Los catalanes votarán

Se ponen muy a la tremenda en el PSOE cuando acusan al PP de intentar “boicotear” la investidura de Pedro Sánchez utilizando con malas artes el Senado. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Elevando el tono de su indignación, el PSOE legitima la decisión de sus presidentes autonómicos y del propio Gobierno de no ir al Senado mientras cuaja la negociación de la investidura. Que sí, que la sesión estaba montada por el PP para hacer una encerrona a Sánchez sobre la amnistía, pero menos razón de ser tenía la moción de censura de Ramón Tamames (que fue una encerrona contra el PP) y ahí estuvo el presidente del Gobierno dándolo todo. Por respeto institucional, decía. 

Se pone en evidencia Isabel Díaz Ayuso cuando asiste a la Cámara territorial para advertir de que no quedarán españoles tras la última embestida de Sánchez. A la presidenta le gusta mucho la “temática Frankestein” (Elías Bendodo dixit), pero no sé si ha podido ver la adaptación de la novela de Almudena Grandes que se representa estos días en el Teatro María Guerrero de Madrid. Hay un soberbio monólogo del actor Pablo Derqui que, 70 años después, viene al pelo para contestar el discurso de la lideresa, un nacionalismo más madrileño que español, que tensiona a las periferias con historias, personalidades y acentos propios y absolutamente ajenos al separatismo.

Se pone en ridículo el president de la Generalitat, que busca protagonismo en la cámara de los horrores independentistas del 155 pero niega el saludo a sus autoridades, para no quedar de botifler. Como si el protocolo estuviera reñido con la coherencia o como si no hubiera aprendido ya Pere Aragonès que sorber y soplar es imposible. Beure i bufar no pot ser. Con Carles Puigdemont en el centro de la negociación de la amnistía, el president promete que Catalunya votará en referéndum. No retrocede en los pasos dados contra la unilateralidad pero tampoco deja de mirar por el rabillo del ojo a sus rivales de Junts, con quienes se juega los cuartos en las catalanas.  

Si el independentismo es desalojado de la Generalitat, Sánchez habrá resuelto la crisis territorial jugándose el tipo en un fuego cruzado de palabras gruesas

Esas elecciones a la Generalitat serán las que pongan a cada uno en su sitio y nos permitirán leer con perspectiva los garabatos de la actualidad política de hoy, en la que casi todo está emborronado. Núñez Feijóo usa la cuestión catalana como ariete contra el PSOE pero tiene un auténtico polvorín en el PP catalán y Pedro Sánchez teje un acuerdo con los independentistas con el fin último de desactivarlos. Su estrategia habrá funcionado si Salvador Illa (estos días en la trastienda) capitaliza todo esto en las urnas. Si eso ocurre, si el independentismo es desalojado de la Generalitat, Sánchez habrá resuelto la crisis territorial jugándose el tipo en un fuego cruzado de palabras gruesas. La indignidad, la felonía y la traición que retumbaron de forma solemne en el bellísimo antiguo salón de plenos del Senado. 

Los catalanes votarán, sí, aunque es incierta la fecha de esos comicios definitivos. A día de hoy es una incógnita si podrán presentarse los líderes del procés, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. No sabemos si una hipotética amnistía llegaría a tiempo para la convocatoria y si, en el caso de estar habilitados, querrían ponerse a pecho descubierto ante las urnas. Se especula mucho con la estabilidad del Gobierno si Sánchez logra la investidura y la clave puede estar en el resultado de esas catalanas que condicionan todas las estrategias negociadoras de hoy y que definirán el pulso y el desarrollo de la legislatura española. Serán las urnas catalanas las que den la medida de la trascendencia de lo que ahora se cuece a fuego lento. Mientras, nos entretienen los juegos florales de unos y otros. 

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