La derecha que tenemos Nicolás Sartorius

Llega un mes de junio cargado de acontecimientos en el plano de la política internacional que serán determinantes de cara a los próximos meses. A lo largo de este mes se sentarán las bases sobre cómo se quiere entender la política internacional en medio de un clima de alta tensión geopolítica y diplomática agudizada con la llegad de Donald Trump a la Casa Blanca. Los días 16 y 17 de junio tendrá lugar el G7 en Alberta, el 24 y 25 del mismo mes será la cumbre de la OTAN en La Haya. Ambas reuniones marcarán la hoja de ruta de las potencias del norte global en medio de una guerra arancelaria y sin visos del fin de la guerra en Ucrania o de una tregua en Oriente Medio.
En este contexto, el canciller Mertz ha viajado a Washington para intentar operar como interlocutor con la Administración estadounidense. Su misión no era sencilla. Se trataba de sustituir en las tareas de mediación a la italiana Meloni, cuyos lazos ideológicos facilitan en gran medida este papel. En todo caso, hasta el momento ha sido perjudicial para Merzt, puesto que su visita se ha visto opacada por la guerra abierta entre Musk y Trump.
Mala suerte la del bávaro. Este viaje tenía un triple objetivo. Por un lado, suavizar las medidas arancelarias estadounidenses o, al menos, facilitar la negociación de cara a la subida de estos, anunciada para el 9 de julio. Por otro, se quiere ganar tiempo y contener la salida de Washington de la arquitectura de seguridad y defensa europea. Se busca, a toda costa, retener al amigo americano en territorio europeo. Y, por último, se intenta también evitar el abandono y la salida abrupta de la inteligencia y armamento estadounidenses del escenario ucraniano.
Esa gigantesca tarea tenía encomendada el nuevo canciller. Pero, ¿qué llevaba en la cartera para negociar? La idea era desligar estos tres ejes; esto es, evitar a toda costa que la técnica negociadora de Trump, la transaccional, haga depender unos de otros, lo que a buen seguro pondrá en aprietos a los europeos.
Las cartas no son buenas y los gobiernos europeos lo saben. Son muy conscientes de que cuando Trump o alguien de su Administración piden que se incrementen las exportaciones en defensa y energía, lo hacen sabiendo que tienen dos ases en la manga. El primero, la ya anunciada subida arancelaria: ahora, con Musk fuera del Gobierno, las resistencias a un mayor cierre proteccionista de la economía americana son mucho menores. Y el segundo, la Casa Blanca es muy consciente del temor manifestado abiertamente por los europeos de un abandono abrupto de EEUU del tablero europeo y con eso va a jugar. Algunos analistas barajan la posibilidad de una salida de las bases americanas de Europa, pero eso no va a suceder. Trump será impulsivo, pero es consciente de la relevancia de mantener presencia estratégica en Europa. Ahora bien, otra cosa es quién debe hacerse cargo del mantenimiento a partir de ahora. Y esta es la clave.
La Casa Blanca es muy consciente del temor manifestado abiertamente por los europeos de un abandono abrupto de EEUU del tablero europeo y con eso va a jugar
La exigencia de Washington y de la OTAN de continuar aumentando el gasto en defensa durante los próximos años también tiene que ver con esto. Si Trump quiere que se incrementen las compras al complejo militar industrial estadounidense, tiene que conseguir que haya más dinero disponible para tal fin. Y ahí reside la exigencia de incrementar ese gasto al 5%, y de ahí también la respuesta subalterna de los europeos de retirar el coto al gasto público en esta partida.
Pero para que exista esta reacción, previamente ha sido indispensable crear el marco narrativo adecuado para convencer a los gobiernos europeos (luego ya ellos tendrán que lidiar con sus opiniones públicas). De este modo, tampoco es baladí el hecho de los delegados estadounidenses hayan comenzado a esgrimir de un tiempo a esta parte que se puede estar acercando el fin de la ayuda militar y de inteligencia a Ucrania, algo que sabe que los europeos temen. Pero, aun, es más, el envío de esta ayuda podría incluso llegar a hacerla depender de la posición negociadora europea.
Y esto es justo lo que le ha ido Mertz a ofrecer a Washington. Puesto que casi nadie –España es una excepción– cuestiona que el gasto en defensa se incrementará a lo largo de los próximos años, Alemania pone como ofrenda ante Trump una subida sustantiva del gasto en defensa, en torno al 3,5%, con la esperanza (o quizás la ilusión) de que esto calmará otras transacciones en materia de aranceles o de ayuda a Ucrania. Alemania ya ha puesto en marcha toda su maquinaria industrial e inversora. La reconversión a una economía de guerra al más puro estilo neokeynesiano comenzó con la reforma de su arquitectura constitucional, que impedía el incremento del gasto público. Sus empresas Rheinmetall y Thyssen, entre otras, están ya a toda máquina expandiéndose, entre otros lugares a España. Su objetivo declarado, convertir al ejército alemán en el más poderoso de Europa. Su objetivo no declarado, sacar a Alemania del pozo de déficit y decadencia en el que estaba instalado.
Sea como fuere, con industria militar alemana o sin ella, lo cierto es que de las distintas jugadas que se dibujan en el horizonte, en ninguna de ellas los europeos consiguen en el medio y largo plazo terminar con la dependencia estadounidense. Justo ahí es donde les quiere tener Trump.
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