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Explicaciones

Como la palabra explicación ha sido la gran protagonista de la semana, quiero yo dar explicaciones de por qué no siento ninguna vergüenza cada vez que alguien me llama comunista, socialista o socialcomunista, palabras muy de moda en los debates madrileños sobre el bien y el mal, los ángeles celestiales, las residencias de ancianos, la pandemia, la carencia de personal sanitario o el horario de los bares.

Confieso incluso que, en esta dinámica cotidiana de los juicios y las declaraciones, me he sentido por primera vez de acuerdo con Iván Espinosa de los Monteros. El político de Vox afirmó que antes de la coronación del rey Juan Carlos I los comunistas estaban en la cárcel. Creo que es la primera verdad que le oigo decir.

Yo nací en Granada, una ciudad que en los años 50 vivía aún bajo los escombros de la guerra civil. Federico García Lorca fue sólo la víctima más famosa de la represión bárbara que cayó sobre ella desde el golpe de 1936 hasta los años 70. Las ejecuciones perdieron poco a poco su constancia, pero lo de matar fue una costumbre que duró hasta Fraga Iribarne. Cada vez que la policía franquista disparaba al cielo para disolver una concentración sindical, caían de las nubes los cadáveres de algunos obreros.

El Partido Comunista no sólo era el partido de Rafael Alberti, Gabriel Celaya, Blas de Otero y Jorge Semprún, sino también el movimiento en favor de la libertad que había llenado durante años las cárceles, las cámaras de tortura y los paredones del Régimen

Cuando entré en la Facultad de Letras con vocación de poeta, educado en el compromiso social gracias a los ejercicios espirituales de los Padres Escolapios, me identifiqué con la lucha organizada por el Partido Comunista contra la dictadura. No sólo era el partido de Rafael Alberti, Gabriel Celaya, Blas de Otero y Jorge Semprún, sino también el movimiento político en favor de la libertad que había llenado durante años las cárceles, las cámaras de tortura y los paredones del Régimen. Tiene razón Iván Espinosa de los Monteros. Mientras su familia, sus amigos mayores y sus personajes más admirados colaboraban con la dictadura, los comunistas españoles pagaban un precio muy alto en carne y hueso por luchar a favor de la libertad.

Incluso para los que ya vivíamos en el final de la dictadura, la vida no resultaba fácil. Había que correr delante de los grises gritando amnistía y libertad, resultaba un peligro participar en homenajes a Federico García Lorca cuarenta años después de su ejecución o te acostabas una noche de enero bajo el frío de saber que una banda de extrema derecha, con valores parecidos a los que Vox reivindica hoy, acababa de asesinar a cinco compañeros, abogados del Partido y de Comisiones Obreras, en el episodio que ha pasado a la historia como “La matanza de Atocha”.

La historia estudiada, los libros leídos, los viajes a los países del Este y la propia evolución del PCE, cada vez más crítico con las actuaciones de la Unión Soviética, me convirtieron pronto en un convencido crítico del estalinismo. Tengo claro que cualquier ideal de sociedad justa que no respete la libertad democrática está condenado a derivar en el terror. Lo mismo de claro tengo que la sociedad que, en nombre de la libertad, pretende acabar con la igualdad y la fraternidad termina generando tantas víctimas mortales como el estalinismo. Es mi postura y acepto críticas. Antes del nacimiento de Vox, sólo recibía mensajes de odio de los estalinistas.

Muchos amigos extranjeros que conocen desde hace años mis poemas y que me definen hoy como un socialdemócrata, no comprenden mi tranquilidad cuando soy acusado de comunista. Les explico que en España esa palabra está unida a la lucha por la libertad y que la usan aquí como insulto los personajes que quieren hacer un puente entre el viejo franquismo y la nueva extrema derecha. No me importa seguir siendo para ellos un comunista o un simpatizante comprometido con un gobierno socialcomunista. A los buenos amigos que se ríen un poco de mí al verme actuar como “un hombre de Estado”, les explico también que mi respeto a las instituciones como espacio público, más allá de cualquier uso partidista, se lo debo a la lección que me dio el PCE en la Transición española, favoreciendo la convivencia democrática de una sociedad antes que sus propios intereses. En lo que se refiere a la realidad histórica de la Transición, me parece que Espinosa de los Monteros y yo no opinamos lo mismo. Así que me quedo con lo de la cárcel y los comunistas.

Tendría que haber nacido en otro país y en otro tiempo para sentir vergüenza cada vez que me llaman comunista.

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