Elecciones: el espectro de la unidad

En torno a las convocatorias electorales, un espectro recorre los titulares, las redes sociales y los rótulos en las tertulias: el espectro de la unidad de la izquierda. A modo de conjuro, parece que basta con invocar una fórmula mágica para resolver todas las dificultades que ofrece cada coyuntura. En esta ocasión, con las elecciones andaluzas, ha vuelto a ser así.

Tras conocerse los malos resultados, inmediatamente se alzaron voces habituales con la tesis de que “la división penaliza”: en 2018, Adelante Andalucía obtuvo un 16%; en éstas, entre Adelante Andalucía y Por Andalucía, un 12%: “la división penaliza”, afirmaba Antonio Maestre. Un dato “para reflexionar”, indica Rubén Sánchez: los votos sumados de ambas candidaturas habrían dado 12-13 escaños en lugar de 5+2.

Un primer indicador “para reflexionar” debería ser que tales llamadas a la unidad nunca se escuchan desde la derecha, a quienes no les va precisamente mal en el ciclo del post-15M. Jugando con la geometría variable entre Vox y Ciudadanos, y su tradicional callada mano izquierda con según qué nacionalismos, obtienen buenos resultados. En el caso de la izquierda, en cambio, escuchamos esta apelación, ya desde los tiempos de Izquierda Unida. Otro indicador “para reflexionar” es que los primeros que alaban la idea de “La unidad de la izquierda” son… el PSOE. El PSOE, por supuesto, está muy tranquilo con una izquierda como la que siempre ha habido: arrinconada a su izquierda y que nunca va a amenazar ni la hegemonía del bipartidismo ni la construcción guiada por ellos del bloque progresista.

En todo caso: ¿está tal apelación a la unidad de la izquierda refrendada por los hechos? ¿Penaliza la división? Vayamos a los datos.

En el caso de Andalucía, es cierto que, en 2018, Adelante Andalucía liderado por Teresa Rodríguez sacó 17 escaños, más que los 5+2 de 2022 yendo por separado; pero contemos la historia completa. En 2015, Podemos, yendo por separado de IU, sacó 15, e IU 5: en total 20, 3 más que con “la unidad”. Para contrastar, en 2008, IU en solitario sacó 6, y en 2012, 12. Por tanto, nunca se ha llegado a los 20 escaños que se obtuvieron cuando las fuerzas se presentaron por separado. El análisis que hacía el domingo la candidata Inma Nieto (IU) no puede ser más errado: la suma obtenida entre los dos partidos de izquierda ha dado, cito, “un resultado similar al que ha obtenido la ultraderecha, que ha capitalizado mejor sus votos. Por tanto, la reflexión es que la unidad es imprescindible y lamentablemente la fuerza política que no se sumó puede ver el destrozo electoral que provoca la desunión". Pero… si la derecha se presentaba ¡¡en tres partidos!! Hay que tomarse más en serio cuando uno escribe un “por tanto”. Y, aunque Cs haya desaparecido, el bloque de la derecha no deja de mejorar su resultado yendo separados: de 59 a 72. De modo que no, presentarse separados no ha penalizado a la derecha ni a la izquierda en las últimas convocatorias. El titular de Infolibre es tan crudo como acertado: ”El primer ensayo del frente amplio a la izquierda del PSOE naufraga en Andalucía”.

Es también incuestionable, aunque algunos se sigan empeñando en ignorarlo, el caso de la Comunidad de Madrid. De nuevo, puros datos: en 2007, IU 11 escaños, en 2011, 13. En 2015, Podemos 27. IU, 0. En 2019, MM 20, UP, 7. En 2021, MM 24, UP 10. Es transparente: yendo en varias candidaturas, no solo se doblaron los resultados que obtenía “la izquierda unida a la izquierda del PSOE”, sino que lograron mejorarse en tres convocatorias electorales, hasta alcanzar el 2021 el récord de 34 escaños y arrebatar al PSOE el liderazgo de la oposición, algo inaudito hasta entonces en la región.

