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Los errores se pagan a escote

Tal vez lo peor de todo lo que ha venido ocurriendo en las últimas semanas en el Partido Popular sea la persistente sensación que transmitía de déjà vu. Y, lo que resulta todavía peor, un déjà vu ocurrido en lugares y con protagonistas muy diferentes entre sí. Acaso la sensación tenga que ver con lo que me gustaría intentar desarrollar a continuación.

En política, como en tantos otros ámbitos, los errores pueden ser de naturaleza ciertamente variada, pero una forma posible de agruparlos consistiría en distinguir entre errores discretos y errores escandalosos. La diferencia suele pasar por el tiempo que unos y otros tardan en mostrar sus nefastos efectos y por la dificultad en identificar con inequívoca claridad al responsable del desaguisado. Errores del primer tipo vendrían representados por la decisión adoptada por las fuerzas políticas mayoritarias —nunca explicitada en cuanto tal, según corresponde a su tipificación como discretos— de potenciar a una fuerza política emergente para que compitiera con la fuerza adversaria por el mismo espacio político, con el inequívoco objetivo de desgastar a esta última.

No otra cosa hizo el PP de Mariano Rajoy apoyando desde la sombra el ascenso de Podemos con el fin de impedir una recuperación electoral del PSOE tras la mayoría absoluta de aquel en noviembre de 2011. El resultado último fue que se encontró con que la maniobra había terminado posibilitando, no ya solo el triunfo de una moción de censura en su contra en 2018, sino, sobre todo, un gobierno como el actual, progresista para unos y Frankenstein para otros. Por su parte, del lado opuesto del espectro político, hubo quienes se relamían ante el surgimiento de Vox, no solo porque permitía mantener prietas las propias filas a base de agitar el temor a su inminente llegada al poder, sino porque limitaba enormemente el margen de maniobra político del adversario directo, el PP, siempre con la espada de Damocles encima de ser acusado de pactar con el neofranquismo. A estos otros también se les ha helado la sonrisa en la cara tras el espectáculo de la guerra a muerte desatada entre Casado y Ayuso. Porque ha hecho mucho más verosímil la posibilidad de que el partido de Abascal pudiera llevar a cabo, efectivamente, el sorpasso a los populares y constituirse en la primera fuerza política de la derecha con serias opciones de alcanzar el gobierno de la nación.

Probablemente los responsables máximos de ambos sectores negarían rotundamente la existencia de tales propósitos y, en consecuencia, cualquier responsabilidad sobre las dos derivas señaladas. Su rechazo de la crítica podría resultar atendible si no fuera porque los mismos que la rechazan con tanta rotundidad han cometido asimismo errores notables del otro tipo indicado, errores escandalosos cuyos efectos se dejan ver de inmediato y acerca de cuyos responsables no existe la menor duda. Por desgracia para todos, los ejemplos son abundantes, y no solo en las dos fuerzas señaladas, las mayoritarias, sino prácticamente en todas las fuerzas y sectores políticos. Pero si empezamos por las primeras, el espectáculo recién aludido del navajeo entre la presidenta de la CAM y el presidente de su partido es el caso más reciente, pero no es el único. En la otra orilla, la decisión —según parece inspirada por un influyente por aquel entonces spin doctor— de repetir elecciones en 2019 sobre la base de una expectativa exageradamente optimista que era fácil anticipar que se iba a deshacer como un azucarillo (mediando la sentencia a los líderes del procés en plena campaña electoral) pertenecería al mismo tipo de errores, esos que en la jerga tenística se denominan no forzados.

