Más Europa, más democracia Cristina Monge

Escribir estos artículos supone para mí la necesidad de contar las cosas en las que pienso mientras voy de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa. Escribir es contarse la vida con un poco de pudor y pensamiento.
La vida y la historia ofrecen en sus caminos algunos momentos para la ilusión y otros para la venganza. Ahora vive el mundo una situación en la que las ilusiones más recientes o más antiguas entran en crisis. Las grietas malas y las nubes sórdidas están ahí, se mire hacia donde se mire. La ilusión de que los valores democráticos consiguieran avanzar en países afectados por los diversos poderes autoritarios se ve invertida ahora, los buenos sueños vueltos del revés hasta llegar a las pesadillas. Produce inquietud el prestigio del autoritarismo en los países democráticos. También los aplausos en el circo mediático o las risas en los chistes malos.
Las épocas de crisis facilitan el rencor y responden a un sentimiento de venganza. Si se trata de situaciones individuales, mezcladas con las traiciones y los malentendidos de las biografías personales, conviene hacerle caso a Borges: “El olvido es la única venganza y el único perdón”. Más que el rencor, conviene que llueva el olvido sobre las amistades que nos traicionan o que dirigen sus vidas hacia actitudes incompatibles con nuestro propio sentido de la honestidad. Mejor el olvido. Pero cuando se trata de situaciones históricas, episodios que afectan a la historia colectiva, prefiero recordar lo que me dijo la hermana de Francisco Ayala cuando viajamos juntos a Burgos para visitar los lugares donde su padre había sido encarcelado y fusilado por los fascistas en 1936: “yo puedo llegar a perdonar, pero nunca a olvidar”. Era el espíritu con el que Francisco Ayala había participado en la reconciliación democrática española. Sus memorias se titularon Recuerdos y olvidos (1982). Vivir es recordar y olvidar, pensar en lo que se recuerda y en lo que se olvida.
Más que el rencor, conviene que llueva el olvido sobre las amistades que nos traicionan o que dirigen sus vidas hacia actitudes incompatibles con nuestro propio sentido de la honestidad
La necesidad de que el perdón acompañe a la memoria y al pensamiento supone un esfuerzo de respuesta a la necesidad de venganza como salida en las situaciones de crisis. En esta crisis que vivimos ahora la venganza aflora en muchos horizontes, ordenando no sólo las reacciones inmediatas sino también los planes a largo plazo. Venganza de los poderes imperiales que estaban perdiendo protagonismo, venganza de los sectores más afectados por la desigualdad y el colonialismo en el horizonte internacional, venganza antisistema de los sectores más desamparados en el bienestar democrático de algunas naciones, venganza de las identidades dominantes obligadas a respetar la diversidad. La venganza se mezcla de manera fácil con la soberbia: por ejemplo, el odio del dinero a cualquier ley favorable a la justicia social que límite sus especulaciones y ganancias.
Desde un punto de vista tanto social como individual, en esta situación de venganza que define al mundo actual, conviene hacer un ejercicio de conciencia. Más que el olvido o el perdón de Borges, resulta necesario acordarse de un buen consejo que nos dio Marco Aurelio: “El verdadero modo de vengarse de un enemigo es no parecérsele”. Un buen consejo, porque la venganza invita a la revancha, pagarle al traidor con la misma moneda, hacer víctima al verdugo, caer en la degradación deshonesta de quien asumió la injusticia contra nosotros.
Pensar el mundo hoy es pensar en, ante, con, sobre la venganza. Y las pasiones vengativas que afloran sólo pueden desembocar en la corrosión. Ida y vuelta. Hay sectores sociales que por levantarse con rabia ante su malestar acaban en manos de los máximos responsables de la injusticia. Hay democracias que quieren defenderse del malestar identificándose con las estrategias del autoritarismo.
Es verdad, Marco Aurelio: si queremos mantener la dignidad no podemos parecernos a nuestros enemigos. Quien en épocas difíciles no quiera arrojar la toalla, quien cultive la esperanza junto a la inquietud, necesita una reafirmación de sus valores, de su propia conciencia cívica. Es la única manera de seguir caminando, de no paralizarse, de pasar a la acción con dignidad. Seguir caminando, seguir pensado en cosas como estas, mientras uno va de su casa a su trabajo y de su trabajo a su casa.
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