Que se acabe celebrando como un éxito la mayoría absoluta del PP porque eso impide la entrada de Vox en el gobierno es el síntoma del retroceso en la ambición intelectual y política

Pienso que la cosa requiere poco comentario: los hechos son insobornables. Presentarse en varias candidaturas ha mejorado los resultados de la izquierda, tanto en Andalucía como en Madrid.

Pero entonces, ¿reside y se explica el éxito de las fuerzas políticas en el solo hecho de ir juntas o separadas, es decir, por la forma en la que se concurre? No, evidentemente no es ahí donde debe buscarse la clave. Cuando leemos las explicaciones a los malos resultados electorales, siempre se cae en los mismos mantras sobre el desastre: el fetichismo de “la unidad”, todo es culpa de los medios y la gente vive anestesiada y no percibe la realidad, o bien es idiota. Es una forma de decir que no hay nada que rectificar en la manera de actuar: el problema siempre son los otros (para empezar, los que te votan). La estrategia de “frenar a Vox”, ahora anulada por el resultado del PP, expresa la ausencia de un proyecto que despliegue las bondades de la sociedad que uno defiende y, en cambio, prefiere refugiarse en frenar a otros en lugar de avanzar uno. Que se acabe celebrando como un éxito la mayoría absoluta del PP porque eso impide la entrada de Vox en el gobierno es el síntoma del retroceso en la ambición intelectual y política.

La política, en fin, no reposa en fórmulas abstractas y cuantitativas, del tipo “ir unidos suma”, “si se hubieran sumado X y Z se hubiera obtenido Y”. De hecho, tales fórmulas abstractas son su muerte. La política no es aritmética, sino que trata de agrupar deseos, sujetos y pasiones desde el campo de la acción colectiva, y por tanto está siempre abierta a nuevas agrupaciones, nuevas identificaciones y a construcciones de sentidos que no existían. Esto es, depende del clima cultural y los ánimos colectivos, del éxito para conectar con anhelos y aspiraciones que todavía pueden no tener un nombre, del reconocernos como sí mismos y como otros. En esta actividad de proyección de horizontes deseables, de construcción de sentido y de apelaciones a lo que somos y queremos ser se juega lo político mismo. Reducirlo a las áridas fórmulas abstractas de “la unidad”, que por lo demás nunca han funcionado en la práctica, es la muerte de la política misma.

La importancia de un nombre propio

Partiendo de estos antecedentes, puede lanzarse alguna hipótesis de cara a las elecciones generales de 2023. Se ha demostrado que el mantra de “la unidad de la izquierda” es eso, un mantra; y que quienes lo esgrimen lo hacen como fetiche afectivo, no como argumento políticamente sólido. Los partidos deben dejar de discutir sobre egos, siglas y la abstracción de “la unidad” y hablar de qué necesitan los ciudadanos. Los partidos no pueden ser cuevas donde lamerse heridas identitarias o baluartes para aferrarse a lemas dogmáticos: los partidos son artefactos para ampliar la movilización colectiva y lograr avances en políticas reales. Comprender y canalizar, no capturar la diversidad. Deben proponerse posturas que no sean meras reacciones al adversario o sopas de siglas, sino horizontes valientes de avance y recogida de los malestares generalizados, también los difusos o los que no hablan de entrada nuestro mismo lenguaje y se asoman al abismo del adversario. Lejos de generar éxitos, el interminable debate escolástico sobre cómo lograr la sacrosanta unidad solo genera hastío y sensación de alejamiento de la realidad. Será un error si se retoma en 2023.

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Clara Ramas es doctora Europea en Filosofía (UCM) y profesora de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido investigadora en Albert-Ludwigs-Universität Freiburg y HTW Berlin y profesora invitada en universidades europeas y latinoamericanas. Fue Diputada en la XI Legislatura en la Asamblea de Madrid.

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