Aunque las formaciones minoritarias, como anunciábamos, tampoco han ido a la zaga. Ahí está el error, tan escandaloso como pertinaz, del dimitido líder de Ciudadanos, Albert Rivera, arruinando, con su adolescente fantasía (copyright: Francesc de Carreras) de constituirse en la principal fuerza de la derecha y de ahí dar el salto a la presidencia de la nación, el notable capital político acumulado por su partido y propiciando así una polarizada relación entre bloques cuya onda expansiva alcanza hasta nuestros días. Y qué decir, en fin, de UP, cuyos líderes parecen empeñados en protagonizar buena parte de los comportamientos que en el pasado criticaban con saña (con el nepotismo en un lugar muy destacado, sin olvidar la tendencia a mimetizar modelos de vida personal antaño denostados en la plaza pública).  

No sé qué pensarán ustedes, pero a mí me parecen demasiados errores, y de considerable magnitud, en muy poco tiempo. Ahora bien, de ser cierta la descripción precedente, el problema fundamental que de ella se desprende es en qué clave interpretarla para, a continuación, poder plantearse si hay forma de poner remedio a tantos efectos no deseados por los propios protagonistas de las acciones, efectos indeseados que, por añadidura, extienden sus perjuicios al conjunto de la ciudadanía. Ejemplos de planteamientos de respuesta inadecuados —por inútiles— no faltan. De hecho, algunos de los protagonistas citados hace un momento irrumpieron en la escena pública agitando la bandera de una regeneración política cuya necesidad se desprendía del cúmulo de errores acumulados por los que había habido hasta entonces, cosa que, a la vista está, no les libró de cometer los suyos propios.  

Sin duda, la causa de que terminaran, ellos también, incurriendo en alguna variante de lo que habían criticado se relaciona con la inadecuada interpretación que hacían de la situación y, en consecuencia, con los remedios inadecuados que proponían

Sin duda, la causa de que terminaran, ellos también, incurriendo en alguna variante de lo que habían criticado se relaciona, fundamentalmente, con la inadecuada interpretación que hacían de la situación y, en consecuencia, con los remedios, asimismo inadecuados, que proponían. Quizá el ejemplo más claro sea el de la crítica que dirigían a los grandes partidos nacionales, censurándoles su endogamia, su clientelismo, su burocratismo y otras actitudes igualmente reprochables. Aun aceptando que tales reproches estuvieran justificados, de ahí no se desprende que el remedio para todos esos males fuera una presunta democracia directa (a veces postulada con eslóganes de apariencia imbatible como “devolver la voz a los ciudadanos” y similares) que, como es sabido, terminó derivando en cesarismos que ataban de manera indisoluble la suerte de la formación a la de su líder supremo, con el resultado conocido por todos, y es que la ruina de éste terminaba arrastrando en su caída a aquélla. 

Los problemas de base existían, qué duda cabe, pero resulta evidente que muchos confundieron, se diría que aposta, la oportunidad política y personal que dichos problemas les brindaban con la solución efectiva de los mismos. Aunque hay que añadir, siquiera sea por no cargar demasiado las tintas sobre los que ya han recibido abundantes críticas, que ni fueron los únicos que así actuaron ni fue aquí el único lugar en el que esto ocurrió. A fin de cuentas, por poner un ejemplo contundente, si pudo prender en amplios sectores de la ciudadanía estadounidense la crítica a las élites de Washington —por más disparatado que resultara que la planteara un miembro de la élite económica y mediática como Donald Trump— fue debido al cúmulo de errores cometidos por aquellas y que, sin ir más lejos, terminaron por hundir la candidatura de Hillary Clinton a la presidencia de su país. 

Poner este último ejemplo es intencionado. Se impone abandonar el trazo grueso por lo que hace tanto a los términos del debate como a la argumentación. Mal vamos cuando se identifica sistemáticamente la crítica a los políticos con la crítica a la política misma y, más allá, con la antipolítica. Por lo que a mí respecta, procuro resistirme a sacar la conclusión que voy a decir, pero a veces he de confesar que desfallezco y termino pensando que tenemos un grave problema con los mecanismos de selección de una parte muy significativa de nuestras élites políticas.

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Manuel Cruz es catedrático de filosofía y expresidente del Senado. Autor del libro 'Democracia: la última utopía' (Espasa).

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