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Cambiar de marcha, ganar las elecciones

Ninguna victoria se construyó sobre el pesimismo. Por eso todos los candidatos al ser preguntados responden al unísono “vamos a ganar las elecciones”. Pero ese estado de ánimo ganador no basta con enunciarlo, hay que creérselo. Y el problema es que un sector mayoritario del electorado progresista dejó de creerlo hace un tiempo y confirmó sus sospechas el 28M. La sensación de estar al final de algo se apoderó de una parte importante de los votantes de izquierdas que se resignaron a la participación a regañadientes o directamente a la abstención. Frente a eso hay un electorado conservador que no es superior numéricamente, pero que sí está muy movilizado y hambriento de revancha tras cinco años de estar apartados del poder. Ellos dicen “vamos a ganar las elecciones” y, al mismo tiempo, lo creen de verdad y votan en consecuencia.

Frente a esta endiablada tesitura, las fuerzas progresistas tienen dos opciones: o resignarse a la derrota final con todo lo que ello implica en términos de pérdida de derechos, eliminación de espacios seguros LGTBI, negación de la violencia machista y pactos con la ultraderecha; o implicarse en un importante cambio de marcha que las vuelva competitivas. El motor del vehículo que conduce la izquierda lleva un tiempo sonando mal. Pide urgentemente una marcha más. Y, de hecho, cuando espontáneamente la ha habido el electorado progresista ha respondido muy favorablemente. Véase Zapatero en la COPE con la contundencia de quien sabe que tiene la razón diciendo basta y desmontando a quienes tienen el empeño de intentar resucitar a ETA cada vez que asoma una urna en España. O la firmeza de Sánchez en El Hormiguero explicando que quitar una bandera LGTBI, al igual que ponerla, quiere decir algo, y que una condena por violencia machista no puede hacerse pasar por un “divorcio duro”. Dos momentos, dos chispazos de posible cambio de marcha. Dos ocasiones en las que el electorado progresista reaparece, se le hincha el pecho de orgullo y empieza a pensar que tal vez aún se puede ganar. Que se le puede dar la vuelta a la tortilla. Que no hay nada perdido y que todavía hay partido. Y no hay nada tan importante como eso para movilizar a tu gente.

Para ganar unas elecciones son necesarios tres ingredientes: una buena idea de campaña, la debilidad de tus rivales y la movilización de los propios

Para ganar unas elecciones son necesarios tres ingredientes: una buena idea de campaña, la debilidad de tus rivales y la movilización de los propios. El Gobierno tiene como idea de campaña el trabajo hecho durante cinco años de subida de salario mínimo, de mejora de datos de empleo y de aprobación de nuevos derechos y libertades. Tiene como rivales a unas derechas retrógradas sin atributos y con una severa ausencia de propuestas más allá del misterioso “derogar el Sanchismo”. Pero carece de una movilización suficiente para que lo positivo de las dos anteriores pueda surtir efecto. En la ausencia de ese tercer ingrediente está la clave del resultado de las elecciones del próximo 23 de julio. No basta con una buena idea y una oposición mediocre para movilizar. Hace falta cambiar de marcha. Y se está demostrando que es posible. Esperemos que no sea demasiado tarde.

De todas formas, sería irresponsable dar nada por cerrado a un mes de las elecciones. Y todavía más dar al presidente del Gobierno por muerto. A Sánchez lo dieron por muerto en 2016 tras la expulsión de la secretaría general del PSOE. Volvió, reconquistó su partido y ganó la presidencia del Gobierno. A Sánchez lo dieron por muerto en 2020 por la emergencia del Covid-19 y la crisis económica derivada de él. Aguantó la pandemia y aprobó tres presupuestos generales y una reforma laboral mientras veía cómo decapitaban al líder de la oposición. A Sánchez lo dan por muerto ahora... Tal vez la lección es no dar por muerto a Sánchez. Tal vez la solución es, una vez más, cambiar de marcha.

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