaña publicitaria del Barcelona. Sirvan estos ejemplos para comprender que existen dinámicas sociales que no atienden a razones. Se espera otra cosa. Y esto afecta también a la política.
El papel jugado por los medios de comunicación en esta dinámica de sin razones es decisivo. Se diluye el oficio de informar en las operaciones comunicativas de unas redes sociales tomadas por los bulos y las interpretaciones mezquinas. El periodismo es un eje decisivo para la democracia. Asesinar a una periodista o censurar la información supone un atentado muy grave contra las reglas de la libertad. Pero más allá de la censura y el asesinato, se ha instalado una rutina de control informativo marcada por la publicidad opaca, por los préstamos bancarios y por la entrada de las grandes empresas en los consejos de administración y en las redacciones. Es difícil pedirle rigor a un oficio cuando se ve dominado por la ley de la selva. Y en esta ley de la selva no sólo participan los grandes grupos y las cabeceras importantes, algunas de las cuales luchan por mantener el rigor en la medida de sus posibilidades. Las nuevas redes de comunicación permiten que un par de desalmados con medios caseros puedan infectar los debates públicos, ocupando su lugar en el ruido de las cloacas.
Estas son hoy las encrucijadas de una política democrática que debe abrir su ventana para atender asuntos prioritarios. Además de recuperar el prestigio de las promesas cumplidas, la política necesita encontrar dinámicas de optimismo que vayan más allá de las razones. Y esa difícil tarea debe asumirse en una realidad comunicativa que sustituye la verdad de los hechos por leyendas al gusto del consumidor.
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