La UE ante el nuevo orden estadounidense

La publicación de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de la Administración Trump ha producido un impacto significativo en Europa. El documento no se presenta como un plan de confrontación directa con China, ni como una hoja de ruta cerrada hacia un nuevo orden bipolar, sino como una visión más amplia de un mundo organizado en esferas de influencia donde Estados Unidos busca gestionar la redistribución del poder sin renunciar a su posición central. Esa lógica, que algunos analistas describen como una suerte de Doctrina Monroe ampliada, no consiste en trasladar mecánicamente el principio histórico de 1823 al discurso actual, sino en asumir que cada potencia tenderá a controlar un espacio regional propio, mientras Washington se reserva la capacidad de arbitrar los equilibrios generales. Para Europa, el mensaje implícito es claro: su papel se entiende dentro de ese marco, no como un actor autónomo capaz de definir su propio entorno estratégico.

Esta concepción ha puesto en evidencia la profunda fractura ideológica que atraviesa hoy la Unión Europea. Mientras una parte de los Gobiernos europeos observa con inquietud esta vuelta a una lógica de jerarquías geopolíticas, otra, la que reúne a las derechas radicales y a fuerzas conservadoras con aspiraciones soberanistas, interpreta la estrategia estadounidense como una validación de su propio proyecto político. No exige alineamientos rígidos frente a China, no contradice los intereses económicos internos y, sobre todo, encaja con una narrativa identitaria basada en la defensa de Occidente, la 'securitización' de las fronteras y el rechazo a marcos multilaterales robustos. Por eso, lejos de debilitar el vínculo transatlántico, la nueva estrategia lo refuerza selectivamente, no con la UE como entidad política, sino con Gobiernos afines a la agenda ideológica de Washington.

La consecuencia es una erosión creciente de la capacidad de la Unión para actuar de forma coherente. La estrategia estadounidense no apuesta por reforzar el diálogo con Bruselas como interlocutor colectivo; prefiere vínculos bilaterales estables con Estados miembros concretos. Esta elección no es nueva, pero sí se acentúa en un contexto donde la propia UE atraviesa dificultades para mantener consensos básicos. Para Washington, una Europa fragmentada, política, ideológica y estratégicamente resulta más predecible y más fácil de integrar en su marco global.

Uno de los elementos que más división ha generado dentro de la UE es la lectura que se hace del papel de Europa del Este en el documento. La estrategia estadounidense no desarrolla un diseño detallado para la región ni propone una arquitectura concreta para su seguridad. Sí transmite, en cambio, que seguirá siendo un espacio de atención prioritaria dentro de una competición global más amplia, aunque sin definir con precisión los instrumentos o los objetivos específicos. Esa ambigüedad permite distintas interpretaciones: para algunos Gobiernos europeos es un recordatorio de la centralidad de Washington en la estabilidad regional; para otros es una señal de que la UE sigue sin disponer de un espacio claro para ejercer su propia autonomía.

Este carácter abierto alimenta tensiones preexistentes dentro de la Unión. Países con Gobiernos nacional-conservadores que combinan soberanismo interno y estrecha cooperación con Estados Unidos leen el documento como una legitimación de su política exterior independiente de Bruselas. En cambio, los Estados miembros que abogan por una mayor integración europea señalan que la falta de referencias explícitas a una agenda común con la UE dificulta cualquier avance hacia una política exterior europea cohesionada. La estrategia estadounidense no impone un modelo para Europa del Este, pero tampoco facilita que la UE pueda proponer uno propio, reforzando así una sensación de dependencia estructural.

Para Washington, una Europa fragmentada, política, ideológica y estratégicamente resulta más predecible y más fácil de integrar en su marco global

La pérdida de centralidad del eje francoalemán intensifica esta dinámica. El espacio que en otros momentos ocupó el motor francoalemán ha sido reemplazado por un nuevo juego político dominado por la derecha y la extrema derecha europea, cuyo peso electoral y gubernamental crece en múltiples países. Estos actores comparten una visión del mundo que encaja con el enfoque estadounidense y que incluye el rechazo a la integración supranacional, afinidad con marcos bilaterales y preferencia por órdenes internacionales estructurados en bloques jerárquicos. Para ellos, la subalternidad europea no es un riesgo, sino una forma de proteger sus agendas nacionales frente a los mecanismos de control de la UE.

En este contexto, la autonomía estratégica europea se ha vuelto un horizonte cada vez más difuso. Aunque algunos Gobiernos defienden la necesidad de que la UE refuerce su capacidad para actuar como polo independiente, la realidad política interna dificulta cualquier avance. La estrategia estadounidense, al no exigir alineamientos estrictos y mantener un tono ambiguo en relación con China, reduce la presión para que Europa defina una posición propia. Y esa ausencia de urgencia facilita que las prioridades nacionales prevalezcan sobre los intentos de articular una voz común europea.

El resultado es una Europa atrapada entre su fragmentación interna, la persistencia de una vecindad oriental marcada por tensiones estructurales y la presión de un aliado que no la concibe como actor político autónomo. La pregunta que deja abierta la Estrategia de Seguridad Nacional de Trump no es si Europa quiere tener un papel propio en el mundo, sino si es capaz de diseñarlo en un contexto donde las fuerzas que más crecen dentro de la UE prefieren un alineamiento flexible con Washington antes que un proyecto europeo fuerte. La estrategia estadounidense no crea esta fractura, pero sí la expone y la explota, situando a Europa ante un dilema que lleva demasiados años posponiendo la decisión de si quiere ser sujeto político o seguir siendo un espacio donde otros definen sus equilibrios de poder.

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Ruth Ferrero-Turrión es doctora internacional por la UCM y MPhil en Estudios de Europa del Este (UNED). Profesora de Ciencia Política en la UCM.

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